Una trampa en el camino

Juan Carlos Huerta
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El paseo en bicicleta por una senda de montaña a punto estuvo de acabar en tragedia para un excursionista de El Tiemblo

Señal contra la que impacto el ciclista.

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La víctima, en una imagen anterior al accidente.
La víctima, en una imagen anterior al accidente.
Paraje donde se produjo el suceso.
Paraje donde se produjo el suceso.
Herida sufrida por el ciclista.
Herida sufrida por el ciclista.

 
Diego Ríos había quedado con unos amigos abajo, en El Tiemblo. Eran las 11 de la mañana del 10 de agosto. Había partido a las nueve y media, con la fresca, camino de una de esas lomas que tanto seduce a los ciclistas. Su bicicleta de montaña se encabritaba en el descenso. Rápido. Muy técnico.  
Diego se concentraba en cada piedra del camino, en cada saliente, en cada árbol. Planeaba detenerse en la fuentecilla junto a la senda del Pozo de la Nieve para rellenar la botija. Sería una parada breve para reanudar rápidamente el descenso. Sin embargo, todo cambio en décimas de segundo. Tras esquivar el tronco de un roble se topó con una señal o la señal se topó con él y se fue al suelo, estrepitosamente, con un sonido sordo en medio del despoblado paisaje. En la caída, el filo cortante de una chapa galvanizada le sajó el pie izquierdo. Sintió un fuerte dolor.
Diego conocía aquella ruta. La había recorrido en otras muchas ocasiones. El Monte 89 y la zona de Las Barrancas, en el entorno del Castañar de El Tiemblo, forman parte de un paraje singular, poblado de robles y pinos, a unos 1.400 metros de altitud, silencioso y a la vez ungido de vida en aquella calurosa mañana de agosto. La porfía de las aves y y las espantadas del lagarto entre la broza es todo lo que uno necesita para desconectar del tráfago rutinario de la ciudad.
Como a un torero herido, la sangre le salía a borbotones de su pie izquierdo. La pequeña señal metálica de un coto de caza, invadiendo la senda con sus afilados y angulosos bordes, le había seccionado piel, arteria, músculos y tendones. Diego, muy asustado, perdió la noción del tiempo y se concentró en cortar la hemorragia que regaba las hojas secas. El símil torero le trajo a la memoria una reciente corrida en televisión en la que un comentarista afeaba la costumbre de utilizar torniquetes tras una cogida y recomendaba, ante todo, presionar fuertemente la herida como apremiante protocolo ante una emergencia. Diego se arrancó con premura el maillot y con él apretó la herida fuertemente para detener el caudaloso flujo de sangre.
«Abrí como pude la mochila y busque ansiosamente el móvil. Cuando lo tuve entre las manos presioné las teclas pero la batería se había descargado. No me lo podía creer». 
El Pozo de la Nieve y el Área Recreativa de Las Barrancas forman parte de la red de senderismo de El Tiemblo, un municipio que atesora un importante patrimonio medioambiental, con El Castañar y el Valle de Iruelas como principales destinos. Su proximidad con Madrid atrae a miles de visitantes cada año. Diego Ríos es economista, trabaja en una empresa familiar, tiene 38 años, dos hijos pequeños y vive en el municipio madrileño de San Agustín de Guadalix, aunque disfruta sus vacaciones y días de descanso en El Tiemblo, la localidad de la que son sus padres. Es montañero y recorre al año unos 1.400 kilómetros en bicicleta. Diego cree que las descargas, aplicaciones, GPS y demás prestaciones habían provocado que la batería de su teléfono, que carga la noche anterior de cada marcha, se hubiera vaciado demasiado pronto en esta ocasión. «A mi alrededor no había nadie. Temí desangrarme allí, solo». Gritó, pero nada. Unas horas antes, un tío suyo, acompañado de su perro, se había desplazado con el coche al Pozo de la Nieve. Diego sabía que este familiar tendría que regresar por allí, por aquel mismo camino, pero ¿cuándo? No había ni respuesta ni tiempo que perder. En medio de sus angustiosas cavilaciones y apretando con todas sus fuerzas la herida, vio a unos metros a un joven, «que estaba cazando algo, quizás mariposas, porque llevaba una de esas redes aéreas». El muchacho atendió a sus gritos, se acercó y llamó al servicio de Emergencias 112 con su propio móvil, pero no había cobertura. Lo intentó varias veces. Imposible. De pronto, apareció otro ciclista. Él también se ofreció a llamar con su propio móvil. Tampoco. Sin cobertura. Diego le pidió que descendiera el collado para probar suerte en uno de los claros. El anónimo ciclista dio media vuelta y enfiló el descenso.
La chapa que le había seccionado el pie llevaba inscrita la leyenda «Coto Privado de Caza». El número de registro pertenece a una asociación de cazadores de la zona. La conservación y el mantenimiento de las sendas corresponde a la Junta de Castilla y León. «Esa señal, que según la normativa ha de tener los bordes redondeados, nunca debiera haber estado ahí; en mitad del camino».  Lo dice sin acritud y hasta con cierta ironía al referirse al eslogan que promociona turísticamente estas sendas: «Un lugar de sensaciones». 
 
El rescate. A Diego Ríos le rescató finalmente su tío. Apareció instantes después de que el anónimo ciclista partiera camino abajo en busca de ayuda. Con él se cruzaron y también con una patrulla de la Guardia Civil que subía hacia Las Barrancas, alertada finalmente por el testigo. 
De Cebreros, por propia petición formal y tras unas curas de urgencia, Diego y su familiar se dirigieron al Hospital Quirón, en Madrid.
En ningún momento su vida corrió peligro, pero estará de baja unos seis meses, si todo va bien. En un año podrá andar con normalidad, aunque no sabe si su pie izquierdo podrá volver a encastrarse en el pedal de una bicicleta o asentarse con firmeza en uno de esos riscos desde los que otear los paisajes de Ávila. La Guardia Civil instruye diligencias, el abogado de Diego estudia iniciativas y el Juzgado número 3 de Ávila ya se ocupa del caso.
A Diego Barrios, un hombre tranquilo, le salvaron dos cosas aparentemente triviales: el azaroso caos de una caída y la terapia catódica de un comentarista taurino. «Los médicos me han dicho que si la chapa me corta más arriba y secciona la aorta hubiera fallecido allí mismo».
Mientras se recupera en el bosque de rascacielos y avenidas de la gran ciudad, lo que más le preocupa es que «a nadie, en un futuro, le llegue a suceder lo que me ocurrió a mí».