Cuando estás contenta lo celebras comiendo y cuando estás triste, lo pagas con la comida». Así es la vida de Elena, una abulense adicta a la comida que arrastra este problema desde niña. «Me recuerdo siempre así», reconoce esta mujer de 47 años que lleva toda la vida tratando de convivir con una adicción que le ha hecho sentir incomprendida no solo por la sociedad sino también por la mayoría de los profesionales sanitarios a los que ha recurrido. «La gente te dice que tienes que dejar de comer, o comer más sano, pero el problema no es que tú no sepas lo que es sano el problema es que te pasas todo el día pensando en comer, lo que sea», reconoce Elena que confiesa que ha llegado a darse un «atracón de brócoli porque no tenía otra cosa en casa».
«Antes ibas al médico y te daba una dieta; ahora por lo menos vas y te escucha y en algunos casos hasta comprende que es una adicción», apunta Elena al hablar de la incomprensión que sufren los comedores compulsivos, personas que como ella piensan las 24 horas del día en comida y que incluso se despiertan a media noche para comer. «Hay gente que se ha puesto candados en los armarios de la cocina programados para abrirse a las nueve de la mañana para no comer por la noche», asegura Judit Bragado, presidenta de la Asociación Comedores Anónimos Compulsivos de Ávila, creada hace un año y a la que pertenece Elena quien todas las noches, asegura, se acuesta con «sentimiento de culpa» y todas las mañanas se levanta pensando:«hoy es el día». «Es muy difícil», reconoce esta comedora compulsiva para quien ir a hacer la compra es una tentación. «Esta tarde he ido al supermercado y he cargado con bolsas de patatas», cuenta para dar visibilidad a un problema muy extendido y con más población afectada de la que podríamos creer. «A la gente le da vergüenza decirlo», asegura Elena para quien hablar de su adicción en la asociación ha sido «liberador» por cuanto le ha ayudado a compartir con personas que tienen su mismo problema sentimientos, reflexiones o experiencias. «Venir a la asociación me ha venido fenomenal porque me sentía un poco sola; me sentía un poco bicho raro», afirma Elena en referencia a un grupo, de momento formado solo por mujeres aunque entre los comedores compulsivos también hay muchos hombres, que se reúne todos los martes a las 18,00 horas en el CEAS Vicente Ferrer y que a lo largo del año organiza, además, conferencias y talleres sobre alimentación, neurología, psicología, nutrición o deporte y hábitos saludables. La Asociación de Comedores Compulsivos de Ávila, Accaav, también tiene perfil en Facebook e Instagram.
«A mi no me gusta estar como estoy», reconoce esta mujer que pese a su metro sesenta de estatura ha llegado a pesar 113 kilos, lo que no es extraño teniendo en cuenta que en su día a día la ingesta de comida es continua. «Comes todo lo que tengas a mano, pero sobre todo comida basura, que es fácil de ingerir», reconoce un comportamiento habitual en todos los comedores compulsivos.
«Estas todo el día comiendo y cuando no comes es porque no tienes comida pero estás pensando en lo que vas a comer en cuanto puedas», explica esta abulense cómo funciona la cabeza de una persona con trastorno compulsivo de la alimentación como ella que, confiesa, no solo lleva «siempre comida en el coche» sino que esconde también comida por casa para que su marido y sus hijos no se la coman.
«Hay que trabajar de forma multidisciplinar», explica Judit Bragado al hablar de cómo se puede abordar una adicción que ella también tiene y que va más allá de una cuestión física. «Un comedor compulsivo tapa sus emociones con la comida. Cuando te das un atracón de lo que sea realmente no estás comiendo, estás alimentando a tu cerebro para no pensar», explica la presidenta de esta asociación para tratar de evidenciar la importancia de que en el tratamiento intervengan distintos profesionales de la salud como médicos, psicólogos o psiquiatras o nutricionistas.