La suciedad y el ruido que están emponzoñando a la política española en los últimos años, con especial virulencia tras la pandemia de la que en teoría íbamos a salir todos mejores, está comenzando a manchar también a la política más cercana, la de nuestra capital y provincia, en una especie de contagio que además de muy triste es también preocupante. La tendencia de la política nacional a sostener sus argumentos no sobre la razón o el afán de entendimiento para procurar el bien común, que en teoría no otra cosa es ese arte de la res publicae que decían los latinos, sino sobre la confrontación constante, las emociones y un sensacionalismo que hace muy fácil esa adulteración de la realidad, está asentándose también en esas dos instituciones que, situadas a unos pocos cientos de metros en el centro de la capital, representan a los ciudadanos abulenses de la capital y de la provincia.
Las mentiras o las medias verdades interesadas lanzadas desde las instituciones públicas contra las que los españoles llevamos luchando muchos años, en un atentado a la esencia de la democracia que puede parecer nimio pero que a fuerza de crecer se ha hecho un alarmante cáncer cada día más difícil de extirpar, parece que han encontrado abono en nuestra ciudad, tomando la aparentemente controlada tensión entre Ayuntamiento y Diputación una mala deriva que ha convertido ese 'estrés político' en un estallido de acusaciones y desmentidos, en una carrera de adrenalina incontenida y llena de riesgos que no lleva a ninguna buena parte.
Se quejan los políticos de que la ciudadanía no cree en ellos; se queja la ciudadanía de que todos los políticos son iguales, y no en lo bueno precisamente. Algo está fallando en la sociedad democrática que está haciendo que haya mucha crispación, desconfianza y desafección; quizás sea el error de creer que todo lo bueno que hemos conseguido en las últimas décadas va a durar para siempre porque sí, cuando a poco que se mire bien se descubre que lo que no se cuida se estropea, y más si además de no cuidarlo se lo maltrata.
Es triste y peligrosa esa forma de hacer política desde la trinchera y no desde el diálogo, con las tripas y no con la razón, considerando al adversario político como enemigo y no como defensor de otras formas de hacer política. Y da pena que esa agresividad, que nada puede ofrecer más que pasos atrás en el bien común, esté encontrando fácil abono en la pequeña política abulense. Quienes nos representan deben simbolizar lo mejor de la sociedad, no caer en bajezas que a ningún lado bueno llevan, porque además el riesgo de contagio es inevitable, y no estamos para ir más cuesta abajo.
Si los representantes políticos que nos dejan elegir son, en teoría, los mejores entre todos los posibles para desarrollar esa labor, deben demostrar no sólo capacidad de gestión sino también respeto a quienes les dieron su confianza, y enzarzarse en peleas de este tipo no sirve de nada y deteriora en su base a la ya castigada democracia.