Sin una vocación científica desde niña ("Cuando había que tomar la decisión sobre qué carrera elegir, yo aún me decantaba por las Bellas Artes"), Elena García Armada (Valladolid, 1971) se ha convertido en uno de los diez científicos más destacados de España y una de las treinta mujeres más influyentes del planeta en el ámbito de la robótica. Una trayectoria brillante que ha sido reconocida este viernes 10 de febrero por la Universidad Europea Miguel de Cervantes (UEMC) de Valladolid con su nombramiento como Doctora Honoris Causa, el primero otorgado por esta institución en sus 20 años de historia. "Es emocionante que desde el ámbito académico se ponga en valor todo el trabajo que he venido haciendo. Y además, tiene un componente emocional, porque yo nací en Valladolid y mis padres vienen del entorno universitario de Valladolid, aunque luego se trasladaron a vivir a Santander, pero yo tengo ese lazo que me une a Valladolid y en especial a la Universidad. Así que es un tremendo orgullo", subraya la investigadora y fundadora de la empresa Marsi Bionics, la compañía española que en 2021 consiguió el marcado CE de la Unión Europea para el primer exoesqueleto del mundo que ayuda a caminar a pacientes pediátricos.
"Mi carrera se ha ido construyendo a sí misma, pero en ningún momento tenía el objetivo claro de lo que ha sido después. Sí tenía claro, una vez que elegí ingeniería industrial, que quería dedicarme a la robótica. Cuando empecé a trabajar en el Proyecto de Fin de Carrera y comencé a conocer la investigación, sí entendí que quería dedicarme a eso pero no sabía hasta donde iba a llegar. Ya, una vez que entré en el CSIC, empecé a trabajar con robots caminantes y eso me motivó muchísimo", explica García Armada a Ical.
La vallisoletana saltó a las portadas de los periódicos nacionales e internacionales gracias a su exoesqueleto pediátrico, un producto sanitario diseñado para la terapia física de niños con afectación neurológica como la parálisis cerebral, lesiones medulares y enfermedades neuromusculares. "Sirve para ayudar a caminar a personas, en nuestro caso hablamos de niños, que no lo pueden hacer y están en una silla de ruedas. Ellos no pueden caminar o bien porque tienen un déficit de fuerza en las piernas que les impide ponerse de pie y mover las piernas, o bien por una razón neurológica que anula o dificulta las órdenes que da el cerebro", detalla la ingeniera, antes de aclarar aún más qué es un exoesqueleto, en una labor de divulgación que, según reconoce, "a veces nos falta a los científicos".
"El exoesqueleto es un robot que se acopla a las piernas y al tronco del paciente, en este caso niños, y sustituye a los músculos que están enfermos. Así, la fuerza que no tiene el niño para poder caminar, la pone el exoesqueleto", apunta la vallisoletana. Además ilustra en una labor docente cómo funciona este aparato creado íntegramente en España: "Se ata de alguna manera, en este caso hay un sistema de ergonomía que fija muy bien el exoesqueleto al paciente sin hacerle ningún daño, y al mover el exoesqueleto sus propias articulaciones como está atado a las piernas del paciente, mueve las piernas del niño. Es una especie de armadura que arropa al niño, le da estabilidad para mantenerlo de pie y le ayuda a caminar".
Ilusión para los más pequeños
Devolver o, al menos, mejorar la movilidad a las personas para mejorar su calidad de vida siempre es "ilusionante", reconoce García Armada, aunque su rostro se ilumina cuando habla de los más pequeños, los que se benefician de ese Atlas 2030 que, tras recibir el visto bueno de la Unión Europea, ha empezado a fabricarse en serie para su comercialización. Hasta 17 millones de niños en el mundo sufren alguna dolencias de este tipo y tienen en el exoesqueleto español una esperanza.
