La habilidad de un señor exvicepresidente que utiliza su despacho oficial para lanzar la campaña oficial de su candidatura a la comunidad de Madrid no me ha sorprendido, sobre todo porque sigue las pautas de su socio Sánchez que, desde que gobierna, utiliza los dineros y espacios públicos en su propio beneficio; pero todo ello no le impide censurar lo que hacen los demás.
Sabido esto, cabe centrarse en la actitud prepotente que sigue mostrando en cualquier situación. El día de autos –con Sánchez en Francia y Monedero en los juzgados– decidió lanzar urbi et orbe su candidatura (tendríamos que conocer lo dicho en la junta mantenida por Podemos) porque la «Democracia está en peligro» y porque había que frenar a la «derecha criminal». ¡Y se atrevió, públicamente, a llamar criminal a los partidos de la derecha! Volvemos a lo dicho en muchas ocasiones: para el muy valiente señor Iglesias todo vale si permite agitar las aguas del río, y como está por encima de los demás, no pasa nada.
Aunque ya he avanzado algunas ideas sobre el señor Iglesias en otra columna, el lector me va a permitir que insista en que tiene un problema argumental que es fruto de una supuesta superioridad moral, arrogancia, machismo (una vez más él decide quién va a un cargo y quien a otro, esquinando hasta el presidente del Gobierno), con los que pretende decidir y organizar la vida de los demás.
El principio de siempre es que, frente a la presentación de ideas concretas para desarrollar y que beneficien a los ciudadanos, los argumentos de Iglesias (y de la candidata de Más Madrid y el PSOE) no existen, pues lo único que plantea(n) es «sacar a la derecha y ultraderecha de Madrid». Es triste saber que un señor que durante un año no ha gestionado ninguna de sus competencias (recordemos los 30.000 fallecidos en las residencias españolas), ha gastado el dinero público en ayudar a sus cercanos y se ha limitado a sus redes sociales (solo ha trabajado desde el teléfono móvil), a insultar a los españoles (ningún respeto por los parados, los jóvenes…) y agitar el patio en todo aquello que pudiera preocupar a Sánchez, aunque ya sabemos cuánto ha tragado y traga el presidente con tal de mantenerse en palacio.
En su diario solo se contempla la idea de luchar contra el capitalismo pero viviendo del capitalismo: esta es la vida tramposa en la que se mueve Iglesias y todos los que le rodean. Por mucho que insista en que «es un sentir mayoritario de los ciudadanos» el que se levanta todos los días para ir a trabajar –y que aporta sus impuestos para que él los destine a asuntos prescindibles– no pierde el tiempo en la mayoría de las gansadas que está proponiendo.
El comunista y antifascista millonario y de buen vivir (véase sino sus ingresos reconocidos recientemente) –recordemos «hay que acabar con el capitalismo»– se ha impuesto a base de dirigir a España a la ruina económica y social. Y ahora quiere situar a Madrid al nivel de La Habana, Caracas, La Paz o Buenos Aires; es decir, consolidar su fascismo totalitario en la comunidad que más progresa de España y en la que se sienten a gusto sus ciudadanos. Además, como su mundo se desmorona, se ha convertido en su propio salvavidas, pues sabe que no queda otra alternativa para seguir viviendo de los ciudadanos. Y para conseguirlo, una vez más, fomenta el resentimiento, el revanchismo, la venganza y la desigualdad (para los demás, no para él) o, lo que es lo mismo, genera múltiples problemas a su alrededor y destroza todo lo que toca.
Y de esto se dio cuenta Errejón que no hizo oídos a su invitación a que tuvieran «responsabilidad, humildad y altura de miras para hacer una candidatura única». ¿Desde cuándo Iglesias es humilde, desde cuando habla sin engañar, desde cuándo piensa que siendo minoritario puede ser presidente de una comunidad? Si se ofrece como líder o caudillo –el que todo lo decide señalando con su dedo totalitario– de un «futuro gobierno de izquierdas», ¿dónde está su humildad? Lo importante para Iglesias es hacer cábalas, enfangar todo lo que toca porque su único objetivo es alcanzar el olimpo de los líderes, de los salvadores del mundo.
La mente superior –elevada soberbia– de este exvicepresidente no tiene límites (la culpa de ello la tienen las series que ve a diario). Quiere, con su figura, evitar que «la ultraderecha se apodere de las instituciones». Pero no se da cuenta que cuando dice esto muchos de los que le escuchan están pensando cómo él, representante de la extrema izquierda, ha conseguido llegar a dónde llegó.
Se propone salvar «la Democracia, la Sanidad y la Educación de nuestros hijos» cuando, al tiempo que defiende la ocupación quiere saquear la propiedad privada, se enfrenta a la Constitución, la Corona y todo eso que ya sabemos. El mantra con el que inició su campaña presidencial no se corresponde con sus hechos, porque ya sabemos en dónde sitúa la libertad del ciudadano: en sus manos. Él es el único capaz de decidir lo que es bueno para nosotros.
En cualquier caso, no está solo. Moncloa también ha puesto en marcha todos sus recursos propagandísticos para denostar la política fiscal y los aciertos habidos y que han permitido el desarrollo económico y social de la CAM. Cegados por su ideología, la izquierda sigue adelante con sus mensajes destructores, porque nunca aceptaron que se convirtiera en la referencia de su antipolítica. Está claro que la verdad nunca ha sido una virtud del político.
Quizá me ayudarán a entender a Iglesias la relectura de ‘La insoportable levedad del ser’, de Milan Kundera o la película ‘Bienvenido Míster Chance’ (Being There, 1979), de Hal Ashby.