«Hay experiencias detrás de las cámaras que nunca olvidas»

Ester Bueno
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Le gustaría transmitir a las nuevas generaciones que la creatividad, la imaginación y el pensamiento crítico son irremplazables, y que el verdadero avance no está solo en las máquinas, sino en cómo las usamos para contar historias que conectan

«Hay experiencias detrás de las cámaras que nunca olvidas»

Jesús Campillo tiene tantas vivencias en su interior, tantas imágenes detrás de su retina, atesoradas a lo largo de los años detrás de las cámaras, en tan distintos países, que si pudiéramos hacerle una radiografía de los interiores seguro que aflorarían atardeceres maravillosos, paisajes incontrolablemente bellos, los mares, las caras preciosas y únicas de tanta gente que sufre y ríe, la reivindicación de los desfavorecidos, la lucha por la naturaleza, el amor a su familia, muchas montañas, Gredos, Ávila. Guarda Jesús esa inocencia del que tiene mucho por descubrir y también cierta tristeza del que ha visto ya mucho, pero siempre la curiosidad y la imperiosa necesidad de aprender, de seguir explorando este mundo desde una perspectiva única.

Jesús nació en Ávila, en la calle Berrocales 17. En ese barrio de Las Vacas que marca carácter a los que de allí son y sus primeros recuerdos son puertas abiertas, vecinos que eran familia, su Colegio primero, El Cervantes, después El Diocesano, y sus clases de música, el solfeo, que marcarían su primera salida del hogar familiar para formar parte de la Escolanía de El Escorial. 

¿A qué edad te fuiste a San Lorenzo de El Escorial? ¿Qué recuerdos tienes de esa época?

Me fui a San Lorenzo de El Escorial con nueve años, después de pasar una selección previa. Recuerdo perfectamente aquel día en el que me presenté a la prueba de acceso acompañado de mi madre. Pasé el examen y, en septiembre, ya estaba ingresado en el Real Colegio Alfonso XII, dentro del Monasterio de El Escorial.

Esa época fue para mí un cambio total, un descubrimiento de un mundo completamente diferente. Era un colegio nuevo, una ciudad nueva, y además estaba la Escolanía, que tenía su espacio reservado en el monasterio, junto a la comunidad agustiniana. Todo me parecía enorme y fascinante, desde recorrer la calle principal del pueblo hasta explorar cada rincón del monasterio con mis compañeros. Nos escondíamos en recovecos inesperados, y los jóvenes agustinos que estaban estudiando teología actuaban como monitores, organizando excursiones o enseñándonos lugares increíbles, como el cimborrio del monasterio.

Uno de los recuerdos más especiales que tengo de esa época es mi experiencia con la música. En la Escolanía aprendí lo que era la polifonía de verdad. Éramos unos 25 chicos en clase, y nuestras voces se dividían en sopranos, contraltos, tenores y bajos. La sensación de cantar en conjunto, especialmente en la basílica del Escorial, era algo mágico. La acústica del coro hacía que la música te envolviera por completo. No éramos simples espectadores; Éramos parte esencial de ese sonido tan impresionante. Fue una época inolvidable que me marcó profundamente, tanto por la música como por las amistades que formé.

Finalmente  fue la música la que te guió un poco hacia lo que es hoy tu profesión.

Mi primer contacto con la música fue a través de la Academia Municipal dirigida por el maestro Andrés Piquero, maestro, músico y compositor de El Tiemblo, con varios premios nacionales de composición de pasodobles. Mi madre me llevó allí cuando tenía unos 7 u 8 años, Fue él quien me introdujo en el solfeo, que en aquel entonces era el primer paso para aprender música. Aunque al principio era un proceso un poco árido, aprendí a leer las notas musicales ya comprender los fundamentos básicos del lenguaje musical, que me sirvieron como base para lo que vendría después.

A lo largo de mi formación musical, fui desarrollando la capacidad de escuchar la música de una manera más profunda. Podía distinguir los distintos elementos de una composición: el bajo, la armonía, la batería, la guitarra… y entender cómo cada uno contribuía al conjunto. Esta habilidad de análisis, aprendida gracias a la música, me ha acompañado en todos los aspectos de mi vida y, sin duda, en mi carrera profesional.

Sin embargo, mi camino no estaba directamente en la música, aunque sí comenzó a estar ligado a ella de una manera más práctica. Alrededor de los 13 o 14 años, empecé a colaborar con grupos de verbena, gracias a mis hermanos, que ya estaban muy introducidos en ese mundo. Ahí descubrí aspectos técnicos de los instrumentos y de los equipos de sonido. Los músicos me contaban detalles: el bajista me explicaba las particularidades de un bajo, el guitarrista de la guitarra, el organista del órgano Hammond… Era como una esponja, absorbiendo ideas.

Fue en esa época cuando apareció en España la figura del colaborador técnico de sonido, un trabajo que en aquel entonces no estaba profesionalizado. A menudo, este colaborador no solo se encargaba del sonido, sino también de transportar el equipo, organizar la producción, e incluso llevar los bocadillos. Fue un aprendizaje práctico y directo, donde la «carrera» te la enseñaba la vida. Trabajé con grupos como Los Dandys, Los Titanes y Marrón, que eran bandas muy relevantes dentro del circuito musical de Ávila. Marrón, en particular, tenía un enfoque vanguardista para la época.

