"Los pastores son guardianes esenciales del paisaje"

Ester Bueno
-

José Ignacio Romero Trillo lleva el campo en sus apellidos, como si se tratara de una premonición. Abandonó un trabajo estable como ingeniero para vivir en el campo, en la Sierra de Gredos

"Los pastores son guardianes esenciales del paisaje" - Foto: Isabel García

José Ignacio Romero Trillo nació en Madrid, en Carabanchel, pero su alma siempre formó parte de la naturaleza, de los bosques y de las aguas de pequeños ríos de montaña. Y tuvo constancia fehaciente de este hecho cuando sus padres le enviaban en verano a un campamento en Navarredonda de Gredos, un primer vínculo con Ávila que, sin que él lo supiera entonces, sería su lugar de acogida y de realización personal. Tenía seis años cuando pisó por primera vez esa zona de nuestro Gredos tan impresionante, tan maravillosa, y eso le dejó una marca indeleble en su interior, percibiendo que ese vivir en sintonía con la naturaleza era lo que le hacía sentir completo. Sin embargo, la vida fluía en su ciudad natal, en su escuela, en el instituto, y con esas pausas veraniegas en Gredos «que me daban la vida», comenta. Tras finalizar sus estudios de bachillerato, estudió Topografía, Cartografía y Geodesia en la Escuela Técnica Superior de Ingeniería. Se sintió atraído por esta carrera debido a su fascinación por la tierra y todo lo relacionado con la cartografía y la astronomía, «me fascinaba esa capacidad de fijar puntos geográficos precisos, de conocer el territorio». Además de su carrera, estudió geología y morfología, manteniendo su vida paralelamente arraigada en la naturaleza, porque durante los veranos ahora ejercía de monitor de campamento, lo que le permitía seguir con ese contacto directo con las zonas rurales. Desde esos años jóvenes, José Ignacio siempre estuvo relacionado también con el servicio comunitario y con el deporte, especialmente con el rugby, otra de sus grandes pasiones, y dice que siempre ha sentido el deber de influir positivamente en la sociedad, buscando un enfoque de vida de cuidado hacia sí mismo y hacia los demás. Al terminar sus estudios, fue contratado por Ferrovial, trabajando en topografía. Después de su paso por esta empresa, aprobó una posición en el Ministerio de Fomento, donde inicialmente se desempeñó en tareas de campo como levantamientos topográficos y expropiaciones. Posteriormente, su carrera tomó un giro administrativo, llegando a ser jefe de Recursos Humanos y de Servicios Generales dentro del mismo ministerio.

¿En qué momento empieza tu vinculación con Ávila?

Madrid y su ritmo de vida me pesaban mucho, por eso compré una casa en Umbrías, y ese lugar se convirtió en mi vía de escape durante los fines de semana y un espacio donde podía estar con mi familia, disfrutando de la naturaleza. Me encantaba explorar y conocer a fondo cada pueblo, y en ese ejercicio de conocimiento fui siendo consciente de la problemática de la despoblación en estas áreas. Un parón laboral por una operación de hombro me sirvió para empezar a barajar la posibilidad de emprender, de poner en marcha una empresa que contribuyera al mantenimiento del monte y ayudara a fijar la población en los pueblos. Me parecía que era necesario cuidar los montes, ayudar a prevenir los incendios forestales y fomentar una educación ambiental que mostrara la importancia de mantener y cuidar el entorno. Ya en mi interior había una necesidad de vivir de acuerdo con esos valores, en un entorno que fomentara tanto la conservación ambiental como un estilo de vida más arraigado en la naturaleza.

Y lo dejas todo para vivir aquí...

Mi cambio de vida se debe a esa «mochila» que uno va acumulando a lo largo de los años. Aunque tenía un buen puesto en un despacho, con una nómina atractiva, internamente algo no estaba bien. Era «un hombre gris», y no solamente por la rutina laboral, el traje y la corbata, sino porque tenía la impresión de que mi lugar estaba en otro sitio. La decisión de cambiar no fue fácil y estuvo acompañada de vértigo y miedo. «Yo le explicaba a mi madre que, aunque dejara mi empleo seguro, mi formación y estudios siempre serían un respaldo, y que me permitirían abrir nuevas puertas laborales si fuese necesario. Incluso le decía que podría trabajar de frutero o panadero si las cosas no salían como esperaba, pero que lo importante era buscar un entorno en el que me sintiera feliz y a gusto.»

