Prolífico sin por ello dejar de apostar siempre por la innovación y la búsqueda de la olvidada o ignorada conexión entre pasado y presente desde una perspectiva que reivindica todos los saberes clásicos, también sin olvidarse de poner un poco de ironía o provocación en su labor creativa, el profesor abulense Eduardo Blázquez ha publicado recientemente un nuevo libro, titulado Las lágrimas de Jon Kapuleto y en el que comparte autoría con Errikarta Rodríguez, en el que se centra, desde esa heterodoxia que redescubre tantas cosas, en los «combates de amor y muerte» de un supuesto hijo que tuvieron Romeo y Julieta.
Ese hijo que nace de esta ficción reciente sostenida sobre una ficción centenaria y universal sirve a sus creadores para dar continuidad al relato incompleto del Tartalo que escribió Julieta, igual que haría siglos después Mary Shelley con su Frankenstein o Moderno Prometeo, un manuscrito inacabado que retomará el hijo de los hijos de Shakespeare para «viajar hacia las visiones sublimes de su madre, dobles senderos que dan forma a dos laberintos transitados por jardines italianos».
Con esta obra, editada por Amarante, «creo que hemos creado una ficción muy interesante para entender también mejor a los personajes de Romeo y Julieta, que se han convertido no solamente en arquetipos sino también en mitos, y a los que hasta ahora se les ha dado una visión en la que no se ha investigado la parte del primer texto de Romeo y Julieta, que se escribió en la Venecia del siglo XV».
arrojar nueva luz. A través de esta nueva perspectiva de dar a los símbolos del amor universal ese hijo que no pudieron tener, lo que «hace Jon Kapuleto es arrojar nueva luz y dar mayor amplitud a esa visión de los dos personajes por todos conocidos, en la que destaca la figura de Julieta, la autora de un libro sobre monstruos que ha dejado sin terminar, a la manera de los románticos que vendrán después».
La licencia literaria e intelectual de la creación de ese hijo de Romeo y Julieta que no pudo existir ayuda también a entender mejor «el mundo de los mitos y de los monstruos como personajes que han sido habitualmente simplificados y vapuleados, ya que a través de ese retomar el libro de su madre sublima su significado y le da continuidad».
En esa apuesta por reivindicar el mundo de los monstruos, que es el de lo desconocido, el del más allá, busca y encuentra también Eduardo Blázquez «conexiones interesantes con otras grandes figuras de la literatura, como Teresa de Jesús o Cervantes, que escribieron sobre el otro mundo, sobre el más allá, aunque fuese entre sueños y ensoñaciones».
Además, añadió el profesor y escritor abulense, «las lágrimas de Jon Kapuleto a las que alude el título de libro ayudan a entender la visión ultramundana que buscamos, porque el más acá y el más allá están muy conectados a través de ese símbolo y esa realidad, porque yo creo que a través de las lágrimas nos comunicamos también con el más allá a través de las personas».
También se reivindican en este libro, aparte «de la visión simbólica de los jardines, porque hay partes dentro de un jardín que son como un libro», la «no necesidad de acudir a la ciencia ficción o a las películas de terror para ver la deformación humana que viene transformada de los clásicos, porque la literatura de Julieta y la de su hijo Jon es la de las visiones, la del más allá».
Y además y de forma destacada, añadió, en este libro resalta «el peso que tienen en el renacimiento los libros de caballería y el concepto del guerrero humanista que no sólo quiere luchar sino que sueña con ser Escipión, Aquiles u otros mitos; es decir, que se reivindica que la visión del caballero del renacimiento tiene que ser no sólo la de un personaje de armas sino también de letras, y que debe tener una imaginación muy poderosa y ser capaz de montar en un caballo y también de bailar».
Trasladando esa mirada a Ávila, comentó Blázquez que esa imagen del guerrero humanista del renacimiento «está muy vigente en Ávila y la podemos descubrir con sólo mirar las fachadas de muchos edificios, su heráldica, que desvela que ese guerrero no era solo un militar sino alguien capaz de vivir con una sensibilidad compartida..., es decir, que la arquitectura abulense te habla de ello, dialoga con quien sabe verlo para contar por dónde iban las transformaciones de los castillos o de los palacios cerrados para convertirse en espacios abiertos e interiores que muestran a ese humanismo militar de unos hombres al mismo tiempo de armas y de letras que significaron una revolución, porque cambiaron el castillo hermético medieval, sin ventanas y sin balcones, en edificios con bibliotecas y receptivos a lo que venía por ejemplo de Italia».