Condenados a regalar la lana de sus ovejas

Mayte Rodríguez
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Cuando la campaña del esquileo va tocando a su fin, los ganaderos de ovino están asistiendo a un fenómeno inédito: no reciben ni uncéntimo por la lana de sus rebaños, otro síntoma del declive del medio rural

Eduardo Sáez, a la derecha, junto a su rebaño de ovejas.

Cada vez resulta más difícil contemplar un rebaño de ovejas pastando por las llanuras morañegas. Esa estampa, que seguramente sea uno de los símbolos de Castilla, de lo que esta tierra fue durante siglos y de todo lo que ese animal representó para la economía de  un reino  que dominó medio mundo en otra época, está a punto de desaparecer de ese horizonte infinito que regala La Moraña a quien detiene en ella su mirada. En Papatrigo solo queda un rebaño, en Collado de Contreras son dos los pastores que mantienen esa actividad ancestral, Eduardo Sáez es uno de ellos. «En los pueblos que lindan al sur ya no hay ninguno, se han ido jubilando todos y nadie ha seguido con los rebaños», nos cuenta. 

En este mes de junio acabarán de esquilar a sus animales los ganaderos que no lo hayan hecho hasta ahora, una faena imprescindible para que las ovejas afronten los rigores del verano sin el peso y el calor que inevitablemente llevan consigo los dos kilos y medio de lana que carga cada una. Pero el declive que sufre el medio rural cada vez lo pone más difícil incluso para pelar a las ovejas. Hace años ya que la escasez de esquiladores llevó a 'importarlos' de distintos países latinoamericanos, que en época de esquileo viajaban a España expresamente para acometer esa faena. No es el caso de Eduardo Sáez, cuyas ovejas ya están peladas tras acometer la faena los tres esquiladores a los que suele recurrir cada año por estas fechas, todos ellos nacionales. «Uno viene de La Adrada, otro de Cebreros y otro de Cáceres», apunta. «A mí me van bien, ellos cumplen y yo les sigo llamando, pero sé que la mayoría de los equiladores que trabajan por aquí vienen de Uruguay, de Polonia y de Rumanía», explica.

Cuando era joven, él mismo esquilaba su rebaño, por eso sabe bien lo exigente que es físicamente esa tarea. «Esquilar es muy duro, hay que haberlo hecho para saber bien lo que es estar ahí, pegado al animal, ocho o diez horas seguidas y aguantarlo», asegura. Quizá por ello, él no escatima ni un céntimo a sus esquiladores, que dejaron peladas a sus 680 ovejas en un solo día de trabajo. «Empezaron a las ocho y media de la mañana y acabaron a las seis de la tarde, cada uno cobra las ovejas que pela, su tarifa es de 1,50 euros por animal», detalla Eduardo.

Este año, coincidiendo con la temporada de esquileo, ganaderos de ovino abulenses como él están asistiendo a un fenómeno insólito hasta ahora que puede interpretarse como un indicio más, quizá definitivo por lo que tiene de símbolo, de la agonía que sufre el medio rural: están regalando la lana de sus rebaños porque «no vale nada», lamenta. «Ya llevan tiempo pagándonos muy poco por la lana, el año anterior nos dieron 10 céntimos por kilo, pero este año ni eso», afirma este hombre de 50 años que siguió la tradición familiar y después de una vida entera pastoreando sus ovejas y desviviéndose por ellas asiste incrédulo a semejante paradoja: él tiene que pagar algo más de mil euros a los esquiladores para que pelen a sus animales, pero a él nadie le da ni un céntimo por los 1.300 kilos de lana obtenidos de esquilar a su rebaño. «Nos dicen que no vale nada porque la lana no tiene salida, que apenas se vende porque da mucho trabajo lavarla, peinarla y hacer todo ese proceso», comenta Eduardo, resignado. Ni él ni el resto de ganaderos de ovino tampoco pueden ni plantearse acumular la lana, obligatoriamente hay que darla salida fuera de la explotación. «A la larga, esa cantidad de lana acumulada puede provocar bichos o enfermedades, así que hay que deshacerse de ella». 

Él recuerda que cuando era adolescente su padre obtenía un buen pico de la venta de la lana. Pero si nos remontamos más atrás en el tiempo, esa materia prima que hoy no vale nada  representó una de las principales fuentes de ingresos de Castilla durante siglos, cuyas ovejas merinas poblaban las llanuras morañegas, vestidas hoy con el verde de los pastos que regala la primavera, por las que Eduardo Sáez seguirá pastoreando su rebaño durante seis o siete horas al día. Pese a que todo parece complicarse, entre sus preocupaciones no está si habrá relevo. «Yo hijos no tengo porque soy soltero, pero sobrinos sí, a ellos les gusta ésto, pero ni les animo ni les desanimo a seguir con las  ovejas, es decisión suya», concluye. La única satisfacción que le queda es que, después de un tiempo en el que la Política Agraria Común (PAC) maltrataba al ovino y suponía "una verdadera ruina" para ganaderos como él, "ahora parece que la han enfocado un poco mejor", destaca.