Cuenta Jose que estaba en cuarto de carrera, había hecho algunos cortometrajes y, para sacarse un dinerillo extra, organizó un curso sobre cómo escribir un guion. «Gore fue una de las alumnas». Gore es Goretti Irisarri. «Hay días especiales en que algo debe cruzarse allá arriba en las constelaciones», añade ella: el día que decidió apuntarse a ese curso se levantó tan tranquila, sin darse cuenta de que iba a cambiarle la vida. «De eso habrán pasado veintitantos años», conjetura ella. «Veintisiete, nada menos», concreta él.
Más de un cuarto de siglo escribiendo a cuatro manos, un mecanismo en el mundo del guion es de lo más habitual, mucho más que en el mundo literario; aunque, a nada que buscas, encuentras antecedentes de lo más ilustres: Borges y Bioy Casares, Burroughs y Kerouac, Maquet y Dumas… Normalmente, detrás de estas parejas de escritores lo que hay es la historia de una profunda amistad. Y si nos choca o sorprende es porque todos tenemos asumido que escribir es un proceso solitario en que el ánimo es muy importante y que a veces se gripa; por eso, coinciden Gil Romero e Irisarri, cuando te atascas con un personaje o una trama, tener cerca al otro es impagable.
¿Cómo se las apañan?, preguntamos. Y se nota que no somos los primeros porque tienen la respuesta perfectamente engrasada. Trabajan haciendo reuniones en persona, dando un paseo o en una cafetería, y hablan de lo que puede ocurrir con tal personaje o tal giro en la trama en la siguiente escena. Después se reparten el trabajo. «Tú haces la parte en la que Elsa se da cuenta de que unos tipos la siguen y yo hago esta otra en que él la visita y empieza a surgir el romance». Escribir en sí lo hace cada uno por separado, y luego hay un infinito proceso de correcciones mutuas, envíos y reenvíos. Aquí el ego tiene que sufrir un poco, lo cual es bastante saludable, asegura Goretti. Saludable, pero no sencillo.
De ese modo, en el momento de escribir la palabra fin, la obra luce un estilo que no es ni el de él ni de ella. Algo parecido a lo que decía Borges de su Honorio Bustos Domecq, el autor que crearon él y Bioy Casares para publicar juntos. Y ese nacimiento de un nuevo escritor es un proceso misterioso que explica por qué es imposible distinguir lo que ha escrito cada uno.
Historia de la historia
Cuenta Jose que La traductora (HarperCollins) nació después de leer una noticia sobre el antiguo vagón del rey Alfonso XIII, que languidecía abandonado en Soria. Porque ese fue el tren elegido por el equipo de Franco para trasladarlo hasta su cita con Hitler en Hendaya. Reunión a la que el dictador llegó con ocho minutos de retraso. ¿Indolencia hispana, desplante, despiste? No se sabe, pero la cosa era tan evocadora y tan misteriosa que los autores se propusieron fantasear con lo que podía haber ocurrido en ese breve lapso del tiempo. No deja de ser la excusa para hablar de amor y pasión y miedo y drama: el trasfondo. Esta no es una historia sobre política o sobre historia o sobre bandos, sino sobre personas.
Lo llamativo es que, en la novela, esos ocho minutos se convierten en 60 páginas trepidantes, las últimas. «A los dos nos encanta Alfred Hitchcock, es el cineasta que más nos inspira. En La traductora hemos intentado trasladar a la novela esa fascinación y ese glamour», dice Goretti. Y, como el maestro del suspense, pide: «No cuenten el final».
Atendiendo esa solicitud, nos limitaremos a contar el principio. Madrid, 1940. Elsa Braumann es una joven traductora de libros alemanes. Una noche, es requerida en la Capitanía de Madrid para una misión de carácter secreto y que está relacionada con el encuentro entre Franco y Hitler. Pronto, se ve involucrada en una operación de contraespionaje: ha de robar unos documentos en el tren que les llevará hasta Hendaya.
Elsa viene así a sumarse a una pléyade de heroínas recientes, mujeres protagonistas de relatos ambientados en la Segunda Guerra Mundial y que ahora se cuentan desde otra perspectiva. ¿Moda, necesidad, justicia?
«La historia se cuenta una y otra vez, cada presente necesita volver a contar su pasado», responde Irisarri, que añade de forma contundente:«Estamos en un momento que las mujeres necesitamos volver a contarnos nuestro pasado, de eso no hay duda».