Cuando en la costa de Normandía sube la marea, Mont Saint-Michel queda aislada por las aguas que dos veces al día la alejan de la costa. Con la bajamar es posible recorrer a pie la base de la isla. Luego el agua cubre el vado sumergible y desaparecen los accesos por tierra. Entonces se disfruta de la imagen más mágica del lugar, cuando este impresionante monumento arquitectónico parece flotar sobre la nada.
La maravilla. Así conocen cientos de personas a la imponente abadía-fortaleza, uno de los lugares más famosos del mundo, que cumple 1.000 años. Está aupada sobre un islote de roca que emerge en una amplia bahía de la costa francesa de Normandía. El océano Atlántico coincide con el estuario del río Couesnon, frontera natural entre esta región y la también comarca gala de Bretaña.
Una impactante arquitectura que sintetiza con su historia, leyendas y monumentos. El peñón, de apenas cuatro kilómetros cuadrados o los casi 1.000 metros de circunferencia, sostiene un pequeño burgo en la zona baja y una abadía, ambos de origen medieval. El conjunto fue declarado en 1979 Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, uno de los primeros que hubo en el país vecino.
Mont Saint-Michel. Un templo sobrenatural - Foto: Rafael Cañas FernándezSiempre ha sido un lugar de peregrinaje, fundamentalmente religioso, aunque el masivo turismo, después de París es uno de los lugares más visitados de Francia (con 2,9 millones), y la excesiva comercialización está amenazando seriamente la esencia de este mágico lugar, después de haber superado importantes problemas ambientales.
Situado en el noroeste, sus mareas bajas permiten el acceso a pie hacia el templo que comenzó a construirse en 1023, aunque desde el siglo VIII había allí oratorios druidas y santuarios paganos.
Cuenta la leyenda que este islote fue apodado antiguamente como Monte Tumba y que lleva el nombre de San Miguel (Saint Michel) porque fue el arcángel quien pidió su construcción.
Pero en 1023 el duque Roberto II de Normandía ordenó a Hildebert, obispo de Avranches, construir un monasterio que, por su especial situación y su vinculación a San Miguel, se convirtió en un importante centro de peregrinos procedentes de Francia e Inglaterra sobre todo, pero también como etapa para los que iban a Santiago de Compostela (una ruta no tan popular como la española).
Un imán turístico
La explosión de visitantes comenzó muy pronto, con la construcción en 1879 de un dique con una carretera y un tranvía para franquear las aguas y las arenas, a veces movedizas y peligrosas de las mareas bajas.
Sin embargo, la presa, a la que se añadió un gran aparcamiento, modificó la circulación del agua, por lo que la arena y el fango comenzaron a acumularse de forma amenazadora en torno a la roca, que ya no era un islote.
Y, tras varios años de estudios y pruebas, en 2005 comenzaron unas obras que duraron una década para eliminar el dique y el aparcamiento, sustituidos posteriormente por una plataforma peatonal sobre pilotes, bajo la cual pasa el agua y sobre la que también circulan los autobuses lanzadera eléctricos.
Como resultado, a día de hoy, el Mont Saint-Michel vuelve varias veces al año a su estado de insularidad gracias a las grandes mareas, que pueden hacer subir el nivel del agua hasta 15 metros.
La inexpugnable abadía gótica está asentada sobre contrafuertes de granito rosa y gris, que la elevan sobre su plataforma hasta los 80 metros de altura. Recorrer las estrechas callejuelas y pasadizos de aire medieval son una delicia.
En los últimos 20 años se ha recuperado la noción del turismo lento, con una red de albergues rurales y rutas y caminos para caminar o ir en bicicleta, donde se busca más calidad que cantidad.
El histórico aniversario milenario llenará de eventos este verano y se ampliarán hasta noviembre. Exposiciones, conferencias, seminarios, danza y otros espectáculos artísticos se sumarán a los atractivos de esta joya de la región francesa de Normandía.