Cuando me acercaba a las cuestas del río Arevalillo para ver la riada que era la conversación del día, por la calle Figones, un rugido enorme iba invadiendo el ambiente según nos acercábamos, indudablemente era una crecida histórica. El río se salió de sus cauces, se llevó parte del Paseo Fluvial, los chopos de la ribera tenían tapado el tronco y solo afloraban sus ramas. Lo cierto es que era impresionante. Al llegar a la presa del Molino de Valencia o molino «quemao», todo el muro era rebasado por una gran cantidad de agua de color arcilloso, la que iba lamiendo con virulencia en su transcurso, y una catarata se precipitaba muro abajo con gran virulencia. Era impresionante el estruendo, en su caída al vacío hasta los pies del muro, era un ruido inquietante.
¡Qué fuerzas de la naturaleza!
Era el tema de los numerosos espectadores que hacían cábalas de si era esta avenida verdaderamente histórica. Pues no lo sé con certeza, habría que conocer datos concretos, pero yo de niño vi otra gran avenida. Aquella sí que pasó a la historia tristemente, fue la riada que arrasó Las Berlanas donde se juntan varios arroyos afluentes del Arevalillo que conforman este pequeño río que a veces, de vez en cuando, da un susto a sus ribereños, pero no deja de ser un espectáculo. En Las Berlanas fue destruido su barrio de El Burgo y ocasionó dos muertos, afectó a unas 50 familias, además de enormes daños. Entonces se construyó un nuevo pueblo con una moderna y hermosa iglesia.
La riada histórica fue aquella, la del 29 de agosto de 1959, aunque por la distancia de años, también ésta se puede considerar así. Al cumplirse los 50 años en el 2009, se recordó con diversos actos y se editó un libro, 'Nosotros vivimos la riada', con fotos espectaculares de Mayoral que aportó Maximiliano Fernámdez.
Yo recuerdo vagamente aquella riada, pero sí recuerdo la impresión que me ocasionaron los cadáveres de animales muertos flotando por tan virulento agua a su paso por el mismo punto por donde ahora he visto la riada actual, desde lo alto del promontorio donde muere la calle de Figones, las «cuestas de la señora Joaquina», porque allí vivía.
Es como el Zapardiel, el otro río de la comarca que de vez en cuando también se enfada y que estos días por nuestros pueblos comarcanos ha ocasionado numerosos daños, ensanchándose espectacularmente por los prados de esas llanadas hasta aparentas lagos, se ha llevado un puente y ha ocasionado diversos daños, también a las tierras de labor. Cuando esto ocurre por estos pueblos nuestros, los vecinos de Medina tiemblan recordando la también famosa riada del Zapardiel que hizo abastecer a los medinenses con barcas.
Y estaba yo con estas cosas del agua cuando me llegó la triste noticia del fallecimiento del amigo NINO, compañero de estas páginas durante muchos años y recientemente compañero Cronista, nombramiento al que asistí porque quería estar a su lado…
¡Cuantas aventuras periodísticas! Desde una primera época que nos leíamos en la distancia, a los encuentros del Hogar de Ávila, y nuestra visita reciente a verte a Arenas… amigo mío, eras un hombre cabal para tu Arenas, «mi pueblo» como tu decías… Arenas y Arévalo, dos pequeñas ciudades hermanadas por sus Cronistas.