Vivimos tiempos apasionantes, tiempos en los que cualquier hombre o mujer con un mínimo de inquietudes y habite donde habite, puede asomarse a todas horas a la múltiple realidad de este mundo que nos ha tocado en suerte. Puede hacerlo desde nuestra capital abulense o desde el más modesto pueblo, desde el fragor de una bulliciosa megalópolis o desde el recoleto silencio de un monasterio. Gracias a los medios tecnológicos de los que disponemos, ya nada humano nos es ajeno y hoy vemos, oímos, gozamos o sufrimos en directo el pálpito por el que atraviesa incluso el más insólito rincón del planeta. Y nos es dado horrorizarnos o deleitarnos, sentir miedos, entusiasmos o desesperanzas con los infinitos impactos informativos que nos llegan día y noche tanto de gentes cercanas a nosotros como de gentes situadas a miles de kilómetros.
Acertó plenamente el sociólogo canadiense Marshall McLuhan cuando, a mediados del siglo pasado, nos hizo notar que la tierra se ha convertido en una "aldea global". Del mismo modo que en épocas pretéritas prácticamente nada de lo que acontecía en una aldea pasaba desapercibido a los vecinos que moraban en ella y, allí, todo acababa siendo tema de tertulia o de cotilleo, ahora los temas para el comentario y la reflexión se generan por doquier y se han hecho universales. Universales se han hecho, por ejemplo, las conmociones ante una hecatombe, y la repugnancia ante determinados comportamientos, y la veneración ante la grandeza de ciertos avances científicos, y el rechazo de la miseria moral o de la estupidez, se den donde se den y ocurran donde ocurran. Nos afectan al conjunto de la humanidad las guerras de no importa qué lugar o los descubrimientos de no importa qué sabio, la brutalidad de no importa qué tirano o la genialidad deslumbrante de no importa qué extraordinario artista. Formamos parte de un todo, pero parte a la que ese todo le afecta de forma plena. Es por ello por lo que he comenzado mi crónica afirmando que vivimos tiempos apasionantes, tiempos de abrasadora cercanía al mal y al bien, de concienciación y compromiso, tiempos para mantener el alma y los ojos abiertos al variopinto deambular de la caravana humana en la que estamos y de la que, en 2024, nadie puede ni debe desligarse.
Lo queramos o no, la aldea global nos tiene atrapados y tanto a vosotros, amables lectores, como a mí, nos obliga a erradicar viejos provincianismos. Nos obliga también a no mirar siempre hacia al ayer, sino a estar en el momento presente, anticipándonos al mañana, solidarizándonos con otros y aprendiendo de otros, coexistiendo y conviviendo con la globalidad que nos envuelve. Porque somos de todas partes. Porque pertenecemos al aquí y a un anchísimo más allá. Porque hoy gozamos el enorme privilegio de ser al unísono ciudadanos de Ávila y ciudadanos del mundo.