SIN pretenderlo, María Martín López, de 81 años, se convirtió en estrella mediática por un día. Su rostro se hizo familiar el pasado día 1 de febrero cuando apareció en los principales medios de comunicación españoles. De hecho, ha sido el primer familiar de las víctimas desaparecidas del franquismo que fue escuchada por un alto tribunal. En este caso fue el Supremo, en una de cuyas salas fue citada en el caso que se llevaba contra el Juez Garzón, por investigar los crímenes de la Guerra Civil. María no buscaba notoriedad. Únicamente hizo lo que lleva haciendo toda su vida, desde que prácticamente tiene uso de razón: reclamar el cuerpo de su madre, Faustina López González, asesinada junto a otros habitantes de su pueblo, Pedro Bernardo, enterrada en una fosa común que ella dice tener localizada. Su pretensión no es otra que tanto su madre, como el resto de los vecinos que en ella se encuentran, puedan descansar en el lugar que merecen.
La cara de María refleja el paso del tiempo y en cada una de sus múltiples arrugas se aprecia que no ha tenido una vida de color de rosa y que el sufrimiento ha sido un compañero indeseable en su vida. Sin embargo, hay algo en su enjuta figura que denota una increíble fortaleza. Incluso su hilo de voz, que ya lo hacían notar los distintos medios de comunicación en su intervención ante el Alto Tribunal, muestra ese vigor que le ha ayudado a levantarse una y otra vez en los momentos de mayor desesperación, que son muchos los que le ha tocado vivir a esta mujer.
Su padre, Mariano Martín de la Cruz, jornalero, fue detenido en Ávila, donde había acudido a segar en el año 1936. Pero se salvó porque le ayudó el patrón, que intercedió por él. Salió de la ciudad y pudo refugiarse en Arévalo, donde permaneció por un tiempo. Recuerda María que los compañeros que le acompañaron y que no fueron detenidos, cuando llegaron al pueblo le dijeron a su madre que se lo habían llevado y lo habían matado, porque vieron como se lo llevaban detenido para «darle el paseíllo», junto a otros compañeros. Le acusaban de haber sido el alcalde «rojo» de Pedro Bernardo. «¡Cómo iba a ser alcalde mi padre si era enclusero y analfabeto! No sabía leer ni escribir y no estaba vinculado a partido político alguno, como le acusaban. Únicamente no apoyaba la sinrazón y por eso le calificaban de rojo», se lamentaba María. A raíz de esta tremenda noticia, comunicada por los compañeros de su padre, su madre le obligó a ella y a su hermana a vestir de riguroso luto.
María Martín muestra el lugar donde dice que está enterrada su madre. En primer plano, un ramo de flores colocado por la octogenaria. - Foto: Chinarro y Mimoso
nuevas desgracias. Pero como suele ocurrir, las desgracias nunca suelen venir solas, porque a su madre le detuvieron también unos días después, el 20 de septiembre. El relato que María hace de este episodio no tiene desperdicio: «Le echaron a la calle al día siguiente, reclamándole 1.000 pesetas, pero como no pudo dárselas, la volvieron a detener. Esa misma noche fueron detenidos 27 hombres y 3 mujeres. A los hombres se los llevaron a la cárcel del Ayuntamiento y a las mujeres a las escuelas de las niñas. Únicamente pudo escapar de la fila en la que formaron a los detenidos en la plaza del pueblo uno de ellos, José Reguero. Los restantes fueron asesinados».
María mantiene que conoce el lugar exacto donde fue enterrada su madre. Estos trabajos lo hicieron su hermana, que contaba entonces con doce años, sus tíos y un primo suyo. Junto a su madre también descansan, según María, otros dos vecinos del pueblo, un hombre y una mujer. Señala que su familia enterró enseguida a su madre, porque el lugar donde se encontraban los cuerpos es una zona de paso de las alimañas, que lo utilizaban para bajar de la Sierra de Gredos (Puerto de Serranillos) hasta el río Tiétar. El lugar exacto lo describe María cerca del arroyo de Casa, junto a la Cantina vieja de Pedro Bernardo. El lugar fue removido hace unos años, cuando se realizaron las obras de la carretera C-501. Se retranqueó esta vía y se acercó al lugar en el que dice María que se encuentran los restos de las víctimas. «Se quedaron a escasos centímetros del lugar donde se encuentran los cuerpos, pero echaron tierra y ahora está debajo de la carretera a más de tres metros».
Se lamenta que cuando se hicieron las obras de la carretera escribió al presidente del Congreso de los Diputados, José Bono, para pedirle su colaboración a fin de que pudieran recuperar el cuerpo de su madre. «Bono llamó por teléfono al alcalde de mi pueblo para que me ayudara (…) pero cuando fuimos ya habían tapado el cuadro en el que se encontraba la fosa y habían colocado tres metros de tierra por encima». María dice con tristeza que ahora únicamente lo que puede hacer es poner flores en el quitamiedos de la carretera. Es lo que hace habitualmente, cuando los ramos desaparecen. Pero José Bono no ha sido la única autoridad a la que se ha dirigido en estos años para conseguir lo que lleva buscando tantos años. Felipe González, el Rey Don Juan Carlos, al presidente de las Cortes, a los jueces del Supremo, al juez Garzón. «He escrito cartas a todos y de prácticamente de todos he recibido alguna contestación. De los políticos sólo la presidenta de Madrid Esperanza Aguirre no me ha contestado», se lamentaba la octogenaria.
