Hace unos años mi tía llevó una estantería pequeña, estrecha, baja y metálica a la casa familiar. No cabían muchos libros en ella, era más decorativa. Pero encajaba perfectamente en el hueco entre mi cama y la pared, así que allí se quedó. En su nueva ubicación pasaba prácticamente inadvertida y tardé en usarla. Fue un proceso progresivo y, sin darme cuenta, fueron apareciendo por la librería una serie de libros que, en realidad, estaban repetidos: eran mis historias fundamentales, esas a las que recurro siempre que lo necesito y las que más quiero.
Con el paso del tiempo compré también una lampara muy bonita, azul y blanca, de madera, que representa un faro, con una bombilla en la parte superior imitando la luz de estos. En realidad era para la mesita de noche, pero no daba suficiente luz para leer, así que acabó en lo alto de la estantería. Fue otro gesto involuntario, pero en la vida hay cosas que hacemos sin pararnos a pensar el motivo hasta que, de repente, cobran sentido.
Y fue hace poco cuando esta historia de la estantería que se queda ahí porque era donde cabía, en la que fui colocando libros sin darme cuenta y para la que compré una lámpara que no era para ahí, pero ese acabó siendo su lugar perfecto, cobró sentido: cuando me di cuenta de que había creado sin quererlo mi propio faro, sostenido sobre los fuertes pilares de las lecturas que más me han marcado, que a día de hoy me siguen acompañando y que iluminan el camino a tierra firme en medio de la tormenta. Como ocurre en la costa cercana al faro de mi habitación, su tenue resplandor gira en la oscuridad, alumbrando cada zona apenas un segundo, pero con la constancia de quien lo sigue intentando. A veces pasa tan rápido que tienes que pensar de dónde sale la luz y no es hasta que recuerdas que el faro está al lado que no comienzas a seguir este fogonazo en mitad de la noche. De esa misma manera las historias nos iluminan, nos ayudan a ubicarnos y a elegir el camino. Desde que somos pequeños y los hermanos Grimm nos enseñan que se pueden vencer los obstáculos que encontramos en el bosque, podemos sentir su compañía y consejo a lo largo de nuestra vida. Las historias nos guían, nos consuelan, nos hacen felices pero a veces sufrimos con ellas. Escritas palabra a palabra su objetivo es llegar al lector, pues así es como tienen vida, y marcar una diferencia en ellos, en su percepción del mundo. Se adaptan y cambian según lo que necesitamos o cuando crecemos y nuestras experiencias son diferentes. Abren nuestra mente a distintas posibilidades. Nos permiten empatizar con otras posturas. Nos hacen ver que las cosas importantes no cambian. Nos animan a no rendirnos. Son luz en la oscuridad.
He construido mi faro al lado de la cama y hasta lo he coronado con luz sin ser consciente y este acto instintivo me ha hecho visualizar el poder de las historias una vez más. Mi faro no está completo, pues aún queda espacio para nuevos libros de los que marcan el camino, pero su luz brilla constante, abierta a todo un mundo de posibilidades. Y si me pierdo, como en las grandes historias, su luz me guiará de vuelta a casa.