Finalmente, me mudé a Ávila, aunque inicialmente continué yendo al ministerio mientras mi nueva empresa se consolidaba. Fundé «Biomasa Castilla y León», centrada en el medioambiente sostenible y la economía circular. El logotipo de la empresa, un círculo cerrado, simboliza la idea de cerrar el círculo en la economía, haciendo la sociedad más sostenible. Registré la empresa con razón social en Umbrías, reflejando mi compromiso con la vida rural y la convicción de que las empresas deben enraizarse en el territorio en lugar de estar centralizadas en grandes ciudades como Madrid. El primer proyecto que llevé a cabo en Ávila fue un desbroce en el cerro de la Cruz en Piedrahíta, marcando así el inicio de mi compromiso con la conservación del medioambiente y la sostenibilidad.

¿Ha tenido dificultad implantar este tipo de empresa?

Ha llevado su esfuerzo. Poco a poco, las operaciones se expandían en cascada con una diversidad de trabajos tanto en el sector privado como en el público. Mi empresa se especializó en la limpieza de montes y el desbroce, actividades que extendimos a la ordenación de montes, podas y la producción de astilla. He destacado siempre la importancia de reutilizar los recursos, como la conversión de madera en astillas que luego se distribuyen, marcando un enfoque sostenible en todas las operaciones. Con el tiempo, a medida que la empresa evolucionaba, nos diversificamos hacia la instalación de estufas y calderas de pellets y, además de la labor forestal y energética, mi empresa incursionó en la educación ambiental. Creamos espacios de campamento donde la gente puede participar en actividades de fin de semana o estancias más largas, centradas en la educación y la experiencia en la naturaleza. Esta iniciativa también incluye opciones de alojamiento con pensión completa o solo uso de las instalaciones.

¿Por qué decides dedicarte también a la educación ambiental?

Desde mi perspectiva, dedicarme a la educación ambiental a través de mis campamentos es fundamental por varias razones. Primero, permite fomentar un respeto profundo y una conexión íntima con la naturaleza entre los participantes, algo esencial en una época donde el desapego del entorno natural es notable. Al proporcionar experiencias directas en el entorno natural, ayudo a que niños y adultos comprendan la importancia de la sostenibilidad y la conservación ambiental de manera vivencial y emocional, no solo teórica. Además, estos campamentos sirven como una plataforma para enseñar prácticas sostenibles y transmitir el valor de la biodiversidad. La educación ambiental que ofrezco no solo aborda los problemas actuales, sino que también empodera a las nuevas generaciones para que tomen decisiones informadas y responsables en cuanto a la gestión de recursos y la conservación de nuestros ecosistemas. Tenemos dos enclaves, «El Chozo de Gredos», que está situado en un paraje espectacular a los pies de la Garganta de Bollo en Bohoyo, donde hay chozas que imitan los refugios tradicionales de los pastores, y un segundo campamento en Zapardiel de la Ribera se encuentra directamente en la zona de baño del Tormes. Ambos lugares permiten a los visitantes adentrarse en la vida rural y experimentar directamente la vida en el campo. Estos campamentos son más que simples lugares de alojamiento; son espacios donde se puede vivir la naturaleza de manera integral y educativa, permitiendo a todos los participantes aprender sobre la biodiversidad y la importancia de preservar nuestro entorno natural.

Ahora, uno de tus grandes proyectos es el del pastoreo

Cuando era pequeño, visitaba con mis padres Las Navas del Marqués, y ahí conocimos a una pastora, a la señora Carmen. Me encantaban ella y su rebaño, y siempre pensaba que de mayor yo también tendría un rebaño. Y ahora he cumplido ese sueño. Después de varios años de investigación y pequeños proyectos piloto, me formé como pastor y presenté un proyecto a la Diputación de Ávila que buscaba innovar en el manejo del territorio. Acapri destacó en un estudio de mapeo de actividades de la provincia y fue identificado como una propuesta innovadora y de futuro. Tras ganar un concurso de economía circular, el proyecto recibió asesoría para desarrollarse más plenamente, culminando en otro premio que me ofreció la oportunidad de decidir entre archivar el proyecto o lanzarme completamente a él. Y me lancé, adquirí un rebaño de 17 cabras de la raza autóctona de la Sierra de Guadarrama, que están en peligro de extinción y se distribuyen desde la Sierra de Guadarrama hasta la Sierra de Gredos. Este paso no solo tenía como objetivo la preservación de una raza autóctona, sino también emplear las cabras como una forma natural y efectiva de gestionar el monte, reduciendo el riesgo de incendios forestales de manera ecológica, sin contaminar con residuos de maquinaria. El uso de cabras como desbrozadoras naturales ofrece múltiples beneficios ambientales, incluyendo la regeneración del suelo y la preservación de la biodiversidad. Además, veo en este proyecto una oportunidad para revalorizar la figura del pastor, un oficio tradicional que, según mi experiencia, es frecuentemente subestimado y malinterpretado. Los pastores son guardianes esenciales del paisaje y la biodiversidad, con un profundo conocimiento del entorno natural. Este proyecto también se ha convertido en una parte integral de las actividades de mis campamentos, ofreciendo a los visitantes la experiencia de pastorear y conectar directamente con la naturaleza. La actividad no solo es educativa sino que también permite a las personas experimentar la vida rural de una manera auténtica y sostenible. Desde que comenzó esta iniciativa, más de 700 personas han participado en estas actividades de pastoreo, lo que refleja el éxito y la resonancia del proyecto entre un público diverso. Muchos de los participantes, desde niños a jubilados, al final del día, expresan su sorpresa y nuevo entendimiento sobre lo que realmente implica ser pastor y la relevancia de esta práctica en la conservación del medio ambiente.

