Lírica pictórica

D. Casillas
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Ricardo Sánchez expone en el Palacio los Serrano de Fundación Ávila un resumen de su trayectoria creativa, muestra para la que ha seleccionado pinturas de todas sus series y que tiene el valor añadido de que hay mucha obra nunca antes expuesta

Lírica pictórica - Foto: David Castro

Es muy bueno, saludable incluso podría decirse, que los artistas más consagrados, esos que por sus muchos méritos llevan muchos años siendo una seña de identidad de la cultura abulense, vuelvan a llenar los espacios expositivos de la ciudad, porque aparte de que son garantía de mucha calidad atesoran en su obra, para compartirla a través del lenguaje del arte, una parte del alma de esta tierra de las últimas décadas.

Es el caso de Ricardo Sánchez, uno de los grandes nombres de la pintura contemporánea abulense, que después de ocho años muy largos sin mostrar su obra al público ha decidido, «aunque me ha costado mucho hacerlo», volver a dialogar a través de su obra con los aficionados al arte.

Su decisión, en la que ha contado con «el empeño y el apoyo de Dolores Ruiz-Ayúcar, y de otros amigos», ha tomado cuerpo en una exposición magnífica que ayer fue inaugurada en el Palacio los Serrano de la Fundación Ávila, un conjunto de 42 pinturas de muy diferentes tamaños y temáticas en las que late un corazón y una vida dedicadas, con el sello de la excelencia, a la pintura.

Reciben al espectador, recién traspasado el umbral de acceso a la sala, dos pinturas brillantes y cargadas de significación: el retrato, en un hipnótico claroscuro, que hizo a su mujer, María Jesús, cuando estaba embarazada de su primer hijo, y un autorretrato especialmente inspirado en el que funde muchas cosas y donde, posando en una de sus célebres estaciones ferroviarias, mira sereno al espectador con una mirada tomada por una tristeza que lo es pero que también es valentía para seguir luchando contra el peso de la vida.

A la calidad de la obra de Ricardo Sánchez se suma el atractivo añadido de que la mayoría de las pinturas que ha elegido para esta exposición, que aclara que es «una especie de resumen de toda mi trayectoria creativa, no una antológica», no han sido nunca colgadas en Ávila, con lo cual se redescubre al artista y también se descubre algo nuevo de él.

Aunque tiene Ricardo Sánchez una parte de su pasión creativa en el dibujo, algo que queda patente en la mayoría de sus obras, levantadas sobre los cimientos sólidos que pergeñan esas líneas básicas que sostienen buena parte de peso del resultado final, ha querido que en esta exposición sólo tengan cabida sus pinturas porque «no quería mezclar una cosa con la otra, aunque me ha costado decidirme».

Para esta muestra, que «viene a ser un resumen con el que cierro una época de mi vida creativa para empezar con otra», ha escogido Ricardo Sánchez entre su mucha obra una o varias piezas «de cada una de mis series», buscando ofrecer una mirada al mismo tiempo concentrada y amplia de su amplio currículum.

En esa misma sala que da acceso a la exposición ha colocado también el artista retratos de sus hijos y de sus padres, gravitando esas cuatro pinturas sobre una luminosa visión de la ciudad de Ávila tomada desde su lado oeste, así como una vista del alma de Ávila encarnada en piedra y uno de sus 'espacios abandonados', una enorme sala de aspecto fabril de inquietante belleza.

homenaje. Justo al lado se encuentra una pequeña salita que «he querido dedicar a María Jesús a modo de homenaje», en la cual ha colgado recreaciones de pájaros y de cardos, dos 'modelos' que le eran muy queridos.

Otra de las salas está dedicada a los 'desnudos tras la puerta', un juego de espejos y de recreaciones que le ha dado muchos reconocimientos y en el que de nuevo el realismo juega con la idealización de lo retratado, y justo al lado ha colgado una serie de obras de gran tamaño en las que ha plasmado estaciones de tren de Estados Unidos, unas piezas nunca expuestas hasta ahora en las que lo más prosaico de esas estructuras viarias encuentra lugar para regalar al espectador «un algo de espiritual».

Hay también, no podría ser que no, una sala dedicada a sus estaciones de trenes (Reino Unido, Suiza, Portugal o Aranjuez), unos espacios limpios y con no poco de geométricos en los que también cabe la incorporación de elementos que idealizan el conjunto –«me han dicho quienes de esto saben que por esas estaciones, en las que yo cambio cables y pongo catenarias según un criterio estético, no podrían circular los trenes, pero es una licencia artística que me tomo»–, y en los que tiene una enorme fuerza la atmósfera sosegada, como de día eterno sin sol, que aporta tanto al cuadro como el resto de elementos puestos sobre el lienzo.

Y hay también en esta exposición, de muy recomendable visita, ejemplos de algunas de sus series nuevas (unos cucurrumachos de Navalosa, una estación de tren, unos pájaros…), alguna vista más de Ávila y un par de ejemplos de pinturas que realizó en sus inicios en el mundo del arte, dos miradas entonces realistas y hoy simbólicas a la buhardilla que tuvo como lugar de trabajo hace muchos años.

Hay mucha calidad en esta exposición, mucho lirismo contenido entre los colores y las líneas que definen sus modelos, mucha fuerza y mucha capacidad de conectar con el espectador, seguramente porque en ella cuenta más de lo que se ve, y ese párrafo añadido a lo que capta el ojo consigue la complicidad de quien lo ve. En parte es así, explicó él mismo, porque aunque «mi obra sea definida como realista, y esencialmente lo es, hay en ella muchos elementos idealizados» que consiguen que la mirada esté al mismo tiempo y cargada de simbolismo, de una limpia bruma de significados personales y de alguna manera también compartidos.

La exposición, que también recomendó vivamente su visita Dolores Ruiz-Ayúcar, presidenta de Fundación Ávila, por entender que está llena de valores y de sentimientos muy hondos, puede visitarse hasta el día 5 de enero, de lunes a viernes de 11,00 a 14,00 y de 18,00 a 21,00 horas, y sábados de 11,00 a 13,30 y de 18,00 a 20,00 horas. Domingos y festivos permanecerá cerrada.