A menudo tenemos la sensación de que, pese al tiempo transcurrido, pese a que se apagan las voces de los que en ella combatieron, los ecos de la Guerra Civil española aún perduran en nuestra sociedad y en cierta medida nos ayudan a entenderla y a entendernos.
Como consecuencia, su conocimiento y análisis suscitan un interés generalizado, que trasciende el círculo estricto de historiadores o aficionados a la Historia militar. Mucho se ha escrito y mucho hemos leído sobre la Guerra Civil, pero enseguida surge la pregunta. Podemos tener una idea general de las operaciones militares iniciales, de los sucesos trágicos de la retaguardia, de momentos estelares como la batalla por Madrid, el Alcázar de Toledo o la batalla del Ebro. También contaremos para nuestro imaginario personal con alguna imagen aislada como la muerte tal vez impostada de un miliciano obra de Capa. Pero no nos bastan las palabras o la imagen aislada: nos vemos incapaces de aprehender, de hacer nuestro el drama, el sufrimiento, el miedo que vivieron los padres de nuestros abuelos.
Hasta ahora. Porque la obra que comentamos Sangre en la frente. La Guerra Civil en color (Desperta Ferro), de Jordi Bru y Jesús Jiménez, nos ofrece un relato emocional y cercano, visual y literario, de la Guerra Civil a través de una síntesis feliz de los textos y las imágenes coloreadas. Los autores consiguen trazar un fresco poderoso del conflicto, que va más allá de la crónica de las batallas o de las principales figuras de uno y otro bando para reflejar una auténtica intrahistoria de las emociones humanas de combatientes y no combatientes.
Sangre en la frenteTal es la fuerza de las imágenes que muchas de ellas perduran en el recuerdo. Así, la foto en la que una mujer encuentra a su marido muerto en una calle de Triana, su rostro imagen viva del dolor, mientras desde la acera la observa un hombre bien vestido con una mirada en la que parece predominar la curiosidad.
Se asoman también a las páginas de la obra las imágenes de los principales actores del conflicto: Durruti, Franco, Largo Caballero con su Gobierno o Léon Blum con su no intervención, Aguirre o José Antonio Primo de Rivera, Mola, Juan Modesto, Andreu Nin, Dolores Ibárruri y tantos otros.
También los héroes anónimos, los hombres de la 43 División, que tras retirarse a Francia eligieron regresar y seguir combatiendo por la República o la misma voluntad férrea en los jóvenes alféreces provisionales del otro bando.
Sangre en la frenteDesesperación
Profundo desasosiego producen las imágenes del drama humano como la estremecedora foto que retrata la huida de los refugiados tras la caída de Málaga por la carretera de la costa hasta Almería, o la de los cuatro niños huérfanos con la desesperación pintada en el rostro, sin hacer apenas caso a los juguetes que les acaban de entregar.
No pueden faltar las batallas: la liberación del Alcázar, con toda su fuerza simbólica y propagandista o inútiles mataderos como Brunete o Belchite, o infiernos helados como el de Teruel. El drama de la batalla del Ebro. O la internacionalización del conflicto con la Legión Cóndor, las Brigadas Internacionales o el CTV italiano: España como sangriento banco de pruebas de nuevas armas y tácticas. Los carros de combate soviéticos, los Stukas, Guernica...
Y la última foto, los internados en el campo de Argelès-sur-Mer. Una multitud interminable de hombres, muchos de ellos con uniforme militar. Erguidos, desafiantes, indómitos, los puños al viento como hombres que se niegan a aceptar la derrota. Y sea lo que sea lo que pensemos, la España con la que nos identifiquemos si es que nos identificamos con alguna, no podemos evitar un sentimiento de orgullo y de respeto porque son los padres de nuestros abuelos quienes nos miran, quienes nos interpelan, quienes tal vez nos piden comprensión . Resuenan al tiempo las palabras de Azaña como si acabaran de ser pronunciadas: Paz, piedad y perdón.