Un año más el Monasterio de La Encarnación celebrará el 26 de agosto la fiesta de la Transverberación del Corazón de Santa Teresa de Jesús, fiesta de gran importancia para la Orden del Carmelo y en especial para ese lugar donde acontecieron esos hechos.
Para este día han preparado un decenario de misas que comenzará este próximo martes, 17 de agosto, predicando cada día un sacerdote. El primero en hacerlo será el obispo de Ávila, José María Gil Tamayo, mientras que el 26 de agosto, fiesta de la Transverberación, presidirá la eucaristía el cardenal Antonio Cañizares, arzobispo de Valencia, que fue obispo de Ávila durante cinco años y que en los últimos años no ha faltado a su cita con esta celebración. Todos los días la misa será a las ocho de la tarde.
El listado de predicadores que oficiarán las misas durante el resto de días del decenario es el siguiente: David Jiménez, prior del convento de La Santa, el 18 de agosto; Fernando González Romero, del pontificio Colegio Español San José, en Roma, el 19 de agosto; Luis Fernando de Prada, director de Radio María, el 20 de agosto; José Antonio Calvo, docente de la Universidad Pontificia de Salamanca, de la UCAV y de San Dámaso, el 21 de agosto; Jesús García Burillo, obispo emérito de Ávila y administrador apostólico de la diócesis de Ciudad Rodrigo, el 22 de agosto; Francisco Javier Sancho Fermín, director del CITeS, el 23 de agosto; Francisco Cerro, arzobispo de Toledo, el 24 de agosto; y Alberto José González Chaves, vicario para la Vida Consagrada de Córdoba, el 25 de agosto.
Esta fiesta de la Transverberación del Corazón de Santa Teresa se viene celebrando en este monasterio de La Encarnación desde hace siglos, para conmemorar la merced que la Santa abulense tuvo en este monasterio. Ella lo cuenta así en el capítulo 29 de Su Vida:
«Quiso el Señor que viese aquí algunas veces esta visión: veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla; aunque muchas veces se me representan ángeles, es sin verlos, sino como la visión pasada que dije primero. En esta visión quiso el Señor le viese así: no era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan. Deben ser los que llaman querubines, que los nombres no me los dicen; mas bien veo que en el cielo hay tanta diferencia de unos ángeles a otros y de otros a otros, que no lo sabría decir. Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento» (Vida 29,13)