"Ruptura" es la palabra de moda en la bronca política española. Feijóo rompe --y van...-- con Sánchez por un quítame allá esta alcaldía de Pamplona; el presidente del Tribunal Supremo rompe con el 'triministro' Bolaños, aunque quedan en verse más tarde; el presidente del Gobierno español rompe, en pleno Europarlamento de Estrasburgo, con el presidente del Partido Popular Europeo, Manfred Weber, con tácitas alusiones a Hitler incluidas, oh Dios; Unión del Pueblo Navarro rompe -lógico- con el Partido Socialista Navarro, por aquello de la ya mencionada alcaldía pamplonesa; el neoministro de Transportes, Óscar Puente, que es más bien abismo que puente de unión entre dos orillas, rompe con casi todo lo que se mueva en cuanto puede... Y, si se me permite, ni siquiera el propio y tan mentado Sánchez parecía en la mejor armonía con su flamante socio a palos Puigdemont, al menos según lo que se percibe en las imágenes, no sé si equívocas, que nos transmitieron desde Estrasburgo.
Porque las fotos de la coincidencia física entre el fugado en Waterloo y el jefe del Gobierno central del Reino de España, que ocupaban este jueves muchas portadas, no mostraban una gran concordia entre ambos, que se encontraron en la Cámara legislativa de la UE: evitaron la imagen de un saludo entre ambos, sin que se pueda asegurar quién evitó dar la mano a quién para que no pudieran reflejarlo las ansiosas cámaras de los fotógrafos. Y tampoco es que Puigdemont estuviese muy cordial, en su minuto de gloria, desde el atril, con el hombre que posibilitará su retorno, libre y triunfal, a Cataluña: desde el podio europarlamentario, le advirtió de las 'consecuencias no agradables' que tendría apartarse de los acuerdos a los que se ha llegado con Junts. Si esto es ambiente navideño, venga Dios y lo vea.
Pero, en fin, el caso es que constatamos, por si hiciera falta constatarlo, el creciente clima de confrontación que domina la vida política en la Villa y Corte, una crispación que seguramente no es compartida con todos los territorios españoles, que buscan llegar al turrón en paz y más concordia. Pero ¿qué quiere usted cuando el líder de la oposición, en la sesión parlamentaria que abre la puerta a la amnistía, la compara con aquella en la que un teniente coronel fascista secuestró a punta de pistola, el 23 de febrero de 1981, la Cámara que albergaba a los representantes de la patria? ¿O qué cuando el mismísimo presidente del Gobierno central traslada la inmensa polémica entre las dos Españas hasta el Parlamento Europeo y allí se desatan las hostilidades con el presidente del Partido Popular Europeo, Manfred Weber, que, de acuerdo, tampoco es que se esté comportando como un pacífico cordero pascual, pero que tiene una trayectoria ascendente en la UE?
Si le digo la verdad, estoy un poco aterrorizado, y no debo de ser el único, ante las perspectivas que se nos presentan en esta Legislatura que con tan malos auspicios comienza. Ahí tiene usted a doña Míriam Nogueras, que es una especie de Palas Atenea, una diosa de la guerra acampada en la carrera de San Jerónimo, pidiendo casi el encarcelamiento de algunos jueces desde su escaño parlamentario. Y, claro, luego algunos se extrañan de que los togados de las puñetas se enfaden y exijan al Gobierno que reprenda estos excesos a su socio de Junts. Pero ¿cómo va a reprender el pobre triministro Bolaños al fogoso socio de Waterloo cuando ni el mismísimo Sánchez puede evitar, en plena eurocámara, las nada veladas amenazas de Puigdemont, anunciándole esas 'consecuencias no agradables' si se desmanda?
Así que espero que nadie me culpe, tachándome de catastrofista o de cosas peores, si me atrevo a augurar una vida agitada, y además no muy larga, para esta Legislatura que comienza precisamente en estas vísperas de Navidad, que deberían, al menos a mí así me lo enseñaron de niño en remotas épocas, ser fechas de paz y amor y que ya ve usted que no están siendo precisamente eso. A ver si, al menos, nos toca la lotería para hacer un viajecito reparador más allá de las fronteras.