No fue un golpe militar, sino una intentona que paró el Rey Juan Carlos desde Zarzuela y que en cierto sentido hizo fracasar el teniente coronel Tejero. Sí, el que entró en el Congreso pistola en mano gritando “Todos al suelo”, lo que hicieron todos excepto Adolfo Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo, impertérritos en sus escaños.
El golpe que tenía a Milans del Bosch como principal impulsor, con una trama civil corta pero con importantes personajes del franquismo, lo abortó Tejero al adelantarse porque no estaba de acuerdo con el planteamiento que le hicieron: un golpe constitucional. Con Armada presidiendo un gobierno de concentración avalado por el Parlamento. Tenía entre sus promotores a algunos miembros del partido socialista, que en ningún caso lo consideraron un golpe militar sino una salida pacífica a una España convulsionada por lo que se llamaba “ruido de sables” en los cuarteles.
La mayoría de la milicia vivía indignada por lo consideraban fracaso de la lucha contra ETA y, sobre todo, por la legalización del partido comunista año y medio después de la proclamación del Rey. Un Rey Juan Carlos que se había reunido con la cúpula militar en compañía de Adolfo Suárez, para advertirles de la decisión de convocar elecciones con participación de todos los partidos incluido el comunista. Solo así España sería una democracia plena, les explicó, y sería aceptada en el Mercado Común Europea y la OTAN.
Costó que aceptaran los generales con mayor poder de los tres ejércitos, pero finalmente asumieron la legalización del PCE aunque pidieron ser informados antes de que se aprobara. Promesa que Adolfo Suárez no cumplió porque no les informó del decreto, lo que provocó que los militares se sintieran engañados y se iniciaran movimientos para quebrar el sistema.
El golpe lo paró el Rey Juan Carlos, pegado al teléfono en Zarzuela, desde donde llamaba, junto a Sabino Fernández Campo, a las capitanías generales para dar órdenes tajantes de que nadie se sumara a los golpistas. Encontró reticencias y dudas, algunos generales creían que Milans actuaba en nombre del Rey. En el despacho de D. Juan Carlos, el Príncipe Felipe seguía todo lo que ocurría aquella inacabable noche en la que su padre le dijo que estuviera atento a cómo se paraba una intentona golpista.
Porque la paró el Rey Juan Carlos, aunque los maledicentes habituales le apuntaron como inductor. Si D. Juan Carlos hubiera simpatizado con los golpistas, lo tenía fácil: cruzarse de brazos. Solo eso. El gobierno estaba secuestrado y algunos de los generales golpistas eran los más acreditados de la milicia. Y los más influyentes.
Las llamadas telefónicas del Rey con instrucciones precisas y determinantes, y su discurso por televisión al filo de la medianoche, con uniforme militar y palabras firmes y contundentes, paralizaron la asonada que habría cercenado la incipiente democracia española.
Se cumplen 40 años del 23-F, la intentona golpista que pudo destrozar España y que paró su Jefe de Estado.