Dice su currículum que ha estudiado psicología, informática, música y varios idiomas, ha realizado investigaciones clínicas en diversos hospitales psiquiátricos, es autora de Alianza Editorial y Anaya Multimedia y ha publicado más de 60 libros… una demostración de que somos capaces de hacer muchas cosas y bien.
Por fortuna, tengo ciertas aptitudes y he procurado desarrollarlas, pero de otras carezco por completo; por ejemplo, tengo problemas de orientación, nunca sé para dónde voy, por lo cual soy incapaz de dibujar.
O sea, que aunque haya 'autoayudistas' que nos quieran hacer creer lo contrario, no todos valemos para todo.
Creo que no, que para hacer algo bien hay que tener esa aptitud; nacemos con aptitudes que a veces pueden permanecer larvadas y hay que despertarlas, pero si no las tenemos no nos las podemos inventar.
Esa es la aptitud, pero si luego falta la actitud poco lejos se llega.
Claro. La aptitud forma parte de la inteligencia, no es voluntaria, y la actitud es un acto voluntario que a veces hay que trabajar.
¡Que pena que haya gente con aptitud pero sin actitud¡ ¿no?
Sí, es una lástima. De todas maneras, hay aptitudes que se desarrollan pero que si se produce una alteración o una disfunción en algún lugar del organismo, sobre todo del cerebro, se deterioran, con lo cual en ese caso de poco sirve la actitud.
Es que tenemos un órgano muy complejo encima del cuello, ¿no?
Mucho. El otro día leí a alguien que decía que si nuestro cerebro fuera tan sencillo que lo pudiéramos comprender, seríamos tan tontos que no lo comprenderíamos, y la realidad es que es tan complejo que no lo entendemos.
¿Por desgracia o por fortuna?
Por fortuna, creo yo.
Como psicóloga que es, imagino que, después de muchos años en los que había un cierto miedo a visibilizar esa realidad, verá positivamente que en España se haya normalizado el hecho de acudir a un profesional cuando alguien tiene problemas mentales.
Desde luego, es muy positivo. Cuando yo estudié psicología, se consideraba que era algo así como magia, casi nos confundían con los echadores de cartas o con los que leen el futuro en la bola de cristal.
He trabajado en hospitales psiquiátricos, pero echándole valor y con suerte, porque no era fácil conseguirlo. La psicología era algo extraordinario, casi desconocido, no estaba en los colegios ni en la salud mental ni en las empresas. Sin embargo, y afortunadamente, hoy está en todas partes, está integrada en la sociedad, la gente la entiende, sabe lo que es y va al psicólogo cuando hay que ir.
Señalan las estadísticas que los problemas de salud mental no dejan de crecer, ¿falla algo en la sociedad para que ocurra eso?
Fallan muchas cosas, pero en la sociedad siempre han fallado cosas, si no eran unas eran otras. Y lo que creo que ahora es un gran problema es la necesidad que se nos ha creado de conseguir la recompensa inmediata, el placer inmediato en todo momento y con el mínimo esfuerzo.
Puede concretar un poco más.
Todo ser vivo tiende al placer, que es el primer objetivo que tenemos en la vida, aparte de sobrevivir; pero ahora el placer es muy accesible para todo el mundo, nos lo ponen en bandeja, y ahí tenemos los ejemplos del teléfono móvil y las redes sociales, que con sólo un dedo nos permiten organizar una historia, empezar a recibir respuestas inmediatamente y cada 'me gusta' nos regala un 'chute' de dopamina.
Respuesta virtual fácil e inmediata, que luego no tiene correspondencia en la vida real.
Hay muchas facilidades para acceder a la recompensa inmediata, eso genera problemas por ejemplo de adicciones, y el día que falta esa recompensa inmediata... llega el 'mono' con todas sus consecuencias.
¿También hemos perdido la capacidad de frustración, incluso para lo que importa poco?
La tolerancia a la frustración no es innata, hay que aprenderla. Quizás esa capacidad es hoy menor porque estamos acostumbrados a tenerlo todo y pronto. Yo soy hija de la posguerra, un tiempo en que no teníamos nada, y seguramente por haber vivido con tantas carencias de alguna manera hemos querido sobrecompensar a nuestros hijos y los hemos acostumbrado a tenerlo todo, y además de inmediato. Tiene mucha fuerza eso de 'lo quiero, y lo quiero ya' e incluso aquello de 'no sé lo que quiero, pero lo quiero ya', que reflejan muy bien la sociedad de nuestro tiempo.
