Trato exquisito, comida de toda la vida y con sabor a tradicional», «la atención del dueño hace la diferencia entre una buena comida y sentirse en casa», «comida muy rica, casera y abundante», «los mejores tigres sin duda de Madrid», «las mejores patatas revolconas que he probado nunca» o «un lugar para comer platos de toda la vida, como hechos en casa»... Estos son solo algunos de los comentarios que se pueden leer en los sitios web de reseñas hosteleras cuando uno busca información sobre Casa Hernández, un bar restaurante ubicado en el céntrico barrio del Niño Jesús de Madrid, limítrofe con la Colonia del Retiro y muy cerca del famoso parque madrileño.
Un abulense, Juan Francisco Sánchez Alegría, regenta este bar restaurante que en 1956 abrió su tío Victoriano Hernández junto a Braulia, su mujer, ambos naturales de El Barco de Ávila, donde el matrimonio ya había regentado un establecimiento hostelero (El Bar de los Señores) antes de marchar a Madrid. Casa Hernández, cuenta el actual propietario, abrió en los bajos comerciales de un edificio de 360 viviendas que en su día perteneció al Conde de Godó y que en aquel entonces estaba a las afueras de Madrid. Cosas de la vida, más de seis décadas después este humilde restaurante se encuentra en una de las zonas más exclusivas de Madrid.
A la capital del país, con la intención de estudiar el antiguo COU y también con la de echar una mano a sus tíos en el restaurante, llegó siendo aún adolescente Juan Francisco, natural de La Lastra del Cano y que con diez años había marchado a la capital abulense para estudiar, primero, en el Seminario Diocesano y, después, en el instituto Alonso de Madrigal.
El bar del retiro donde triunfan las revolconas y los tigresTras unos primeros meses con sus tíos en Casa Hernández Juan Francisco empezó a trabajar en otros establecimientos hosteleros hasta que en el año 1988, y al jubilarse Victoriano, se quedó con el restaurante de la calle Walia. Lo hizo a medias con Justino, el empleado que hasta entonces había trabajado en ese negocio a las órdenes de su tío y que también era familia de estos barcenses. Con él en sociedad estuvo hasta hace once años, cuando Justino se jubiló y Juan Francisco se quedó solo al frente de este negocio que ha ganado fama en la zona gracias a su comida casera y de calidad y, sobre todo, al trato agradable de su personal.
Mejillones tigre, callos a la madrileña y patatas revolconas con torreznos de Ávila son los bocados más sobresalientes de este local y también los que han dado fama más allá del Retiro a Casa Hernández. Es más, no son pocos los que opinan que en este modesto restaurante se comen los mejores mejillones tigre de todo Madrid, y también las mejores patatas revolconas de la capital. «Tengo clientes que me dicen que ya no necesitan ir a Ávila para comer patatas revolconas», cuenta Juan Francisco con humildad al hablar de un plato que se ha convertido en santo y seña de este restaurante y que no solo se ofrece en la carta sino también en la barra. «Aquí todos los días desde las 13,00 horas y hasta el cierre hay patatas revolconas», afirma este hostelero en referencia a un plato que él aprendió a hacer viendo a su tía y al que en su casa siempre acompaña con torreznos de Ávila teniendo en cuenta, explica, que su proveedor es la empresa cárnica abulense Carhesan.
Por Casa Hernández, reconoce su propietario, pasan todo tipo de clientes, desde trabajadores y gente más humilde a vecinos de esta exclusiva zona de Madrid. Pero a Juan Francisco no le gusta llamarles clientes sino «amigos» pues afirma que a «más del 80 por ciento» de las personas que pasan por su negocio las conoce por su nombre.
El bar del retiro donde triunfan las revolconas y los tigresY es que una de las cosas que más valoran los clientes de este bar restaurante, y así lo confirma no solo su propietario sino las cientos de reseñas que el negocio tiene en internet, es el trato agradable y la cercanía con la que se atiende al visitante. «Me apasiona la hostelería», asegura Juan Francisco que afirma que él disfruta hablando con sus clientes y que eso es clave en hostelería. «Mi cliente no tiene que saber si en mi casa pasa esto o lo otro. Quien viene a tomar una caña a mi casa tiene que ver una cara agradable enfrente», apunta el responsable de este negocio al hablar de una máxima que él aplica a su día a día detrás de la barra.
sin ganas de jubilarse. Es más, tanto disfruta este hostelero con su trabajo que a pesar de que dentro de unos días cumplirá 65 años y de tener cotizados más años de los que son necesarios para retirarse de la vida laboral de momento él no se piensa jubilar. «Mientras pueda y me encuentre bien seguiré aquí», anuncia para tranquilidad de sus clientes y de quienes frecuentemente acuden a este local para comer esos tigres, patatas revolconas y callos a la madrileña que se han hecho famosos más allá del Retiro. A la popularidad del local también ha contribuido su menú casero que todos los días, salvo los sábados, que es día de cierre, de primero incluye un plato de cuchara, de los de toda la vida, de los que hacía la tía Braulia y que ahora se encarga de elaborar Rosaura, la mujer de Juan Francisco, así como un segundo, postre y bebida. Y todo por 13 euros.
Tomada la decisión de no jubilarse, de momento visitar con más frecuencia La Lastra del Cano tendrá que esperar para este «amante de mi pueblo». «Esa puerta de momento la tengo cerrada pero la abriré cuando me jubile», asegura este hostelero que lleva a Ávila no solo en sus raíces sino en su corazón. Y también en la comida que ofrece a sus clientes.