De acuerdo: a partir de este 28 de mayo, cuando se cumple un año de la (irregular) convocatoria de las anteriores elecciones generales, Pedro Sánchez podría disolver las Cámaras legislativas y convocar unas elecciones que se celebrarían allá por el próximo 24 de julio. No lo hará, claro; primero, porque sería un auténtico disparate, injustificable desde cualquier punto de vista. Y segundo, porque la experiencia de esta Legislatura, que en realidad lleva apenas seis meses de funcionamiento desde que Sánchez fue investido, ha sido entre mala y pésima: ha ocurrido casi de todo, culminando con la batalla de la amnistía, que en teoría se sustancia, jueces mediante, este jueves. Una batalla en la que todos, comenzando desde luego por Sánchez, se han dejado muchas plumas.
¿Por qué, pues, se lanza el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, a exigir, en el mitin de este pasado domingo en Madrid, que el presidente convoque estas elecciones ya para julio, a las puertas de las vacaciones de agosto, con el país aburrido de tanta convocatoria electoral -aún nos queda, ay Señor, la de dentro de menos de dos semanas, la de las europeas--?.
Si le digo la verdad, no lo he entendido muy bien, porque a mí la estrategia y la táctica de Feijoo me resultan usualmente poco comprensibles: carece de sentido esta exigencia imposible, en medio de una manifestación que era más contra la amnistía inminente que un mitin europeísta -de hecho, la candidata 'popular' a estas elecciones, Dolors Montserrat, apenas tuvo un papel en el acto--. No, para el PP -bueno, y también para el PSOE-- no estamos ante unas elecciones europeas, sino ante una especie de primarias de las generales, tengan lugar cuando fuere. Seguimos en más de lo mismo: el juego de tronos.
Ya sé, ya sé que Feijóo quiere escenificar que lo de Sánchez no puede durar más, y seguramente tiene razón, aunque dudo de que en La Moncloa y aledaños lo compartan. Vienen días de mucha agitación, no por la votación europea, que no parece apasionar a nadie, sino por lo que sigue al 9-j: investidura o no de Salvador Illa como presidente de la Generalitat, lo que significará, o no, un arriar las banderas esteladas en toda regla, y eso sería esgrimido por Sánchez más como un triunfo personal que de Illa o del conjunto de los españoles.
A partir de ahí, derrotado en su caso en este cuarto de hora -solamente eso- el ejército, o mejor los ejércitos, secesionistas, veremos cómo reacciona Puigdemont, que sigue, en su retiro francés, creyendo que controla los mandos de la Legislatura, del Gobierno de Sánchez y del devenir de toda la nación, y me refiero, claro, a España. ¿Retirará el fugado el apoyo de sus siete diputados en el Congreso a la gobernación de su ya claro enemigo Sánchez?¿No los retirará?
Esta es, sigue siendo, una pregunta clave en estos momentos en los que ni el propio Puigdemont sabe si podrá, en efecto, entrar legalmente en territorio catalán, y por tanto español, para asistir a la investidura de Illa (desde luego, no la de Puigdemont), allá por finales de junio. O si logrará que, fracasada la investidura de Illa, se repitan los comicios, en cuyo caso las elecciones catalanas podrían incluso celebrarse a finales de agosto, otra locura. Así las cosas, sospecho que tampoco Sánchez sabe ahora mismo si anticipará las elecciones generales y cuánto las anticipará. Pero seguro que no repite la cuestionable 'hazaña' del año pasado convocando elecciones para finales de julio; barajar otra hipótesis es ganas de perder el tiempo.
Pero así andamos: de despropósito en despropósito y tiro porque me toca. Ya veremos, por lo demás, cómo juzga la Historia estos seis años, que se cumplen el próximo domingo, de trepidante gobernación de Pedro Sánchez. Ah, sí, por cierto: en el intermedio parece que, el próximo 9 de junio hay unas elecciones que tienen que ver con el fortalecimiento de esa Europa de la que tanto dependemos, aunque aquí nadie parezca darse cuenta de ello.