El 22 de abril de 1451, día de Jueves Santo, veía la luz el primer retoño del nuevo matrimonio del rey Juan II de Castilla, casado en segundas nupcias con Isabel de Portugal tras enviudar de su primera esposa, María de Aragón. El bebé, una niña, recibió el nombre de su madre y de su abuela materna, Isabel, y llegaba al mundo en la misma villa abulense donde se habían casado sus padres, Madrigal de las Altas Torres.
Allí, en el Palacio de Juan II, situado en El Pradillo, al lado de la Plaza del Cristo, llegó al mundo Isabel la Católica. Madrigal fue parte de la dote que se entregó a Isabel de Portugal con su matrimonio, y allí se asentó en un pequeño palacio que años después se expandiría hasta configurar el actual Monasterio de Nuestra Señora de Gracia, cedido por Carlos I de España el 8 de julio de 1525 a las madres agustinas, que hasta entonces estaban en el convento de Extramuros, hoy reducido a cenizas.
Desde entonces, viven allí en clausura las agustinas, una comunidad que llegó a ser muy numerosa en el convento y que cinco siglos después se ha reducido a una decena de religiosas, todas de avanzada edad y algunas con precario estado de salud, que resisten aferradas a la fe cristiana las pruebas que les va poniendo la vida.
Después de 59 años en el convento, la hermana María Jesús es quien se ocupa desde hace una década de mostrar a los visitantes las estancias alejadas de la clausura: el claustro, la Sala Capitular, el Salón de Embajadores, la Capilla Real y las dependencias privadas de los reyes, donde se encuentra la pequeña alcoba en la que nació la reina.
Declarado Monumento Nacional el 21 de septiembre de 1942, el interior del Monasterio hace que resulte sencillo viajar en el tiempo hasta el siglo XV.
Tras reconocer que viven ajenas a la serie de televisión que ha devuelto a la actualidad la figura de la reina Isabel («no coincide con nuestros horarios», bromea), sor María Jesús apunta que apenas se ha notado el incremento de visitas en los últimos meses: «Madrigal es un pueblo muy bonito pero muy abandonado», lamenta.
La visita comienza en la Sala Capitular, una dependencia presidida por un artesonado mudéjar excepcional y con un banco corrido, y prosigue por el piso inferior hasta el Salón de Embajadores, donde los Reyes Católicos celebraron el 19 de abril de 1476 las Cortes de Castilla en las que se aprobó la creación de la Santa Hermandad, conocida popularmente como ‘mangas verdes’ por el color de las camisas de su uniforme, que unificaba las distintas Hermandades que habían operado en los reinos cristianos desde el siglo XI bajo el mandato del rey Alfonso VI.
En el interior de la Capilla Real se conserva el retablo original y un precioso sepulcro de alabastro donde reposan los restos de María de Aragón, que fuera abadesa del Monasterio de Pedralbes, y de la infanta Catalina, hija del primer matrimonio de Juan II.
Ya en el piso superior, después de dejar atrás una escalera regia de dos tramos opuestos, el corredor muestra el acceso a las dependencias reales, donde Isabel de Portugal trajo al mundo a su primera hija. «Los techos son de decoración pompeyana y el suelo sigue siendo el que existía en aquellos tiempos, de ladrillo mudéjar macizo sin acribar», relata la hermana María Jesús antes de mostrar «el único retrato conjunto que se conserva de los Reyes Católicos», una pintura anónima realizada poco después de que ambos contrajeran matrimonio en el Palacio de los Vivero en Valladolid en 1469. Esa estancia es la antesala de la pequeña alcoba donde nació la reina Isabel, una espacio minúsculo de apenas dos por tres metros cuyo tamaño «siempre sorprende a los turistas».
Los caminos de la historia. El cronista oficial de Madrigal, José Ángel Portillo, pone en tela de juicio el lugar preciso donde la reina llegó al mundo. A apenas 50 metros del acceso al Monasterio, señala al exterior del antiguo Palacio de Juan II como el probable espacio del alumbramiento. «El palacio original era muy pequeño, como se puede apreciar desde la calle. Pertenece al convento, pero está cerrado porque no se conserva en buen estado y las monjas que quedan no pueden ocuparse de ello. En los años 60 y 70 se realizaron actuaciones, se reinventaron cosas y se pusieron yeserías que originalmente no existían, pero al menos conservó el aspecto de un pequeño palacio cuadrangular, que esconde un patio interior con columnas de madera».