Aquí los años 80 fueron decisivos

En los años 80, viví la llegada de los primeros equipos de sonido avanzados a España. Era un momento emocionante. Se empezaron a importar materiales de marcas americanas como Fender y Hammond, equipos que antes eran prácticamente inaccesibles. Estos equipos tenían divisores de frecuencia, cajones de graves y otros avances que revolucionaron la producción musical. Estar en contacto con este material me permitió aprender muchísimo sobre tecnología de sonido y cómo aplicarla.

En paralelo, también comencé a trabajar con discos de importación. Vendía música vanguardista de Londres y Alemania, géneros como el inicio del techno, el house y otros sonidos que estaban emergiendo en Europa. Me encargaba de distribuir estas discotecas en discotecas de Madrid, Salamanca, Cáceres y otras ciudades. Este contacto con la música moderna me abrió las puertas al mundo de la televisión, donde empecé a trabajar más adelante.

Aunque la música no se convirtió en mi profesión principal, todo lo que aprendí en esos años me formó como persona y como profesional. Hoy, como operador y productor de video, aplico muchas de las lecciones que me dejó la música: la importancia de la precisión, la sensibilidad para conectarse con el público, y la capacidad de analizar y descomponer un proyecto en sus partes esenciales. La música fue la base que me ayudó a entender cómo contar historias, ya sea con sonido o con imágenes.

Pero llegó la oportunidad de la televisión y no dudaste

La oportunidad en televisión llegó gracias a un amigo, Adrián Gómez, que tenía una empresa de audiovisuales llamada Centro Difusor de Imagen. Adrián disponía de cámaras profesionales de televisión, algo que en aquella época era un recurso exclusivo. Charlamos, surgió una oportunidad y me comentó que necesitaba un ayudante operador para un trabajo de producción. Me pidió que le echara un cable, y sin dudarlo le dije: «Cuenta conmigo».

Recuerdo que nos plantamos en Madrid, en una discoteca de moda en aquella época, para grabar un reportaje para Wrangler, los famosos vaqueros. A partir de ahí, establecimos una colaboración muy cordial que nos llevó a trabajar juntos en diversos proyectos. Entre ellos, destaco los inicios de televisión local en Salamanca y Segovia. En Segovia, contacté con Julio Misis, un amigo que fue uno de los propulsores de la primera televisión local de España en los años 89, 90 y 91.

Ese proyecto marcó un hito, ya que Segovia tuvo la primera emisión local del país, seguida de Salamanca y Ávila. Aunque conseguimos la licencia para la televisión local en Ávila, por circunstancias externas no se pudo llevar a cabo. Aun así, continuó colaborando con televisiones locales, produciendo contenidos como encierros en Cuéllar y reportajes en Segovia y Salamanca, junto a Adrián y Julio.

En 1992, comencé a colaborar con la agencia EFE, realizando noticias como colaborador externo. Trabajábamos con equipos BROADCAST, que eran los más avanzados de la época. Esta experiencia me abrió puertas para colaborar con Antena 3, Telemadrid, y más adelante con Telecinco y Europa Press. En 1997 firmé un contrato con Televisión Española como corresponsal gráfico en Ávila, a nivel nacional y regional. Este contrato me permitió seguir trabajando también para otras cadenas, como Telemadrid y Antena 3, hasta el año 2000, cuando decidimos cambiar de estrategia profesional.

Ser operador de cámara de televisión implica mucho más de lo que parece. Es una profesión compleja, que requiere conocimientos técnicos de imagen y sonido, además de la capacidad de trabajar bajo presión. Tienes que estar preparado para actuar en situaciones de estrés, como cubrir incendios o eventos de última hora. Durante los primeros años, las limitaciones técnicas hacían todo más complicado. Por ejemplo, grabábamos una noticia por la noche, llevábamos la cinta en autobús a Valladolid y la editábamos para el informativo del mediodía. Era un proceso que ahora resulta impensable con los avances tecnológicos.

El cambio de cámaras analógicas a digitales revolucionó el sector. Las cámaras actuales son auténticos ordenadores, capaces de enviar contenido directamente a los canales de televisión. Esto ha permitido que las noticias sean inmediatas, pero también ha cambiado nuestra forma de trabajar. Antes hacíamos noticias diarias con plazos ajustados, pero hoy en día trabajo en proyectos más planificados y de mayor duración, lo que requiere otro tipo de enfoque. 

Después decides crear tu propia empresa. ¿Qué trabajos en España son los que destacarías ya con VIDICAM?

Decidí crear mi empresa, VIDICAM, en 1989 por necesidad y motivación personal. La tasa de paro era altísima, y con una familia que mantener, había que buscar estabilidad. Mi interés por el audiovisual no solo se mantuvo, sino que creció, así que formalicé mi situación como autónomo.

