Adolfo Yáñez

Aquí y ahora

Adolfo Yáñez


Malditas guerras

16/11/2023

Opino que nada hay que demuestre tanto la estupidez del hombre como las guerras. Para morir, ¿no era suficiente la fragilidad de nuestra raza humana, por la que corremos el riesgo de fenecer en cualquier momento de un infarto, de una vulgar enfermedad, de un mínimo descuido o de una repentina hecatombe producida por la naturaleza? ¿No era suficiente ya nuestra congénita endeblez para que tuviéramos que inventar esos dantescos aceleradores de sufrimiento y de muerte que son los conflictos bélicos? Cuando, hace miles de años, el ámbito de influencia al que alcanzábamos no llegaba más allá de la tribu, las pendencias tumultuarias de un clan contra otro clan se llevaban a cabo a palo limpio. Luego, a medida que hemos ido ganando en "inteligencia", pasamos del palo a la honda, a la flecha, a la espada, al arcabuz, al cañón, al bombardero mastodóntico o al infierno apocalíptico del hongo atómico.
¿Y para qué nos ha servido este gradual perfeccionamiento en la crueldad? ¿Para qué sirvieron tantas y tantas luchas del pasado? ¿Para qué sirvió el beligerante e hipnótico liderazgo de líderes como Alejandro Magno, Julio César, Napoleón o Hitler y qué es lo que ahora queda de sus "hazañas" logradas a base de millones de vidas rotas? ¿Para qué hubo que enloquecer periódicamente a las masas y se cantaron febriles himnos marciales, se escribieron ditirámbicas odas militares o se erigieron enormes arcos de triunfo que no redimieron jamás la sangre derramada inútilmente a lo largo de la historia?  ¿Para qué, sí, para qué inventamos el perverso recurso a la ferocidad ciega cuando, detrás de esa ferocidad colectiva, se escondía prácticamente siempre la soberbia de un tirano o el obsceno interés de una minoría?
Lo que ocurrió en siglos pretéritos, sigue ocurriendo por desgracia en pleno siglo XXI. Con más medios y mayor sofisticación tecnológica que nunca. Nos sentimos orgullosos de haber llegado a la luna y de haber alcanzado altísimas cotas de progreso y desarrollo, pero continúa anidando en nosotros aquel primario instinto criminal que se nos adhirió al cerebro cuando pasamos de ser simios embrutecidos a dudosos «sapiens-sapiens». Y si antaño dirimíamos nuestros desencuentros sociales a dentelladas y garrotazos, negándonos a resolverlos con el diálogo y la razón, es obvio que actualmente, como recurso prioritario ante cualquier desavenencia, permanecen en la humanidad la irracional pulsión de muerte, la insensibilidad ante el dolor ajeno y la querencia a la brutalidad. ¿Cómo explicar de otro modo el centenar largo de contiendas de las que los medios de comunicación nos dieron noticia a lo largo del siglo pasado, alguna de ellas, como la segunda guerra mundial, con más de cincuenta millones de víctimas civiles y militares? ¿Cómo explicar las guerras demenciales que, mientras ahora escribo, tienen lugar en este hermoso planeta que, en lugar de convertirlo en cruel campo de batalla, debiéramos considerarlo patria común de la humanidad entera?
Detrás de toda conflagración, hay unos responsables que la diseñan, la dirigen y la utilizan a su favor. Pues bien, me he preguntado muchas veces de dónde sacarán fuerzas esos miserables para no estremecerse ante el mal que causan. La sociedad moderna, gracias a la televisión, tiene la estremecedora oportunidad de acercarse a la realidad brutal que es la guerra e imagino que los responsables de los que hablo verán y conocerán, mejor que todos nosotros, los miles de niños inocentes que asesinan, los miles de hogares que destruyen, los miles y miles de obuses que lanzan sobre hospitales, escuelas, lugares de culto, museos y monumentos en los que el arte de siglos había coagulado para disfrute universal de mujeres y hombres. ¿Lograrán dormir, no tener pesadillas y sentirse humanos quienes causan tanta aflicción? ¿De qué estará hecha su alma para que no salte en pedazos contemplando el insufrible desconsuelo que originan? ¿Habrán pensado alguna vez que su vida pasará, como pasaron las de todos los déspotas, y que lo único que perdurará es el mal irremediable que generaron? ¡Malditas guerras y malditos sean siempre quienes las inician, las mantienen y con ellas se benefician!