Quizás recuerden, estimados tres lectores, aquella canción de los 60, Sealed with a kiss. Hablaba de la separación durante el largo verano, y su estribillo repetía: «Cada día te mandaré todo mi amor en una carta, sellada con un beso».
¿Y esto, a santo de qué viene? Hace poco, paseando por nuestra ciudad –lo recomiendo en tiempos de coche para todo–, me sorprendí mirando algo que había olvidado. Un buzón de correos. Con su ranura, con su techo de seta. ¿Cuándo fue la última vez que eché una carta en uno? Ni idea. ¿Cuántos buzones habrá: menos, más? ¿Dónde estarán? Busco un mapa de la web de Correos y veo que en Ávila hay 20, incluyendo uno en barrios anexionados –Narrillos– y los de la catedral y la estación.
¿Son conscientes los abulenses más jóvenes de esos amarillos tótems urbanos? No creo que sepan lo que es una carta, más allá de recordar que, alguna vez, de niños, escribieron una a los Reyes Magos –pero no la echaron en un buzón, sino en cajas en un centro comercial– u otra en el colegio al rey que sale en las monedas. Su mundo es la comunicación inmediata, mensajes escuetos hechos de emoticonos, monosílabos, cortas frases o, si hay suerte, microrrelatos. Lo pausado del papel y el boli –o la pluma, la pluma– se fue, la mente no tiene ya por qué crear un contexto complejo, estructurado en párrafos autónomos pero conexos. Manda el sujeto-verbo frente a frases con complementos o subordinadas dentro de subordinadas. Adiós a los detalles: la caligrafía elegante o deslavazada –ambas con su encanto–, la tinta de colores, dibujos glosando el texto o sorpresas como flores secas o breves gotas de perfume. Por supuesto, ya no hay ósculos para lacrarlas, reemplazados por caritas amarillas con un sonoro corazón saliendo de la boca.
La carta manuscrita, en estos días de inteligencia artificial, quizás sea lo que pueda defender la autenticidad, y Ávila tiene de sobra. Me dirán que una IA puede dictar una carta, pero al escribirla a mano, ensobrarla, pasear la lengua por su solapa, sellarla y, sobre todo, meterla en un buzón –acto irreversible–, recuperamos la humanidad. Hacemos lo inmediato lento; reflexionamos, que será algo pronto olvidado.
Quizás lo trasgresor hoy en día sea mandar una carta. A quien sea. A un amigo, a un antiguo amor, al director del periódico, a uno mismo, que nadie nos escribe cartas, ni siquiera el banco. Escribir incluso a una inteligencia artificial. Coger un folio en blanco y encabezar, con primorosa letra: «Estimada DeepSeek: espero que al recibo de la presente estés bien, yo también, a Dios gracias». Luego, contarle qué tal nos ha ido el día. Y, por supuesto, sellarla con un beso. De los de verdad, con los labios. Seguro que le encanta.