En España, uno de los trabajos más emblemáticos fue la producción de Ávila desde el Aire , una serie de ocho capítulos dedicados a mostrar la riqueza cultural y paisajística de la provincia de Ávila, cubriendo las diferentes partes del territorio. Este proyecto incluyó tecnología audiovisual avanzada para la época, y el resultado fue una producción de altísima calidad.

Otro proyecto destacado fue el trabajo con la cofradía de San Pedro Bautista en San Esteban del Valle. Colaboramos en mostrar su historia, destacando la figura de Pedro Bautista como el primer embajador español en Japón, lo que nos llevó también a proyectos internacionales relacionados con su legado.

Finalmente, destacaría nuestra colaboración con la diócesis de Ávila para llevar un mensaje de los chicos de la Casa Grande de Martiherrero al Papa Francisco. Producimos un video en el que los chicos compartieron mensajes para el Papa, que posteriormente lo vio y los invitó al Vaticano. Fue una experiencia inolvidable, culminada con la audiencia personal con el Papa y el impacto mediático del proyecto, que alcanzó cientos de miles de visitas en plataformas digitales y apariciones en medios nacionales e internacionales

¿Y en el ámbito internacional?

En el ámbito internacional, hemos trabajado en proyectos muy diversos y significativos que dejaron una huella tanto profesional como personal. Por ejemplo, colaboramos en Kenia con las monjas Franciscanas de la Inmaculada, que trabajan con niños afectados por el sida, documentando su esfuerzo por darles alimento al menos dos días a la semana en condiciones de extrema pobreza, en barrios de Nairobi donde la mayoría de la gente vive bajo chapas y en una situación de precariedad absoluta. También estuvimos en Perú, a más de 4.000 metros de altura, con comunidades que trabajan en canteras en condiciones muy duras. Allí vimos niños de 7 y 8 años con las manos marcadas por el frío y el esfuerzo, y pese a todo, con una felicidad que impacta profundamente. Estas experiencias te hacen valorar mucho más las oportunidades que tenemos y la suerte que implica nacer en un lugar u otro.

En Japón trabajamos con la cofradía de San Pedro Bautista, documentando su legado como primer embajador español en ese país. Fuimos a Nagasaki, donde todavía hoy se le recuerda con gran respeto y devoción, y vivimos de cerca cómo su figura sigue siendo importante después de cuatro siglos. Fue una experiencia muy enriquecedora, no solo a nivel histórico, sino también humano.

En Estados Unidos realizamos una colaboración con la Universidad Católica de Ávila para un documental sobre sus intercambios académicos con las universidades de Nueva York y Washington. Produjimos una pieza que unió equipos españoles y estadounidenses, mostrando esas conexiones culturales y académicas de una manera muy cercana. También hemos trabajado en Líbano, Montenegro y Londres, colaborando en documentales musicales y culturales que nos permitieron explorar distintas realidades y enriquecer nuestro bagaje técnico y artístico.

Cada proyecto internacional te marca de una manera especial. Por ejemplo, recuerdo en Perú a una familia que había construido su hogar a partir de cuatro palos y una bandera de Perú, y cómo eso era para ellos motivo de orgullo. O el caso de una monja que trabajaba diariamente con un hombre sordociego. Ver la forma en que lograban comunicarse, con un esfuerzo mutuo inmenso, es algo que no solo te emociona, sino que te hace reflexionar sobre la capacidad de superación humana. Al final, estas experiencias, más allá de los logros profesionales, te dejan aprendizajes personales que nunca olvidas.

¿Cuál ha sido la evolución de tu profesión y cuáles son los grandes desafíos del futuro?

La evolución de mi profesión ha sido vertiginosa, marcada por el paso de lo analógico a lo digital. Comenzamos trabajando con cámaras de tres tubos, magnetoscopios colgados al hombro y cables que conectaban todo. En esa época, la televisión se emitía a través de antenas VHF y UHF con una calidad que ahora nos parece inimaginable. Pasamos por hitos como la digitalización total, la llegada de la alta definición y la democratización de la tecnología, que ha permitido que con un simple teléfono móvil se pueda grabar, editar y emitir en directo para m.

En cuanto a desafíos futuros, la inteligencia artificial y las nuevas tecnologías como los drones están redefiniendo el sector. Empezamos a usar drones en 2013, y desde entonces su evolución ha sido exponencial: ahora son más seguros, autónomos y de mayor calidad. También hemos visto cómo herramientas como los ordenadores cuánticos o los sistemas de edición en tiempo real están transformando la forma de trabajo, reduciendo los tiempos de producción y permitiendo resultados.

El reto no es solo técnico, sino también humano. Aunque la tecnología facilita mucho, es esencial que las producciones mantengan un alma, que comuniquen algo genuino. La creatividad, la imaginación y el pensamiento crítico son irremplazables. Mi objetivo es transmitir esto a las nuevas generaciones, darles las herramientas necesarias para que desarrollen su potencial y se conviertan en los creadores del futuro. El verdadero avance no está solo en las máquinas, sino en cómo las usamos para contar historias que conectan con la sociedad.