Almudena Hernández (Ávila, 1970) es una apasionada de la literatura. Ya de niña dedicaba la paga que le daba su madre los domingos a comprarse «cuentos y revistas, además del tortel» delicioso que elaboraba una pastelería situada en la calle Mayor de El Barco de Ávila, donde su familia residió hasta que ella cumplió los 18 años. El fallecimiento de su padre obligó a hacer las maletas y mudarse a Ávila capital.
Nuestra protagonista de hoy fue madre «muy joven» y aunque en un principio no encaminó sus pasos profesionales hacia las letras, con el paso del tiempo y sus hijos ya criados acabó matriculándose en la universidad, en Historia del Arte. «A mí leer y estudiar siempre me gustó, pero no me lancé a la universidad con 38 años», nos cuenta. Su profesión, auxiliar de Enfermería en el Centro Infantas Elena y Cristina, le permitió compatibilizar el trabajo, las clases, el estudio y las obligaciones familiares, porque «siempre me pedía trabajar en turno de noche precisamente para poder compaginarlo todo», apunta. El esfuerzo que eso implica es innegable, pero a ella le merecía la pena.
Y ahí sigue, aunque ahora mantiene ese turno para tener las tardes libres y poder dedicarlas a los clubes de lectura que coordina, nada más y nada menos que ocho: uno en Ávila y siete en diferentes pueblos de la provincia. Con esta iniciativa logra contagiar su pasión por la literatura a personas de todas las edades que viven en zonas rurales. «A mí me encantan los pueblos y pensé que la opción del club de lectura no la tienen allí, así que me lancé a la aventura y empecé creando uno en Martiherrero, cerca de Ávila», rememora.
Pero su primera experiencia como coordinadora de un club de lectura se la brindaron en el Ayuntamiento de Ávila, donde ella hizo las prácticas del Máster de Protocolo en el que se matriculó. «Estábamos saliendo de la pandemia y me hablaron del Plan de Acompañamiento a la Soledad, me propusieron llevar un club de lectura para personas mayores y me gustó tanto la experiencia que así fue como empecé a plantearme hacer algo parecido en los pueblos, además yo gestiono una asociación cultural y ya había entablado relación con algún ayuntamiento para ir a dar alguna charla sobre Historia», comenta Almudena. «A los alcaldes que conocía les fui embaucando y así empezamos», narra entre risas, agradecida por la complicidad que fue encontrando, no solo entre los ayuntamientos, también entre los propios vecinos. «Ellos son los que se encargan de abrir el local municipal en el que nos reunimos, de poner la calefacción, de cerrar cuando terminamos ,…», elogia la buena disposición de quienes acuden a los clubes de lectura que ella coordina.
Ahora son siete, pero la «prueba piloto» fue en Martiherrero, donde desde el primer día los vecinos que acudieron no fueron con las manos vacías. «Llevaban un termo con café caliente o infusiones y Mari Nieves, la panadera, nos llevaba dulces riquísimos, así que no pudimos empezar mejor», destaca Almudena, quien confiesa que en todos los encuentros el primer rato no lo dedican a comentar el libro que estén leyendo, sino a ponerse al día, a preguntarse cómo están unos y otros, a compartir ese tiempo sin más aspiración que prestarse atención. «Tengo la gran suerte de que mis lectores, lectoras en el 99% de los casos, son personas maravillosas, lo digo anchísima, de verdad», asegura.
«En un principio, que era cuando salíamos del covid y de aquella soledad, yo creo que quienes venían a los clubes de lectura lo hacían por socializar, en ese momento quizá el libro era el nexo de unión para podernos reunir y hablar, que nos gusta mucho hablar», admite, divertida. «Pero después ha ido aumentando la pasión por la literatura, de hecho al principio todo valía y ahora ya no», revela.
Sus lectores tienen edades que van desde los 30 años hasta los ochenta y tantos. «Al principio me daba miedo esa amalgama de edades, pero con los años veo que es una de las cosas más favorables de la experiencia porque la gente mayor aporta una experiencia que los más jóvenes absorben, lo importante es que todos tengamos claro que somos un club solidario y eso implica leer todos el mismo libro para después comentarlo, aunque unos vayan más deprisa y otros tarden más», apunta.
Justo ahora están leyendo 'El tren de los niños', que cuenta «una historia dura que transcurre en Italia durante la II Guerra Mundial, pero está contada a través de los ojos de un niño y eso hace que capte la realidad y la exprese de una forma muy tierna», explica Almudena, que se confiesa fan de los autores italianos, así es que es habitual que proponga lecturas de escritores de ese país, aunque no exclusivamente, claro. «Empecé el club con 'La sociedad literaria del pastel de piel de patata de Guernsey', que también transcurre durante la II Guerra Mundial, en Inglaterra, donde un grupo de personas se reúne en un club de lectura para curarse de los horrores de la guerra durante la ocupación nazi y eso era lo que les mantenía a salvo porque, al final, la literatura es siempre terapéutica, la literatura siempre te salva», defiende.
Le preguntamos qué le aporta a ella esta experiencia como coordinadora de tantos clubes de lectura y la respuesta es rápida: «Me aporta kilos, kilos de masa corporal por el café y las pastas que llevan los lectores, pero sobre todo me aporta kilos de felicidad, yo voy contenta cada día a reunirme con mis lectores y vuelvo feliz, no ha habido ni un solo día, y ya son muchos, que no sienta que no merece la pena, debe ser que me ha tocado lo mejor de lo mejor, qué suerte la mía», destaca.
Al club de lectura de Martiherrero que ya hemos citado le siguieron, progresivamente, los de Muñopepe, Fontiveros, Solosancho, Sotalbo, Padiernos y La Serrada. Los más numerosos congregan entre 15 y 18 personas, pero la media de lectores está entre 8 y 10. Eso sí, se dan situaciones curiosas. «En Muñopepe, donde hay censados algo más de 70 vecinos, tengo 17 en el club de lectura, así que la proporción es altísima», dice, orgullosa.
Su «locura» en forma de clubes de lectura rurales no solo tiene el respaldo de la gente que acude cada dos semanas a la reunión, también de escritores consagrados como Luis Landero, que hace unos meses compartió una tarde con Almudena y sus lectores. Para ella fue todo un lujo y solo tiene palabras de agradecimiento para el autor. También para Juancho Gallardo, director del diario Marca, «amigo personal» y que no solo estuvo también allí esa tarde, sino que lo ha estado en otras ocasiones y de vez en cuando da cobertura a esta preciosa iniciativa haciéndole hueco en el rotativo que dirige.
Por si fuera poco, la Diputación Provincial de Ávila «quiere involucrarse de forma activa» patrocinando los clubes de lectura durante este año, nos cuenta Almudena, para la que este respaldo es «la guinda del pastel». Su objetivo es claro: «No quiero dejar de disfrutarlo, el proyecto funciona, cada año he sumado más pueblos y más lectores, pero no creo que pueda llegar a más porque no quiero que me agobie», explica. Ni siquiera en verano descansa porque cuando llega esa época hace mudanza. «Me pongo en modo verano y hago los clubes de lectura en mi pueblo, Navalacruz, y los de al lado, que son San Juan de la Nava y Cepeda de la Mora, así que no tengo siete, tengo diez clubes de lectura» rurales, recapitula Almudena, con una sonrisa de satisfacción en el rostro.
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