Antonio, Alejandro y Roberto, todos Sáez, son las tres generaciones de la peluquería barbería Antonio, establecimiento que abrió sus puertas en junio de 1957 en el paseo de la Estación y que se ha convertido en el negocio decano de la peluquería abulense.
Antonio Sáez, nacido en Ávila en 1927, fue el encargado de abrir esta peluquería de caballero junto a la estación de ferrocarril. A los once años empezó a trabajar como aprendiz en un negocio de la calle San Segundo donde no solo se cortaba y afeitaba sino también se ponían inyecciones. De hecho, cuenta Alejandro, su hijo, en aquella época los barberos eran también practicantes.
De la calle San Segundo se marchó Antonio a otra peluquería en la calle Reyes Católicos, prosigue tirando de memoria Alejandro, hasta que el día de San Antonio de 1957 decidió su padre abrir una peluquería barbería junto a la estación de tren, en una zona que entonces era prácticamente campo y estaba a las afueras de la ciudad. En la elección de ese lugar tuvo que ver el hecho de que Antonio acudiera a echar una mano al único peluquero de la zona que cayó enfermo y que de hecho terminó cerrando, lo que animó a Antonio a abrir su propio negocio en un lugar muy frecuentado por ferroviarios, camioneros y gente de paso. De hecho, dice su hijo, llegó a tener dos empleados a los que con quince años se unió Alejandro, que también decidió seguir el oficio de su progenitor.
«Tenemos clientes de toda la vida, algunos incluso desde la época de mi padre», cuenta la segunda generación de esta peluquería barbería. «Desde el año 95 llevo viniendo yo», apunta acto seguido Medardo Estévez, cuyo pelo corta a tijera Alejandro en ese momento.
Es más, asegura este peluquero, y lo confirma su hijo Roberto, que trabaja con él desde hace nueve años, que a cortarse el pelo, afeitarse y arreglarse la barba vienen no solo vecinos de Ávila, sino de muchos pueblos de la provincia y también gente que vive en otros lugares como Madrid o Salamanca. «Hasta de Alemania tengo un cliente que siempre que viene a Ávila aprovecha para pasar por aquí y que le corte el pelo», cuenta Alejandro antes de reconocer que muchos de esos clientes ya son amigos. De hecho, afirma, de muchos de ellos ha terminado conociendo detalles personales aunque él asegura que su peluquería es como una iglesia y que allí existe «secreto de confesión».
«De fútbol no he hablado en mi vida, porque no me gusta», reconoce Alejandro cuando se le pregunta sobre los temas de conversación más habituales con sus clientes, momento que apostilla su hijo Roberto para afirmar que «de política es mejor no hablar». «Es que yo hay veces que me caliento», reconoce su padre que afirma que de lo que más le gusta hablar con sus clientes es de campo y de naturaleza. No en vano, y también en una afición heredada de su padre y abuelo, tanto Alejandro como Roberto son aficionados a la caza, a las setas, a la pesca y a la cría de especies. El padre, de gallinas, faisanes o palomas, y el joven peluquero, a la de canarios, afición que ya le ha reportado varios premios tanto nacionales como internacionales.
«A nosotros nos encuentras más por el campo que por la ciudad», afirma Alejandro mientras muestra las fotos de perdices, faisanes y otras especies de aves (regalo de su amigo Francisco Motilva, como apostilla) que comparten espacio en las paredes de su negocio con imágenes en blanco y negro de esta peluquería en las que su padre y los empleados, todos ellos luciendo batas blancas de barbero, miran a cámara. No es el único recuerdo al fundador de este negocio, ya fallecido y que se jubiló cuando llegó a los 65 años dejando al frente del establecimiento a su hijo Alejandro. Y es que aunque el local se reformó la peluquería barbería Antonio aún conserva las estanterías originales con los frascos de las lociones y ungüentos que tras el afeitado y el corte el peluquero masajeaba sobre el cuero cabelludo y cara de sus clientes.
«El corte clásico, a tijera y en seco, se está perdiendo. En muchas peluquerías solo saben cortar con máquina», apunta Alejandro cuándo se le pregunta si ha cambiado mucho el oficio en los últimos años. Es más, asegura que lejos de lo que se podría llegar a pensar la proliferación de barberías y peluquerías masculinas que ha habido en Ávila en los últimos tiempos a ellos no les ha afectado. De hecho, cuenta, a los clientes de toda la vida se han ido sumando nuevos, muchos de ellos jóvenes que buscan cortes más modernos o degradados de los que se encarga su hijo Roberto, que se formó profesionalmente como peluquero pero que asegura que «como realmente se aprende es trabajando». Y eso, trabajo, no les falta.