«Descubrí a los 63 años que mi padre estuvo en un campo»

Juan Carlos Huerta Abargues
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Entrevista a Nieves álvarez, poeta y novelista abulense. Acaba de publicar el poemario 'Desde todos los nombres'

La autora (en la imagen) presentará su libro en Ávila el próximo viernes, 25 de abril, a las 19 horas, en El Episcopio.

 
La  huella del 36 permanece imborrable en la memoria de millones de españoles. Ese recuerdo colectivo es para muchos de los descendientes de las víctimas el único modo de salvaguardar la dignidad, especialmente las de los más de 30.000 desaparecidos, tal y como explica Raquel Lanseros en el prólogo del libro Desde todos los nombres, escrito por Nieves Álvarez, y que se presentará el 25 de abril, a las 19 horas, en El Episcopio abulense, dentro de una rebosante agenda por toda España. 
Nieves Álvarez nació en la localidad abulense de Mingorría, pueblo en el que se crió hasta que en 1975 se afincó en Cantabria. Inquieta, fecunda intelectual, su currículum ocupa una treintena de páginas. Educadora, pedagoga, escritora, guionista, autora de más de doscientas publicaciones y materiales didácticos multimedia, ha sido asesora de la Comisión Europea, impartido conferencias en todos los continentes y participado como experta en proyectos internacionales, entre ellos la Escuela Europea de Consumidores. Pero ante todo y sobre todo, Nieves Álvarez es la hija del cantero abulense Juan Santos Álvarez, «un hombre honesto, inteligente, cariñoso y alegre. Cada día iba a trabajar y cuando volvía me abrazaba y besaba, leía conmigo y cantaba conmigo y soñaba conmigo».
¿Qué es para usted la dignidad?
La dignidad es una necesidad del ser humano, algo que no se debe arrebatar. La dignidad es no tener miedo, poder levantar la cabeza con orgullo y mirar a los ojos a los demás. En el caso al que refiere el libro, la dignidad es recuperar el lugar donde están abandonados los seres queridos. Saber dónde están. Poder enterrarlos. 
¿Cuáles son sus sentimientos acerca de lo que le sucedió a su padre y cómo han evolucionado?
Yo me estaba documentando para la novela que acabo de terminar, Al jardín de la alegría. Había ganado un premio literario de RNE y la Caixa. Soledad Puértolas y Fernando Schwartz me animaron a escribirla. Está ambientada en los años 50. Fui a los archivos, incluidos los militares, consulté El Diario de Ávila y en medio de aquella indagación encontré que mi padre había estado nueve años en campos de trabajo y de concentración de Franco. Al descubrirlo me puse a llorar y sufrí un fuerte dolor en el pecho, profundísimo. Hasta entonces creía que había vivido una infancia en el jardín de la alegría y, de pronto, vi que no y que en mi familia, cariñosa, alegre, humilde, de trabajadores, había algo que no me habían contado, que estaba ahí, escondido, detrás, y que alguna vez tuvo que producirle pesadillas a mi padre. El hallazgo de este secreto tuvo lugar hace dos años y tengo 65. Luego leí un libro titulado Cautivos, en el que se contaba lo que les hacían en esos campos, lo que pasaban… Fue durísimo, durísimo… Lloré mucho.
Respecto a la evolución de mis sentimientos, estos han ido del dolor profundo a notarme aún más cerca de mi padre y sentirme muy orgullosa de ser su hija al saber que había resistido a todo aquello. Había sido un resistente físico, era cantero y fuerte, pero también un resistente psicológico, porque siempre había leído mucho. Gracias a su fortaleza yo estoy viva. Le agradezco que sobreviviera a aquellas cosas terribles en las que quedaron muchos hombres muertos. Soy más fuerte gracias a él y me conozco mejor. Lejos de sentirme humillada, estoy muy orgullosa de ser su hija.
¿Qué pregunta le hubiera gustado hacerle y que nunca salió de sus labios?
Le habría preguntado por qué no me lo contó y qué pasó allí; cómo vivió aquellos años. Creo que tenía derecho a saberlo. A mi padre, como a otros muchos sin delitos de sangre ni motivos para detenerle, los metían en campos porque estaban obsesionados con clasificar a las personas por profesiones y emplearlas luego en obras públicas y privadas de las que sacaban pingües beneficios. Era una explotación grande. El milagro de la recuperación española tras la guerra fue gracias a los republicanos y a los detenidos a los que llevaban a trabajar en régimen de esclavitud.
¿Hay riesgo de que vuelva una tragedia como aquella?
Pues yo creo que no. Pienso que una guerra como aquella no se va a repetir. Espero que no y deseo que no. No estoy de acuerdo con Rouco. Para ello es necesario que conozcamos lo que ha pasado, la historia, el terror de una guerra… para no cometer el error de repetirla.
¿Qué es para usted la poesía?
Una forma de expresión necesaria, literaria, a través de la cual puedo decir lo que quiero de una forma sintética y profunda. Los poetas no podemos fingir cuando se escribe sobre algo tan profundo.
¿Y por qué escribe?
Por necesidad. Me recuerdo escribiendo desde pequeña y tengo miles de folios de poesía. Escribiré siempre, hasta que pueda mover los dedos. 
Un poeta, una escuela, un estilo… ¿alguna preferencia recurrente?
Leo muchísimo. Voy a citarle dos poetas: Juan Ramón Barat, que además de gran poeta es un gran novelista, y Raquel Lanseros, una poeta espectacular. En cuanto a las escuelas y estilos, hay quien dice que mi poesía se encuadra en la de la Experiencia. No es oscura ni complicada. Mi lenguaje es cercano y comprometido conmigo mismo y con los lectores. Raquel Lanseros afirma que escribo con una exquisita suavidad profunda. No sé si será verdad (ríe).
¿Puede escribirse desde el dolor o la angustia? ¿Hay algún sentimiento o estado anímico que propicie la creación poética?
Pienso que se escribe más y mejor cuando se está triste que cuando se está alegre. También se puede escribir desde la felicidad, siempre y cuando se tenga un buen oficio porque desde la alegría se pueden escribir muchas tonterías. En cualquier caso, se necesita cierta distancia emocional. Hay que dejar reposar la creación y la escritura.
Leyendo los poemas de este libro, da la sensación de que hay en usted alguna deuda pendiente, ¿es así?
Creo que sí. En este tema de la memoria histórica todavía no ha habido verdadera justicia. El último poema de mi libro, el veinte, es un soneto y yo creo que la deuda pendiente de la sociedad con los familiares de los desaparecidos debe hacerse buscando dónde están, a la manera de un soneto, es decir, de una forma medida, sistemática, estructurada, organizada y hasta el final. Y esto no se ha producido.
Háblenos de sus planes venideros.
Tengo un proyecto futuro, que es casi presente: en septiembre sale mi próximo poemario, Erótica de la luz, que publicará Vitruvio y que no tiene nada que ver con el dedicado a mi padre. Paralelamente, estoy trabajando en la trilogía que se ha iniciado con la primera novela, la ya citada Al jardín de la alegría, que continuará con Vamos a contar mentiras, la cual habla de los padres de Alicia, la protagonista de la saga, que está ambientada en la República, la Guerra Civil y la Posguerra. La tercera, la que cerrará la serie, que no tiene un orden cronológico lineal, abordará la adolescencia de Alicia.