Siempre es complicado tener que marcharte de tu país para buscarte la vida, pero peor es tener que hacerlo dos veces. Eso fue lo que le ocurrió a María Eugenia Delgado y a su familia, quienes, desde mediados de 2021 cumplen su segunda etapa en Ávila. Antes ya estuvieron aquí establecidos durante una década, entre 2003 y 2013, pero las circunstancias laborales les obligaron a regresar a su país, donde permanecieron ocho años hasta su regreso a España. Unas idas y venidas marcadas por dos cuestiones: el trabajo y la inseguridad. «Mi marido era taxista, pero se quedó sin trabajo y vimos el panorama complicado. Nos surgió la oportunidad de venir aquí por medio de unos amigos de mi marido, que le ayudaron a conseguir un contrato de trabajo y así fue. Él se vino primero y, un tiempo después, me vine yo con mi hija, que tenía nueve meses», recuerda María.
Tras una próspera época en Ávila, el fantasma del desempleo volvió a tocar a su puerta, por lo que se tuvieron que volver a Ecuador. Allí su marido encontró trabajo y se acoplaron de nuevo hasta que irrumpió la pandemia de la Covid, que trajo consigo una enorme e insoportable inseguridad en su país. «No se puede andar por la calle durante la tarde y menos por la noche. No puedes estar tranquila y quiero que mis hijas crezcan en un ambiente más tranquilo», afirma.
Una de sus hijas es Emily, de 19 años, que, aunque muy pequeña, vivió las cuatro mudanzas entre Quito y Ávila. «A mí me costó todo. Irme, volver, volver a venir... Me costó mucho adaptarme», confiesa Emily. Porque, cuando regresaron a Ecuador, ella tenía diez años y había pasado toda su infancia en Ávila, por lo que sí notó mucho cambio cultural y en el aspecto educativo: «Allí la educación y las clases son más fáciles, no exigen tanto como aquí. Es más asequible y el nivel es mucho más bajo. Por tanto, cuando regresamos de nuevo, noté esa diferencia de nivel y el hecho de tener que ponerme a la altura de los estudios de aquí», explica. Ahora, una vez terminada su etapa en el instituto (terminó el Bachillerato en Ávila), Emily estudia un FP de Educación Infantil, por lo que pretende encaminar su vida hacia la enseñanza.
Ambas pertenecen, como no puede ser de otra manera, a dos generaciones diferentes y tienen visiones opuestas de Ávila. Por una parte, a María, como a su marido, «nos encanta Ávila. Ya me gusta más la tranquilidad y estoy encantada aquí. De hecho, cuando volví a Ecuador soñaba con las calles de Ávila y no entendía por qué nos habíamos tenido que ir». Sin embargo, su hija tiene una opinión totalmente contraria de la ciudad que les acogió de nuevo: «Ávila me aburre, la verdad. Cambiar de una ciudad como es Quito, la capital de Ecuador, que es similar a Madrid, a Ávila, que no hay demasiado movimiento ni mucha juventud, es un cambio drástico. Es una ciudad más apagada de lo que estoy acostumbrada». Es probable que, con el tiempo, esa percepción actual cambie y sepa valorar todo lo bueno que tiene esta ciudad.
Lo que está claro es que Ávila se ha convertido en su hogar por segunda vez (aquí nació la hija pequeña de María) y su futuro, de momento, se vislumbra en España. Aunque quizás decidan regresar a Ecuador (María no está por la labor) otra vez llegado el caso. Todo es posible.