La Biblioteca Vaticana atesora entre sus muros miles de volúmenes, libros que, con celo, preservan el saber de la civilización y que, ahora, necesitan que la mano del hombre les ayude en su consevación para que su legado pueda sobrevivir muchos siglos más. Para lograr a este objetivo trabaja la española Ángela Núñez Gaitán como directora del Departamento de Restauración, quien maneja cada día siglos de Historia.
«Por mis manos pasan los manuscritos que se han conservado durante siglos y yo tengo que hacer que sigan durando por otros tantos», explica Núñez Gaitán, profesora sevillana encargada del departamento de una de las más antiguas bibliotecas del mundo y, sin duda, la más fascinante por los títulos que conserva.
Estos últimos años, el departamento, en el que trabajan nueve dependientes y cuatro colaboradores, tiene aún más trabajo que nunca debido a la digitalización que se lleva a cabo tanto de los libros y manuscritos de la Biblioteca como del Archivo Secreto, pues antes y después de someterse a los escáneres todo pasa por el laboratorio de restauración.
Por ello, a la entrada a su espacio de trabajo se observa una enorme burbuja de plástico con varios volúmenes que son sometidos a un tratamiento anóxico (sin oxigeno) para su desinsectación y donde permanecen durante un mes, una técnica, que ya se usabahace siglos para transportar los plátanos desde Sudamérica a Europa y evitar que se pusieran negros y una labor que se hace también periódicamente con todos los 1.600.000 libros, entre ellos 8.400 incunables, y otros cientos de miles de estampas, fotografías y diseños que forman los fondos de esta galería.
Respeto al paso del tiempo. La experta relata cómo, en realidad, la intervención de los restauradores en estas obras milenarias debe ser «mínima». Su labor consiste en evitar que el libro se deteriore en el futuro o reparar aquella lesión que pueda causar daños mayores.
«Nuestra función no es que el libro vuelva a ser nuevo. Quiero que sea funcional, que tenga una larga vida, pero no es necesario borrar el paso del tiempo. Los libros son antiguos y tienen que seguir siéndolo porque son testimonios de la Historia que vivieron», afirma.
«Es como si a la Venus de Milo se le volviera a pegar el brazo que le falta», pone como ejemplo la directora, que explica que, por ejemplo, no se eliminan nunca las manchas de cera que caían de las velas o se reconstruyen los trozos de página que faltan», pero no esconde la responsabilidad cuando tiene entre las manos algunos de estos volúmenes: «Esto es Historia que nos pasa entre las manos y que se nos puede caer a trozos», confiesa. De hecho, recuerda una vez en la que se le encargó reparar la encuadernación de un misterioso tomo de tapas de madera forradas de terciopelo rojo: «Qué no se pierda ni una fibra de la tela», le advirtió su responsable. Para su asombro era el cancionero autógrafo del poeta italiano Francesco Petrarca, del siglo IV, una de las grandes joyas que conserva la Biblioteca.
También en este período se restaura el último gran descubrimiento de este gran centro del saber, los Rollos de Marega, una colección de unos 10.000 documentos en carta de arroz que cubren un lapso temporal que va del siglo XVII al XX, procedentes de Japón y que narran detalles de los primeros católicos en el país.
En este «hospital de libros» hay enfermos que tienen prioridad, pero a todos, antes o después, se les atenderá porque la Historia no se puede permitir perder a ninguno de ellos.