Con curiosa unanimidad, el Gobierno, la oposición y los sindicatos se han lanzado a acusar al de enfrente de tomar a los pensionistas, y a los ciudadanos en general, como "rehenes". Falta de imaginación, ya digo. Todo ello, a cuenta de un proyecto de ley trampantojo en la que se mezclaban las churras con las merinas y a la que se llamó 'ley omnibus' porque, en el fondo, de lo que se trataba era de esconder a la ciudadanía que en ese mismo texto iba el abaratamiento de los transportes, la actualización de las pensiones y el regalo de un palacete espléndido en París al PNV, 'inter alia'. El debate, entre buses y palacetes, ha dominado toda una semana en la que en el mundo acababa una era y comenzaba, ay, una que es muy otra.
O sea, que sí, que aquí somos todos rehenes de un debate político miserable que tiene empantanadas las pensiones, los beneficios al transporte público, la vivienda, el enorme problema de que tengamos que duplicar el gasto militar -recuerdo cuándo Sánchez inició hace diez años su carrera política predicando la supresión del Ministerio de Defensa-, la desigualdad social*En el fondo, es un debate que lastra, a los acordes, que demuestran muchas cosas, de ese "presidente mueva el culo", de Cuca Gamarra y Miriam Nogueras (otra coincidencia 'dialéctica'), nuestro futuro. Y no porque el presidente no mueva, ejem, su trasero, que trabajar vaya si trabaja, o, al menos, vaya si se mueve, sino porque quizá es que trabaja demasiado, no siempre para bien. Y quien mucho abarca ya se sabe que aprieta poco, o aprieta el cuello de los demás.
Tiemblo cada vez que Sánchez sale a triunfar en los ruedos políticos o económicos del mundo mundial, como Davos. Regresa crecido con los aplausos -allí se aplaude a todo el mundo, advierto a quien ha de recordar que es mortal-y dispuesto a seguir en la alfombra roja unos cuantos meses más. O años. Y entonces se lanza a parir leyes imposibles, quizá hasta inconstitucionales, a mantener pactos indeseables con el prófugo y con quienes no lo son pero están encantados con tener un gran despacho en el mejor barrio de la capital de la añorada Francia, o al menos un casoplón en Waterloo. A acumular enemigos en los juzgados, en las instituciones, en los medios de comunicación. Nunca, en ningún momento, piensan, ni él ni quienes le rodean o quienes le detestan, en la ciudadanía. Así que tienen razón los 'hunos' y los 'hotros' cuando nos consideran 'rehenes'.
Y menos mal que aún somos eso: lo malo de estas cosas es cuando la política que se decreta, mire usted el ejemplo de Trump, es no tomar rehenes, sino, simplemente, en el mejor de los casos, deportarlos tras llamarlos 'delincuentes'. O dejarlos que se ahoguen a miles en las pateras. Eso: la nueva era de los cohetes para ricachos. Y aquí, en ómnibus, ya ve usted.