Para que usted tenga ahora este periódico en las manos (si es que es de los románticos que conservan el maravilloso hábito de la lectura de la prensa en papel) ha sido necesario el trabajo de muchas personas. No sólo el de aquellas cuyas firmas son visibles en estas páginas. Imprenta, maquetación, administración, publicidad... La maquinaria de un periódico se engrasa a diario para que cada mañana los ejemplares lleguen puntualmente a domicilios, bares y puntos de venta.
Y en esa maquinaria han jugado desde siempre un papel fundamental los repartidores: hoy, motorizados, pero antaño, niños que, como nuestros protagonistas de hoy (y como la vocera que desde hace unas semanas rinde homenaje en forma de escultura a Diario de Ávila) repartían el 'milagro' que en ocasiones (créannos) supone sacar adelante un periódico impreso.
Les presentamos a Juan Adán (Juanillo, para aquellos que le conocen) y a Alberto Nieto. Para ambos, la vocera del Paseo de DonCarmelo es mucho más que una escultura: es el recuerdo de una época que a los dos les marcó, de diferentes maneras, el resto de su vida.
Voceros de carne y huesoY si no que se lo pregunten a Juanillo, que con siendo un joven de apenas 14 años comenzó repartiendo ejemplares del Diario de Ávila a la salida del colegio. Su hermano ya lo hacía. Y él, para ayudar también en casa, decidió sumarse al centenar de chicos que se encargaban de la importante tarea de un periódico que entonces era vespertino.
«Salía del colegio y me iba a repartir», recuerda Juan una época de la que guarda un gran cariño. Él, como el resto de niños, se acercaba hasta la imprenta de nuestro centenario diario, en la Cuesta de Gracia, dice, y rápidamente se metía los periódicos bajo el brazo para comenzar el reparto.
Su ruta estaba en la zona sur de Ávila, muy cerca del colegio Pablo VI, al que asistía como alumno. «La gente era muy cariñosa. Y en ocasiones, hacíamos una parada para echar una partida al pinball», sonríe Juanillo al evocar una época que finalmente resultó ser sólo el comienzo de su vida laboral. Porque con 16 años, Juanillo entró a formar parte de la plantilla oficial del periódico.
En esta casa, nos cuenta, hizo «de todo».Desde ser, como decíamos, ese vocero que, eso sí, no voceaba (como se suele uno imaginar a los niños que repartían la prensa), a trabajar en la encuadernación o como fotógrafo del Cárabo, con nuestro querido Juan Ruiz-Ayúcar. «Llegué a jafe de sección de Impresión», señala Juanillo, que bromea asegurando que su intensa relación conDiario de Ávila evolucionó «del plomo a la plancha».
«Paso por delante de la escultura todos los días, y la verdad es que sí me recuerda que fui partícipe de todo ello», reflexiona ahora Juanillo, que cree recordar que su primer sueldo en el diario fue de unas 2.700 pesetas. Y que recuerda también cómo 'invertía' el dinero que le dejaba la venta de los dos o tres periódicos que cada días les regalaban para comprar tabaco, en una época en la que, lamenta, comenzaban a fumar.
«Diario de Ávila ha sido una parte muy importante de mi vida», se despide de nosotros el que ha sido, como decíamos, uno de esos engranajes indispensables en esta casa. Como también lo fue en su día Alberto.
la historia de alberto. Su historia comparte muchos episodios con la de Juanillo. Él, nos cuenta, también comenzó a repartir ejemplares empujado por su hermano, que ya lo hacía. Y él, también, lo hizo movido por la necesidad que había entonces de ayudar en una casa con seis hermanos.
Si en algo se diferencian ambos casos es que el recuerdo que Alberto tiene de aquella época es en cierta medida «agridulce», nos dice.
De familia humilde, Alberto confiesa que fue entonces cuando comenzó a ser consciente de las diferencias de clase que en Ávila, como en tantos otros lugares, existían. Lo hizo no sólo conociendo las casas de aquellos a los que les llevaba el diario. También, con su lectura. «Es que a mí siempre me ha gustado leer y escribir», nos cuenta Alberto, que debido a esa curiosidad, puede que fuera uno de los niños mejor informados de mediados de los años 70 en Ávila.
Durante un año y medio, Alberto completó de lunes a viernes su ruta de reparto: la calle San Segundo, la avenida de Portugal y la zona de la Toledana era su recorrido. Y como Juanillo, también podía vender cada día dos o tres ejemplares para darse algún capricho.En su caso, unos pastelitos que, recuerda, le sabían a gloria en una época en la que los dulces no llegaban a todas la casas.
El director de Diario de Ávila en los años en que Alberto repartió era Juan Grande. El mismo que, curiosamente, dirigía su colegio: elCervantes. «Era buena persona, pero recuerdo en su mirada cierta condescendencia», vuelve a su infancia Alberto. y vuelve a asegurar que fue entonces, por todo ello, cuando despertó su conciencia social.
«La escultura me gusta, claro que sí», se emociona también frente a la vocera que ya forma parte del paisaje urbano de Ávila. «Y me siento identificado con ella. Es un poquito mía», sonríe antes de alejarse caminando por la avenida de Portugal. Por cierto, su sueldo de entonces, nos chiva, eran unas 600 pesetas. Y cree recordar que el periódico se vendía por doce o quince. Los tiempos, claro, han cambiado.