Estás recuperando la raza guisandesa, autóctona de Ávila

Estoy orgullosísimo de ser el pastor del rebaño oficial de la Diputación de Ávila de cabras guisandesas, en peligro de extinción, que la Diputación quiere recuperar en esa labor de cuidado de todo lo que tiene que ver con la idiosincrasia de la provincia. Soy responsable de este rebaño, dedicado específicamente a la conservación de la raza de la que actualmente solo quedan unas pocas centenas de ejemplares. Recientemente hemos celebrado el nacimiento de una nueva cría, una chivita preciosa y muy sociable.

También estás inmerso en un proyecto de captura de CO2

Sí, estoy participando en un proyecto apasionante que une la conservación de la biodiversidad con la investigación sobre la captura de CO2, en colaboración con la Universidad Católica de Ávila y la Fundación Ávila, el proyecto CARPASFOR. Este estudio utiliza el rebaño de cabras de Guadarrama para examinar su impacto en la captura de carbono en los montes y praderas donde pastan. La investigación surge de la observación de que el pastoreo puede ser decisivo para la captura de CO2, ya que las cabras al pastar no solo consumen vegetación sino que también ayudan a renovar las praderas. Existe evidencia científica que sugiere que dejar de pastorear puede reducir la capacidad del suelo para capturar y almacenar carbono. El estudio implica pastorear en áreas específicas donde se han tomado muestras de suelo, y luego, tras un período, volver a tomar muestras para evaluar cómo el pastoreo ha afectado la riqueza y composición del mismo. Este proyecto no solo busca reducir la huella de carbono de manera natural y sostenible, sino que también destaca la importancia de las prácticas de pastoreo para la conservación del paisaje y la biodiversidad, posicionando a las cabras como una herramienta en los esfuerzos por combatir el cambio climático.

Explícanos tu relación con el rugby abulense

Comencé a jugar a los 10 años y estuve en la selección de Madrid. El rugby es una de mis grandes pasiones y ha sido una parte importante de mi vida personal. Para mí, el rugby es más que un deporte de contacto; representa una forma de entender la vida, imbuida de valores humanos y deportivos. Aquí en Ávila, al darme cuenta de que un club no puede subsistir solo con un equipo adulto, tomé la iniciativa de fundar una escuela de rugby para fomentar un recambio generacional. Más entrenadores y jugadores se sumaron al proyecto, permitiéndome enfocarme más en roles técnicos y estratégicos dentro del club.

Uno de los proyectos que más satisfacciones me da es el equipo de rugby inclusivo, que comenzó hace seis años como una colaboración con Fundabem y ha crecido incluyendo ahora jugadores de varias asociaciones. Actualmente, contamos con una plantilla de unos treinta y cinco jugadores con algún tipo de discapacidad. Este equipo no solo ha proporcionado una plataforma para la inclusión y la igualdad a través del deporte, sino que también ha sido reconocido y premiado por su impacto positivo. Hemos participado en campeonatos nacionales y hemos organizado partidos a los que han asistido muchos abulenses. El año pasado, incluso participamos en un campeonato en Cullera y tenemos planes para competir en Elche, Santiago de Compostela y Francia.

Esta iniciativa ha transformado percepciones y demostrado que el rugby, como deporte inclusivo, puede ser una herramienta poderosa para la educación, la integración social y el desarrollo personal.