Entre sus muchos libros publicados figuran varios viajes al pasado, ¿lo hace porque le gusta la Historia, porque cree que conocer el pasado ayuda a conocer mejor el presente o simplemente porque le apetece?
Lo hago porque me gusta mucho la Historia, pero como no he estudiado historiografía, tengo que enfocarla desde el punto de vista psicológico, cuando es posible. Por ejemplo, he escrito una biografía de Emilia Pardo Bazán, no desde el punto de vista literario o periodístico, sino haciendo un retrato psicológico de la persona.
En alguno aborda también el tema del sexo...
Sí, pero en realidad de lo que hablo en esos libros es de medicina antigua, que estaba muy relacionada con la sexualidad como generadora de vida en su función de procrear, y que era el único fin que entendía para el sexo la sociedad occidental cristiana. A partir de ese concepto, surgen un montón de flecos y divergencias que permiten tratar muchas cosas, porque en esos temas hay connotaciones médicas, sociales e incluso religiosas.
Y también ha escrito sobre la Iglesia, sobre su presente y su pasado.
Así lo he hecho en Historia laica de la Iglesia, que se publicó recientemente, en la que he enfocado a la institución eclesiástica como si fuera una persona, con sus objetivos, sus problemas, sus necesidades, sus frustraciones y sus motivaciones, que es como yo lo entiendo, porque ya he dicho que no soy historiadora
Pero la Iglesia es mucho más que una persona, ¿no?
Claro, la Iglesia es una institución milenaria, es un país con una monarquía electiva, creo que el único del mundo que mantiene ese sistema medieval. Y ha sobrevivido al tiempo, debido a la necesidad de búsqueda espiritual que casi todo el mundo tiene: casi todos necesitamos que exista algo grande, más allá de los sentidos, a lo que mirar; yo lo encontré en la psicología, otras personas en la ciencia, otras en la filosofía y otras muchas en la espiritualidad.
Hay quien dice que los curas, en sus confesionarios, hacían hasta no hace mucho tiempo la labor que ahora hacen los psicólogos.
No es lo mismo, la gente le cuenta sus problemas al confesor, pero eso no tiene nada que ver con la psicología. El psicólogo no aconseja ni juzga, su función es catalizar los recursos que tenga el paciente para sacarlo adelante; sin embargo el cura sí es asesor y juez, que puede imponer una conducta o un castigo.
Impostando el título de un libro de autoayuda que tuvo mucho predicamento hace unos años, ¿sería positivo tener ahora más psicólogos y menos prozac?
Quizás sea cierto que ahora se abusa de los ansiolíticos, pero cuando una persona tiene problemas yo soy partidaria de los tratamientos multidisciplinares porque es lo que mejor funciona, ya que cada uno, el médico y el psicólogo, tiene su papel en la solución de esos problemas.
Por ejemplo, ante un brote psicótico o un ataque de ansiedad brutal, es mejor eliminar o reducir el síntoma o el brote con medicamentos, y después que intervenga el psicólogo para atacar la causa y prevenir la recaída.
Y si además podemos meter el humor en nuestras vidas, ¿miel sobre hojuelas?
Sin duda, porque el humor es la mejor medicina; lo que pasa es que el humor también depende del estado de ánimo de la gente, y si alguien está hecho polvo, el humor es muy difícil de levantar.
Después de recorrer mucho mundo y vivir en muchos lugares, decidió situar su residencia en la ciudad de Ávila porque dice que aquí encontró su paraíso.
Es que aquí he encontrado mi paraíso terrenal. Para mí el bienestar se llama silencio y soledad. Entiendo que son derechos a disfrutar. Me gusta estar sola y en silencio, pero tengo mucha familia y muchos amigos, con quienes me encanta compartir mi vida y muchas experiencias.
El silencio y la soledad no son fáciles de encontrar. Pero un día, hace unos 15 años, caminando por Ávila oí retumbar mis pasos a las cinco de la tarde, y en aquel momento, decidí venir aquí a envejecer. Y lo hice. Llevo ocho años envejeciendo en Ávila y disfrutando de ella. He vivido en Madrid, en Gijón, en Coruña, en Ferrol y en otros lugares incluyendo París, y es impensable disfrutar en cualquiera de esas ciudades de ese silencio y de esa soledad, tan importantes para mí, que he encontrado en Ávila.