Editorial

Pedro Sánchez pone en entredicho la separación de poderes

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La segunda carta del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a los ciudadanos, después de que explotara el caso de presunto tráfico de influencias y corrupción de su pareja, Begoña Gómez, hizo saltar por los aires el panorama político en la recta final de la campaña, un tanto descafeinada, de las elecciones europeas. Pero las palabras de Pedro Sánchez, parapetado en las redes sociales, dejan huérfanos a los periodistas que esperan, después de meses, alguna comparecencia en la que poder preguntar al presidente del Gobierno por los casos, cuanto menos poco éticos, de su entorno familiar -su mujer Begoña Gómez y su hermano David Azagra, entre otros-.

El escrito, que ya es el segundo del género epistolar del dirigente socialista en plena ebullición de la era digital, tiene en su haber también otras derivadas que afectan al funcionamiento de un Estado democrático como se presupone que es España. Ahí entra en juego la separación de poderes. Que el presidente del Gobierno arremeta contra un juez -representante del Poder Judicial- supone cruzar una línea roja del juego democrático. Si el máximo dirigente político del país se permite la licencia de atacar la decisión del juez Juan Carlos Peinado en el libre ejercicio de su profesión, los pilares de la democracia comienzan a tener grietas que pueden llegar a la estructura más esencial del sistema. Habrá que poner testigos para que el pilar no se resquebraje más y ponga en peligro al país.

Pero el riesgo no reside solamente en la misiva de Pedro Sánchez. La ministra portavoz usó la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros, celebrada en el Palacio de La Moncloa, para defender la labor de Begoña Gómez y atacar de nuevo la decisión del juez que la investiga. Las reacciones no se han hecho esperar y el Partido Popular ya ha anunciado una denuncia ante la Junta Electoral Central por las declaraciones de la ministra portavoz. Lo más sangrante del caso es que ese uso partidista de las ruedas de prensa en La Moncloa no es nuevo, ya que Isabel Rodríguez, que ejerció como portavoz del Gobierno durante unos meses, también fue denunciada por el mismo motivo. Habrá que enmendar este comportamiento reincidente por el juego limpio democrático.

La política española está en un momento de tensión máximo, con un presidente del Gobierno acorralado tanto política -tiene todavía que resolver la gobernabilidad en Cataluña- como judicialmente, con situaciones oscuras en su entorno.

Es hora de que toda la clase política pare, reflexione y parta de cero para que los testigos de las grietas aparecidas en la separación de poderes no den la señal de alarma y la democracia salte por los aires.