"Los niños tienen un plus, porque cuando ves su sonrisa al ponerse de pie o al empezar a jugar… Es tremendo como eso te puede llegar a cargar de energía para poder seguir trabajando en este proyecto. En cuanto a resultados, los niños alcanzan un altísimo nivel de motivación personal al verse como sus iguales, y esa motivación realimenta todo el proceso de rehabilitación que ellos por sus enfermedades o dolencias tienen que llevar a cabo. Y hablamos no solo de lo físico, sino también de lo cognitivo. Todo eso suma y hace que la recompensa sea tremenda", indica la científica que no oculta que el día que la Agencia Europea del Medicamento y el Producto Sanitario concedió el marcado CE a su exoesqueleto "fue un día de fiesta nacional". Y es que con ese sello la empresa Marsi Bionics alcanzó su gran objetivo para poder acercar su invento al máximo número de hospitales, familias y centros de rehabilitación.
No fue, sin embargo, un camino fácil desde que arrancó la investigación hasta que se alcanzó ese hito. "La supervivencia de la empresa ha sido mi mayor preocupación durante este largo recorrido y ha estado al borde de no sobrevivir en muchísimas ocasiones. Evidentemente cuando eso sucede, tienes que poner sobre la mesa todas las opciones, y una de ellas era salir de España. Pero salir del país también cuesta dinero y no aparece cómo una opción viable", señala la vallisoletana que, pese a las dificultades, considera que hay un rayo de esperanza en España por el cambio en la ciudadanía: "La sociedad ha despertado un poco del letargo y se ha dado cuenta de que invertir en ciencia es necesario para el bienestar y el progreso de un país. Y eso es clave, porque si los ciudadanos no creemos en algo, los políticos no van a hacer un esfuerzo por ello".
El miedo a los robots
Un cambio en la sociedad que llega a pesar de la "falta de curiosidad científica de los españoles" en la que, según aclara, tienen parte de culpa los investigadores, ya que, a su juicio, "la divulgación científica no termina de conectar con el interés del público". "Al final seguimos con ese prejuicio de que la ciencia es de frikis, de raritos… Y es algo que tenemos que revisar como país, porque en otros lugares no pasa. Hay científicos raritos, claro, pero también más normales… Cabe de todo como en todas las profesiones".
Quizá de esa falta de interés en la ciencia y del impacto del cine surja también el miedo a todo lo que tiene que ver con la robótica, la rama en la que García Armada está especializada. "Creo que tenemos que ser capaces entre ficción y realidad. O sea, porque en una película a la tostadora le salgan brazos y se rebele contra el dueño, no vas a dejar de usar la tostadora ni pensarías si quiera que eso podría llegar a suceder, aunque igual esa noche tienes pesadillas. Pero eso es sencillo de entender. Sin embargo, es cierto que para entender un robot hay que tener ciertos conocimientos", apunta la vallisoletana.
Prosigue su labor docente y aclara que "un robot es una máquina, como una lavadora, pero que tiene la capacidad de percibir la realidad para interaccionar con ella a través de un sistema que hemos creado nosotros para darle ciertos comportamientos, desde andar hasta gesticular. Y entre medias de eso aparece, precisamente, lo que tanto miedo da: ese 'cerebro' del robot. Pero, y aquí está la clave, tanto la mecánica como ese 'cerebro', está programado por nosotros. Nosotros lo diseñamos y lo creamos para que tenga unas capacidades. No le pueden salir brazos donde no les hemos puesto, por ejemplo. Y ese sistema de toma de decisiones es súper simple, muy sencillo: si pasa esto, haz esto. Nada más".
Entonces, ¿no tenemos que tener miedo a los robots? "El problema real que puede tener un robot, no es que se rebele y haga cosas para las que no está programado y sean peligrosas, es que falle y se vuelva peligroso. Porque al final es una máquina", apunta entre risas García Armada, acostumbrada ya a la pregunta de aquellos que aún miran de reojo a las máquinas.