David Ferrer

Club Diógenes

David Ferrer


Angustias se llama

07/02/2024

La señora Angustias vive hacia el sur. No en Andalucía sino en los barrios del sur de la ciudad, que es como vivir en otro cono, en otro continente. Se ha creado por allí hasta un microclima y en poco tiempo los lingüistas estudiarán las variedades dialectales del abulense que no son reconocibles en las zonas altas. Allí pasa los días esta anciana. Desde que tiene las piernas cansadas y su corazón late más despacio, la señora Angustias ya no va tanto al centro como le gustaría. A veces sus nietos le dan una vuelta en coche para que vea las novedades urbanísticas. Si esto parece la guerra, dijo Angustias en su último recorrido: hay vallas, socavones, baches y trincheras por un lado y por el otro. Y en la mayoría de escaparates hay un cartel de se alquila o se vende. Vamos hacia atrás y no hacia adelante, sentenció. Aquel día el corazón de Angustias latió algo más despacio de la pena. Aún recuerda a sus amistades de la infancia, las del colegio y la adolescencia. Y se sabe el nombre de todas las tiendas, las que están cerradas.
Hace poco a Angustias quisieron darle una nueva sorpresa. Era el cumpleaños de uno de los nietos y decidieron celebrarlo en un restaurante del centro. Uno nuevo, con menús asequibles y turísticos, porque los que conocía Angustias ya son solo caprichos del recuerdo. ¿Abuela, te atreves a subir por las escaleras mecánicas?, dijeron como en un reto algunos de los nietos. Pero, hijos, si yo no nací ayer. Eso no es nada nuevo: recuerdo cuando mi padre me llevaba a Galerías y a Sepu y bajábamos las escaleras mecánicas más contentos que unas pascuas. Ya, abuela, pero aquí en Ávila esto sí que es algo nuevo. Y para allá, hacia el prodigio técnico, fueron caminando. Con algunas paradas para un descanso. A medida que se iban acercando, la cosa pareció tornarse más infierno que paraíso: había que sortear unos adoquines mal encajados, después un coche subido a la acera, descender de esta y evitar que otro vehículo te depilara las piernas y, a medida que avanzaba la calle, el espacio de los peatones se hacía angosto, tan ridículo que casi pierde el equilibrio. ¿Pero hay escaleras mecánicas o me estáis engañando, porque parece que caminamos por una aldea? Al fin llegaron y subieron. Fue bonito. Y cómodo  ese tramo. Llegar hasta allí le supuso un suplicio. Y Angustias dijo que no más, que se quedaba en su barrio y que para esa ilusión no hacía falta tanto esfuerzo, ni angustias ni pesares.