El hermético Balenciaga

SPC
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El costurero era un modisto perfeccionista que cuidaba al extremo todo el proceso creativo, aunque nunca mostró su faceta más personal

Discreto, silencioso, visionario y exigente, así era el diseñador Cristóbal Balenciaga. - Foto: EFE

A pesar de haber sido una persona sumamente discreta, hermética e incluso enigmática, son muchas las biografías, series, ficciones y exposiciones que han salido a luz recientemente sobre la figura de Cristóbal Balenciaga (1895, Guetaria-1972, Jávea), un modisto preocupado única y exclusivamente por la alta costura y el buen hacer y una persona muy reservada con su vida privada. 

Ese es precisamente el asombro de una de las personas que más y mejor le conoció, la que custodia el legado del costurero, Sonsoles Díez de Rivera. «Ya está todo contado, no hay más que contar», afirma rotunda la también patrona fundadora del Museo Cristóbal Balenciaga de Guetaria (Guipúzcoa).

Defiende que el interés por Balenciaga siempre ha existido porque, además de ser sinónimo de «elegancia y belleza», nunca buscó la fama, solo el prestigio de lo bien hecho.

«Balenciaga nunca fue una persona accesible: concedió una o dos entrevistas en toda su vida, fue reservado, prefería que hablara su costura, sus creaciones».

Por esa razón, a Sonsoles Díez le cuesta entender «de dónde se saca tanta documentación y declaraciones para escribir o hacer películas y series sobre él».

No en vano, el modisto vasco tendrá una serie, creada por Lourdes Iglesias y protagonizada por Alberto San Juan como el maestro de Guetaria, que se estrenará a mediados del próximo enero. Un trabajo que según sus productores esta cuidado al máximo detalle.

Sin embargo, ni todo ese preciosismo convence a Díez de Rivera, que asegura que no va a ver la serie. «Me temo que no van a representar la esencia de Balenciaga, van a hacer hincapié en un aspecto que no es el importante», asegura una de las personas que más sabe del modisto y de su forma de trabajar.

Además, y antes del estreno de la ficción, se inaugurará el próximo jueves la exposición Cristóbal Balenciaga en el Real Jardín Botánico de Madrid. Una muestra que recorrerá los momentos clave en la vida del diseñador a través de seis episodios: desde sus comienzos en París en 1937, cuando presentó su primera colección de alta costura, pasando por sus talleres de Madrid y San Sebastián y su consagración como uno de los diseñadores más importantes de todos los tiempos.

También se han escrito dos nuevos libros sobre su persona. El enigma Balenciaga (Plaza & Janes), de María Fernández-Miranda, y Aquel verano en París (Ediciones B), de José Luis Díez-Garde.

En este sentido, la persona encargada de custodiar su legado es tajante: «Todos los libros son repetitivos». Y va más allá al afirmar que Balenciaga estaría «horrorizado» con todo lo que se habla de él.

Una crítica mordaz

La mayor coleccionista de vestidos de Balenciaga no solo no se calla sobre las nuevas producciones y publicaciones sobre el costurero, sino que también carga contra la firma actual. «Hoy ya solo es una etiqueta. Es espeluznante la ropa de ahora de Balenciaga bajo la dirección creativa de Demna Gvasalia. Da hasta miedo, es como para ir de Halloween», se lamenta Díez de Rivera, quien cree que la marca del diseñador solo estuvo un poco mejor con Nicolas Ghesquière.

Ninguno ha logrado lo que Balenciaga, que decía que las telas le hablaban. «Se las echaba sobre el brazo y según la caída, sabía cómo tenía que cortarlas, por eso sus diseños no se deforman, están perfectamente equilibrados».

Y añade que si Balenciaga ejerciera ahora su profesión haría «una cosa moderna y maravillosa, se adaptaría a los tiempos».

Pero para conocer un poco mejor la figura de Balenciaga es necesario indagar también en la persona de Sonsoles Díez de Rivera, hija de María Sonsoles de Icaza y de León, marquesa de Llanzol, y amiga personal del costurero que vestía casi siempre de Balenciaga. Aún recuerda cuándo fue el primer momento que se puso un diseño del maestro vasco, el de su primera comunión. Y si se le pregunta por cómo definirlo, no duda: «Un señor».