Según sus investigaciones, el actual convento «es fruto de una ampliación posterior» que se habría realizado a partir de la entrega por parte del emperador Carlos V del palacio a las dos hijas ilegítimas de Fernando el Católico, ambas agustinas y de nombre María, nacidas fruto de sus escarceos amorosos con una doncella bilbaína y una dama portuguesa.
La reina abandonó Madrigal a los tres años con destino a la cercana Arévalo cuando falleció su padre Juan II, y al que regresó con frecuencia siendo ya adulta para visitar a su madre.
Hubo dos momentos donde la villa abulense volvió irrumpir en el itinerario vital de Isabel. Tras la muerte de su hermano pequeño Alfonso en Cardeñosa, en 1469, la entonces princesa abandonó Ocaña para asistir al sepelio en Arévalo, pero ante el temor de ser retenida por los partidarios de su hermano mayor Enrique IV, optó por refugiarse en Madrigal. Por otra parte, la decisión de celebrar allí las Cortes de Castilla en 1476 llegó en pleno despertar de la guerra civil contra los partidarios de su sobrina Juana la Beltraneja. «El enemigo tenía su sede principal en Zamora y Arévalo pertenecía a los Zúñiga, que estaban de parte de los rebeldes; éstos acababan de hacerse con Cantalapiedra, un pueblo próximo.
Madrigal le permitía vigilar a sus enemigos de cerca», asegura Portillo, que revela que las crónicas portuguesas narran un intento de emboscada de las tropas lusas a Isabel en un viaje a Medina del Campo, que ella descubrió a tiempo para huir y refugiarse en Madrigal.
Los visitantes también podrán contemplar la fachada de la antigua casa del doctor personal de la reina Isabel, Nicolás de Soto, un protomédico que la acompañaba en sus constantes viajes y que atendió al príncipe Juan y a Juana la Loca además de ser su facultativo de confianza. La fachada renacentista se conserva con el nombre de ‘El Arco de Piedra’.
Además, la monumental Iglesia de San Nicolás de Bari, donde sus padres contrajeron matrimonio, conserva aún en su emplazamiento original la pila bautismal donde Isabel fue bautizada. Con una torre de casi 50 metros de altura, es una iglesia en forma de cruz latina, cuyos inicios datan del siglo XII, y fue declarada Monumento Nacional en 1931.
El movimiento asociativo de Madrigal rinde homenaje año tras año a su vecina más ilustre. Así, los Amigos de Madrigal organizan recreaciones históricas que han permitido imaginar cómo fue el casamiento de Juan II con Isabel de Portugal, o la posterior presentación de Isabel, su primera hija, al pueblo.
Además, en 2009 se constituyó la asociación cultural Las 4 Puertas, que organiza desde 2008 un mercado medieval para evocar los años en que la villa fue sede temporal de la Corte. «Hay que aprovechar la historia que tenemos», apunta Marisol González, una de las impulsoras del colectivo.
La infancia en arévalo. Tras la muerte de Juan II en 1454, Isabel de Portugal y su Corte se trasladan a la vecina villa de Arévalo, que había recibido como parte de su dote. Como destaca la catedrática de Historia Medieval de la UVA Isabel del Val, la delicada salud de la mujer hizo que cobrara una relevancia decisiva la figura de la abuela, Isabel de Barcelos, en la educación de los infantes: «Hasta los diez años, Isabel creció en un ambiente familiar, alejada de la corte real y de la vida política».
La historiadora portorriqueña Carmen Alicia Morales analiza en su ensayo ‘Isabel de Barcelos: su contribución a la educación de su nieta y su vida en Arévalo’ el decisivo rol que jugó la abuela para la pequeña Isabel entre los años 1454 y 1461, prestando atención a la educación religiosa franciscana a la que fue sometida. Enterrada en Árevalo, su influencia fue decisiva tanto para su hija, Isabel de Portugal, como para los nietos y la casa en general», sentencia Morales.
En aquella época, cuando la futura reina contaba entre tres y diez años, en Arévalo convivían con naturalidad judíos, moros y cristianos, y la población mudéjar era tan numerosa como poderosa. Uno de los tópicos falsos más extendidos (que no ha contribuido a paliar la serie de televisión, sino todo lo contrario) es que Isabel pasó su infancia en el castillo de Arévalo, una edificación que no adquirió su aspecto actual hasta muchos años después, ya que fue Fernando el Católico quien, tras la muerte de su esposa, vio concluir las obras de la fortificación.
Donde se instaló la familia real fue en el Palacio Real de Arévalo, construido a finales del siglo XIV frente a la Plaza del Real (al lado de la Iglesia de San Juan) y derribado a comienzos de los 70, en un despropósito arquitectónico que no ha permitido conservar ni una sola piedra del edificio histórico.
