Con 54 años y después de toda una vida dedicado al campo en su pueblo, Riocabado, Juan Carlos Casillas no ha faltado a ninguna de las movilizaciones que el sector agropecuario lleva protagonizando desde primeros de febrero. Este lunes estará en Madrid de nuevo a pesar de la agria sensación que le dejó la convocatoria de protesta del miércoles pasado. Él fue uno de tantos agricultores abulenses a los que la Guardia Civil bloqueó en San Rafael, impidiéndoles llegar hasta la capital de España. «Los sindicatos nos engañaron, si habían pactado que llegaran allí quinientos tractores, ¿por qué nos hacen llevar mil? ¿Para dejarnos a mitad de camino cabreados?», se pregunta, en conversación con esta Redacción.
Pese a todo, está convencido de que una vez que ha dado el paso y ha salido a la calle de forma unánime y contundente, el campo español tiene que seguir movilizándose hasta conseguir su objetivo. «Queremos que nos dejen vivir de nuestro trabajo, que la Administración deje de ponernos trabas», plantea. «Más o menos hasta el año 2000 podías vivir tranquilamente de ésto, a partir de entonces empezaron a ponernos trabas desde Europa que no han hecho más que hacernos la vida imposible», argumenta.
Vaya por delante que hay tantas visiones de la situación límite en la que se encuentra el sector como agricultores y ganaderos en la provincia de Ávila, pero hoy vamos a tratar de profundizar en las protestas desde un punto de vista algo más personal, centrándonos en las quejas y demandas comunes que plantean cuando sacan sus tractores a la calle para pasarse horas en la carretera, recorriendo cientos de kilómetros a 40 por hora para hacer visible un problema que, si nada cambia, va a llevarse por delante al medio rural. «La España Vaciada está aquí, nadie va a seguir en los pueblos, mi generación va a ser la última que se dedique al campo, es lo que quieren los políticos, si no fuera así no estarían haciéndonos la vida imposible, que es lo que hacen con nosotros», lamenta.
Él tiene una explotación familiar de secano de 300 hectáreas, siembra trigo, cebada, avena y algarrobas. Pero además de agricultor es ganadero, Juan Carlos tiene vacuno avileño y también ovejas que pastan por el páramo morañego. Su sensación, igual que la de tantos compañeros de profesión, es que a pesar de la cantidad de horas que trabaja, «doce horas diarias, no las siete y media que quiere el Gobierno, llegamos con muchas dificultades a cubrir los costes de producción», apunta. Después de toda su vida en el sector, asegura que la campaña 22-23 fue «la más cara de la historia, con los precios de las semillas y del gasóleo agrícola disparados», a lo que se sumó la sequía. «Este año no hemos recogido apenas nada porque no ha llovido», se lamenta. La experiencia le dice que al menos antes la cantidad de horas de trabajo se veían en la cuenta de resultados. «Se ha vivido bien de ésto, pero ya ni nos acordamos de aquello», afirma.
Por si fuera poco, la ingente burocracia que se les impone desde la Unión Europea acaba desesperando a un sector que se siente fiscalizado. «Lo del cuaderno de campo que quieren ponernos es de locos, quieren que apuntemos todo ahí: si vienes, si vas, si echas gasolina al tractor, si siembras, lo que siembras, ... es que si anotamos todo lo que hacemos al cabo del día, no sé cuándo vamos a tener tiempo de trabajar, si ya dedicamos un tiempo que no tenemos a la burocracia, así que si al final nos imponen el cuaderno de campo ya es el colmo», se queja. «Antes teníamos mucho menos papeleo, ahora nos pasamos el día sacando guías, permisos, ...», añade. «Dentro de lo mal que está la agricultura, creo que es peor la situación de la ganadería», reflexiona. «Nos obligan a hacer un montón de inspecciones de bienestar animal (brucelosis, vacunas de tuberculina dos veces al año, ...), así que nos pasamos el día metiendo y sacando animales para saneamientos», explica.
Agricultores y ganaderos sienten que desde Bruselas se prioriza más al medio ambiente que los intereses quienes se dedican a la producción de alimentos en los países de la UE. «Los herbicidas que funcionaban los prohibieron, los de ahora no matan las malas hierbas, con los abonos pasa algo parecido, ...», revela.
De estas semanas de movilizaciones se queda con la empatía que ha visto en la gente de a pie al paso de las tractoradas. «Nos aplauden, están con nosotros, solo puedo pedir disculpas por las molestias que estamos causando», concluye.