El poeta y narrador abulense José Luis Morante ha publicado recientemente el libro Fuera de guión, una apuesta por la narrativa en formato breve en la que, muy cuidadoso como siempre lo es con el uso de la palabra y buen dominador de la riqueza que ésta atesora cuando se conocen sus enormes posibilidades comunicativas, no se conforma con crear tramas originales sino que construye también juegos de significados que consiguen que ninguno de esos pequeños relatos se agote en sí mismo… es más, casi todos ellos quedan abiertos para que el lector los continúe desarrollando o los cierre conforme a su criterio.
Curioso título para un libro, entre provocador e iconoclasta.
Lo he titulado así porque es un libro que ha nacido a trasmano. Yo no pensaba escribir un libro de cuentecillos, pero a lo largo de los últimos años la literatura breve siempre me ha parecido admirable, por su capacidad de condensación y por su forma de establecer una simetría entre el fondo y la forma; por eso se llama Fuera de guión, porque es un libro de crecimiento lento.
Cuando dice 'cuentecillos' imagino que es diminutivo cariñoso, para nada despectivo.
Así es. Hablar de 'cuentecillos' y no de cuentos lo considero un guiño al lector para decirle que hay proyectos que nacen sin un sentido cartesiano y que van creciendo de una manera armónica, de una manera bonita. Luego llega un momento en que se hacen adultos y piden paso, llegan a la calle y pujan por su propia vida, su propio hueco, y ahí están estos míos.
Desde que la humanidad lo es, los cuentos han formado parte de su cultura, ¿son un poco la esencia de la literatura que luego se ha desarrollado en muy diferentes frentes?
Yo creo que sí, porque la naturaleza del cuento tiene mucho que ver con las narraciones y con la indagación en la naturaleza del ser humano. Desde tiempos inmemoriales el cuento era la lumbre, era la reunión familiar, y el cuentecillo eran los episodios que nos dejaba la vida entre las manos para hacernos más inteligentes, más humanos, más reflexivos con la propia vida, con el sentido existencial.
También contenían mucha sabiduría vital, ¿no?
Yo creo que sí, y de hecho el cuento siempre ha tenido una gran proximidad a la literatura popular. Los cuentos están al amor de la lumbre, como decía antes, en toda la literatura occidental, pero también en Oriente y en todas las civilizaciones del libro resumen muchos saberes, tanto en los cuentos de Calila y Dimna como en los de Las Mil y una noches, los del Decamerón, y en otros que han ido acumulándose en el tiempo y estableciendo su propio traje formal. Creo que hay muchos tipos de cuentos, pero a mí realmente me parece que todos unen lo mismo, la brevedad, el sentido de la vida y la precisión expresiva.
Aparte de eso, usted ha apostado fuerte por un cuidado exquisito del lenguaje.
Creo que una de las características que va a ver quien se acerque a esta colección de relatos es que he cuidado al máximo el lenguaje. Yo creo que uno de los síntomas graves de nuestro tiempo es el maltrato al lenguaje, tanto en los medios de comunicación como en las redes sociales. Yo quiero recuperar el buen gusto de la lengua y el buen gusto para contar una historia de la mejor manera posible, aunque sea breve.
Y naciendo de un poeta, también se percibe mucho lirismo en esa narrativa breve.
Yo creo mucho en la hibridez de géneros. No hay compartimentos cerrados entre un género y otro, sino que todos comparten entre sí determinados aspectos expresivos. Mis poemas tienen un componente narrativo claro y mis cuentos tienen un componente poético también claro, son primos hermanos; es decir, nunca podría explicarse que fueran cosas autónomas e independientes. Detrás de un narrador siempre está el poeta, pero detrás de un buen poeta siempre hay una idea y un argumento.
¿Existe algún hilo argumental entre ese puñado de cuentos o les define mejor la variedad?
Al ser casi cien cuentos, hay una diversidad de argumentos muy grande. Pero yo creo que están todos los grandes temas, todas las grandes tramas que el tiempo nos va dejando entre las manos: el amor, la amistad, la soledad, los fantasmas interiores... El lector notará que hay un gran cariño hacia los fantasmas internos, hacia esos espejos que nos muestran al extraño que somos y que salen a la calle buscando vida propia. Yo creo que una de las características esenciales de la vida diaria es la necesidad de buscar el asombro, de tener siempre una pulsión vital, una razón de vida
También juega con el lector a una cierta indefinición con el subtítulo de esos «casi cien microrrelatos».
Creo que la madurez va dejándonos la certeza de que no hay verdades absolutas, sino que todo depende del enfoque, de la perspectiva con la que mires. El aislamiento multitudinario o las redes sociales son un síntoma claro de la soledad de nuestro tiempo; tenemos 5.000 amigos en las redes sociales, pero cuando realmente necesitamos la palmada o el afecto, la gente no está.
Ante esa soledad que lamenta, ¿el libro, éste o cualquier otro, puede ser un buen amigo para el lector?
Eso espero y deseo. Yo creo que siempre, desde que he hecho ediciones críticas hasta mis libros de poesía, he cuidado una de las enseñanzas del profesor que en la calle decía a sus alumnos que había que leer. A veces mis alumnos me decían que no leían poesía porque no la entendían, pero yo, en parte como apoyo a esa amistad por la que me preguntabas, he buscado siempre la claridad expresiva, salir de la sombra al menos con la luz de una luciérnaga.