Una clase magistral de «ilusión por vivir», de empuje ante las adversidades, de esfuerzo y trabajo, de abrirse puertas cuando la edad parece cerrarlas. Eso y mucho más fue lo que ofreció Carlos Soria, el veterano montañero abulense que protagonizó este jueves la conferencia 'Nunca hay que rendirse' organizada por la Escuela Universitaria de Enfermería de la Diputación Provincial en el salón de actos de la Escuela Politécnica Superior de Ávila, su casa, «mi tierra», a la que regresaba después de un tiempo y a la que ha vuelto con ganas de volver a pisar 'su' calle Vallespín, aquella «que me gusta tanto, donde vivían mis tías, que tan buenos recuerdos me trae de cuando era niño», de cuando pisaba el arroyo del Obispo, la balsa Verdeja, la fuente de la Canaleja... «Esos sitios de la naturaleza que ya de niño me atraían». Una charla que destinada a los más jóvenes, aquellos que tienen una vida por delante que vivir, pero que también estuvo dirigida a los mayores, a los que piensan que la edad es una barrera infranqueable. Para todos ellos Carlos Soria fue por unos momentos el mejor ejemplo de que cualquier muro se puede superar. Su vida, aquella que narró ante todos los asistentes, es un buen ejemplo de ello. También su momento actual, en el que se recupera del grave accidente que sufría el pasado mes de mayo cuando se disponía a conquistar la cumbre del Dhaulagiri y que obligó a una evacuación de urgencia del montañero. Un accidente que, por desgracia, se ha convertido en un capítulo destacado de una vida en las montañas.
Si había alguien adecuado para una conferencia con el título 'Nunca hay que rendirse' era Carlos Soria. Siempre ha sido el veterano montañero abulense –84 años– un ejemplo de superación, de trabajo, de ilusión. Fue una charla sobre su vida, «el deporte, el trabajo, la experiencia, la ilusión que hay que tener por vivir» como la que Carlos Soria pudo exponer ante un auditorio que pudo escuchar una vida «que ha transcurrido en las montañas» pero en la que no olvida su trabajo o su familia, «estupenda, numerosa, de cuatro hijas» a la que siempre ha tratado de prestar una atención especial. «Cuando se quiere, se pueden hacer muchas cosas.Hay tiempo para todo» dejó claro en una tarde en la que, sin duda, el desgraciado episodio sufrido la pasada primavera en el Dhaulagiri tuvo su protagonismo. «Fue muy injusto».
Nunca olvidará ese momento «terrible», ese 17 de mayo en el que, a las 5 de la madrugada y a 7.700 metros de altura, se truncaba su sueño de alcanzar la cima del Dhaulagiri, una cumbre que, de nuevo y esta vez de una manera cruel, le volvía a dar la espalda. «Era un año fantástico. A pesar de mis 84 años estaba en unas condiciones físicas inmejorables» aún lamenta. «El mejor día para ascender era el día 16. Salimos del Campo Base derechos al Campo 2 sin dormir en el Campo 1. Al día siguiente llegamos a buena hora para descansar un poco en el Campo 3. Salimos hacia la cumbre con buen tiempo, con una calidad de nieve aceptable, íbamos como un tiro pero a las 5 de la mañana ocurrió un desgraciado accidente cerca de la cumbre. Yo no tuve la culpa. Nadie tuvo la culpa» relata. Resbaló uno de los Sherpas que abrían la expedición y arrastró a otras tres personas, entre ellas Carlos Soria. «El único que me rompí la pierna fui yo». Ahora se queda con lo bueno, con que todo «salió bien», con toda la ayuda que recibió de la gente –«tengo muchos amigos por el mundo»– y gracias a la cual «estoy aquí recuperándome», pero fueron momentos muy complicados para rescatarle. La primera vez que le tenían que recatar «en 70 años de alpinismo».
«Era un sitio muy complicado para bajar y se consiguió gracias a que tengo muy buenos amigos» entre ellos los alpinistas polacos Bartek Ziemski y Oswald Rodrigo Pereira, que tomaron la iniciativa.Porque ya en Katmandú y a punto de tomar el vuelo hacia Varsovia, avisados del accidente no dudaron en ponerse en marcha, subirse a un helicóptero camino del Campo 2 y emprender la ascensión al Campo 3 en busca de Carlos Soria –«fue una inyección de moral para todos y una posibilidad de salir de allí con vida»– al que sus compañeros descendían como podían desde los 7.700 metros de altura a los que ocurrió todo. «Era una fractura abierta por la que perdía sangre, aunque entonces no lo sabíamos. No me podía quitar la bota ni el mono.La primera parte hubo que bajarla sin camilla, atado con cuerdas, tirando de las piernas para que no me escurriera. El dolor fue terrible pero mereció la pena.Aquí estamos» señala agradecido.
Una conferencia en la que quedó patente esa forma de ser que ha llevado a Carlos Soria a conquistar 12 de los 14 ochomiles del planeta.«Soy mayor pero queda mucho por delante.La vida merece la pena vivirse». Eso sí, que nadie piense que hay milagros, todo requiere de un esfuerzo y dedicación. «Hay que cuidar el cuerpo para que aguante lo más posible. Hay que entrenar, alimentarse bien y moverse, moverse aunque uno se encuentre herido, como me ocurre ahora» explicó en una tarde en la que mostró cómo está siendo su recuperación. Porque están siendo meses en los que ir cerrando poco a poco esas heridas, las físicas y las mentales. Porque la cabeza, ésa en la que tanto se repite ese fatídico momento, también debe sanar. «Lo he afrontado con ganas de recuperarme lo antes posible». Es una forma de tirar hacia adelante.
Se recupera Carlos Soria de la última intervención –hace tres semanas– en el que le retiraban los 27 tornillos y 2 placas que le colocaron en la primera de las intervenciones como consecuencia de la fractura abierta de tibia que sufría en su ascenso al Dhaulagiri y que le estaba ocasionando una infección en la zona. «Aún no sabemos cuándo, pero pronto estaré bien.Estoy seguro» explica a este respecto Carlos Soria. Si podrá volver a no a escalar montañas, «lo veré cuando acabe la recuperación, pero a las montañas seguiré yendo. Más altas, más bajas, más duras o más fáciles, pero a la montaña iré». Una lección más de vida.