A su padre lo dieron por muerto
A su padre le dieron por muerto. No supieron que estaba vivo hasta medio año después de su detención. Cuando llegó al pueblo, prácticamente a hurtadillas, ya habían sucedido los hechos que acabaron con la vida de su esposa. Mariano Martín de la Cruz, conocido en Pedro Bernardo como José ‘el Cano’, desde que se enteró de la muerte de su compañera, no descansó ni un momento para que los restos de su esposa descansaran en paz en el lugar adecuado. Pero no lo consiguió. Chocaba una y otra vez contra unos muros que se levantaban a su lógica petición. Por ello recibió no pocas agresiones, la negación de las autoridades y, lo que es peor, la indiferencia de muchos de sus vecinos.
A partir de la muerte de su madre la vida de María Martín y de su hermana cambiaría radicalmente y el calvario que habían padecido en los primeros días de la llegada de las tropas nacionales a Pedro Bernardo se mantuvo durante un largo tiempo. Reconoce que tanto a su hermana, seis años mayor que ella, como a ella misma, les obligaron en distintas ocasiones a beber aceite de ricino con guindillas. «Mire, mire usted» -señalando la marca que aún conserva en las encías superiores, fruto de estas ingestas obligadas-. Relata María un suceso por el que al final también terminó pagando con la ingestión de este repulsivo líquido que abrasaba la boca y el paladar a quien obligaban a beberlo. En esta ocasión un grupo de maquis llegó a su pueblo y mataron a un vecino en el camino viejo de Pedro Bernardo. María, que en ese momento contaba con pocos años, había pasado por el lugar pocos momentos antes de que estos hechos sucedieran. La Guardia Civil que investigaba el caso parece ser que se enteró que ella había pasado por el lugar y pretendió obligarla a que relatara lo que había visto. Ella, como ahora reconoce también, señaló que no había visto nada. Los guardias no le creyeron y como castigo le obligaron, junto a otra gente del pueblo, a ingerir el aceite de ricino. «yo no vi nada. Es posible que los maquis me vieran a mí, porque estaban escondidos. Pero yo no los llegué a ver a ellos», recordaba la anciana.
María se casó en Madrid con su compañero Daniel Martín, de Navarrevisca y en Pedro Bernardo, su pueblo, nacieron sus tres hijos. En realidad fueron cuatro los que hijos que tuvo. Su primera hija dice que nació en la clínica Santa Cristina de Madrid. Por si fuera poca la experiencia de sufrimiento que experimentó con su madre y su padre volvió a repetirse con esta primera hija. «La monja nos dijo que había pesado cinco kilos al nacer. Yo quedé conmocionada durante unos días porque me hicieron un estropicio y me sacaron a mi hija con un forceps. A los pocos días me dijeron que mi pequeña había muerto. Traté por todos los medios de que me enseñaran el cadáver de mi hija, pero lo único que acertaron a decirme fue que no podían porque la habían enterrado cinco días antes. Después no he hecho nada, porque mi familia me ha pedido que nada haga, porque es suficiente ya con el caso de mi madre».
Daniel y María fueron ganaderos. Tuvieron ovejas. Con la leche María elaboraba queso, que después vendía ella misma por los pueblos de la comarca. Por entonces vivían a caballo entre Buenaventura, localidad de Toledo en la que habita en la actualidad, que dista pocos kilómetros de Pedro Bernardo, y también en esta última. Dependiendo de los pastos, habitaban en una u otra localidad. Recuerda la octogenaria que solía subir en una yegua, a la que cargaba también con los quesos que ponía a la venta. Estas ventas las realizaba en las localidades cercanas. Tiene un recuerdo especial de esos momentos, durante el embarazo de su segunda hija. «Fue una época muy dura porque tenía que subir a la yegua con mi barriga y con mi hija mayor, que contaba entonces unos veinte meses. Había que vender el queso en Pedro Bernardo…»
El padre de María falleció en el año 1977. Unos días antes pidió a sus dos hijas que continuaran con la tarea por la que venían luchando: que su madre pudiera descansar con él en el cementerio. «Han pasado los años y seguimos igual. Todavía mi madre sigue esperando ese momento», lamenta la anciana. A pesar de todo María no guarda rencor a los causantes de todo su sufrimiento. Es más, señala que durante la noche del terrible incendio que asoló a Pedro Bernardo y sus vecinos fueron evacuados, algunos de ellos pasaron la noche en casa de María. «En esta misma mesa -indica señalando la mesa en la que estamos manteniendo esta entrevista- estuvo comiendo alguna persona, descendiente de alguno de los que me dieron el aceite de ricino a mi hermana y a mí. No les guardo rencor. Porque entiendo que sus descendientes no tienen la culpa, ni deben pagar por lo que sus padres o abuelos hicieron». Es más, y aquí radica también su nobleza y honestidad al afirmar que «si por mi culpa alguno se siente identificado por mis palabras, que me perdone…»