Ricardo Guerra, cronista oficial de Arévalo, subraya que «la niña fue educada en el palacio real, por personas como Gonzalo Chacón, cuya mujer, Clara Alvarnáez, era además el ama de cría de Isabel, quien le daba el pecho y su segunda madre. Juan II, al dictar testamento, dejó claro quién tendría que educar a sus hijos, y entre ellos aparecía también el arzobispo de Toledo, Alonso Carrillo, que era de armas tomar», añade.
De su estancia en Arévalo, se ocupa de forma pormenorizada Morales en su tesis ‘Una psicobiografía de Isabel la Católica’, dirigida por la propia historiadora vallisoletana Isabel Del Val, pero una de las huellas indelebles que quedaron en la joven Isabel fue su fervor religioso, y la especial devoción que siempre profesó por la patrona de la localidad, la Virgen de las Angustias.
Devoción religiosa. Presidida actualmente por Juan José Álvarez Mulas, la cofradía de Nuestra Señora de las Angustias cuenta actualmente con una decena de miembros. Los orígenes de la Cofradía se pierden en el tiempo (existen documentos del siglo XVI que aluden a su existencia «desde tiempo inmemorial»), pero nada se conserva de la talla original que en su infancia veneró Isabel la Católica, que se encontraba en el primitivo templo mudéjar de la Santísima Trinidad, del siglo XIII, ahora desaparecido.
Sí permanece intacta la talla encargada por la Cofradía para relevar la figura venerada por la reina, que data de 1545 y actualmente se encuentra en la iglesia de Santo Domingo de Silos. Esa talla sólo procesiona cada 9 de febrero, en la fiesta local, y lo hace engalanada con infinidad de joyas, una de ellas muy especial.
El ‘galápago’ es un camafeo de esmeraldas y brillantes sobre esmalte blanco, atribuido a Diego de Ayala, orfebre de Isabel, y que según apuntan desde la Cofradía fue donada por la propia reina. La joya, de doce centímetros de ancho y un valor incalculable, está custodiada en un lugar seguro que sólo abandona una vez al año, en las fiestas patronales.
En un guiño a la reina, algunos restaurantes locales han organizado menús isabelinos donde el cochinillo es el plato estrella, y a escasas calles de la Plaza del Real se erige el Museo de Historia de Arévalo, asentado sobre la antigua sede de la Casa de los Sexmos, donde los Reyes Católicos ratificaron el Tratado de Tordesillas el 2 de julio de 1494. Hasta aquellos años permiten viajar los muchos rincones de la villa que le han valido la calificación de ‘la capital del mudéjar’ gracias a joyas como La Lugareja, un antiguo templo románico de monjas cistercienses a las afueras de la villa (visitas solo los miércoles de 11 a 13 horas).
El ascenso al poder. La reina Isabel abandonó Arévalo cuando contaba con apenas diez años de edad. A petición de su hermano mayor, Enrique IV (fruto del primer matrimonio de Juan II), ella y Alfonso fueron trasladados a Madrid, donde se había establecido la Corte, para asistir al nacimiento y bautizo de la primogénita del rey, doña Juana de Castilla. «La separación de la casa materna debió ser dura para ella, como lo demuestra su regreso en cuanto tuvo ocasión. Siendo ya reina, volvió con asiduidad a Arévalo para visitar a su madre y compartir con ella algunos ratos, hasta su muerte en 1496», escribe Del Val.
La provincia de Ávila aún guardaba otro gran momento para Isabel. Fue tras la muerte de su hermano Alfonso, posiblemente envenenado, cuando renunció a las pretensiones de los nobles, encabezados por Carrillo, de que se proclamase reina de Castilla. Ella descartó esa posibilidad mientras su hermano Enrique estuviese vivo, con el objetivo de alcanzar la paz en el reino, pero a cambio logró que el rey le concediese el título de princesa de Asturias, garantizándose ser la legítima heredera cuando él falleciese.
El acuerdo, conocido como la Concordia de Guisando, se selló el 19 de septiembre de 1468 en una venta muy cercana a los Toros de Guisando, un conjunto escultórico vetón de cuatro figuras en granito fechada en el siglo II a.C., ubicado en la localidad abulense de El Tiemblo. En el texto del acuerdo el rey reconocía a Isabel como su heredera, para que el reino no quedase sin legítimos sucesores del linaje de los Trastámara, pero la calma entre los dos hermanos no sería duradera.