Carmelo y Jaime son dos hermanos aficionados a la caza y a la pesca. El primero ya ha colgado la escopeta, mientras que el segundo disfruta de su jubilación recorriendo los ríos de Ávila cuando su rutina se lo permite. El gusto por estas dos prácticas les viene de niños, de cuando iban con su padre a cazar y a pescar. «El origen de nuestra aficiones nos lo inculcó nuestro padre, que era cazador y pescador», explican. Como consecuencia de aquellas manañas de caza y las tardes de pesca les entró el gusanillo en el cuerpo por estas disciplinas que aún mantienen.
Carmelo se sacó la licencia de caza en cuanto cumplió la edad reglamentaria. «En aquella época había muchos terrenos libres en Ávila para cazar. Pero cuando la Junta de Castilla y León sacó la ley que establecía que todos los terrenos libres pasaban a ser de su propiedad, tuve que buscar un coto para poder cazar», recuerda. Tras pasar por el coto de Montefrío (Padiernos), hace más de 20 años que se estableció su puesto de caza en la Dehesa de Gemiguel. En ambos enclaves practicó la caza mayor y la menor, aunque se siente más cómodo y le gusta más la segunda modalidad. Es decir, madrugar para recorrer los montes con sus perros en busca de conejos, codornices, perdices o las piezas de temporada que tocasen. «He participado en varias monterías y cacerías, pero a mí me gusta más la caza menor. Sin embargo, ahora lo que más se está potenciando es la caza mayor. La caza menor ya no tiene mucho futuro», considera.
Quizás por eso o por la falta de perros de caza (solo le queda uno y ya está muy mayor), Carmelo ya ha dejado de cazar. El año pasado fue la primera vez en mucho tiempo que no preparaba su escopeta y su ropa de caza el 14 de agosto, la víspera de la apertura de la media veda. «Cada vez hay menos caza y han entrado especies invasoras como el meloncillo que están haciendo mucho daño a la caza menor», asegura. No obstante, aunque haya abandonado la práctica, aún sigue recorriendo de vez en cuando los campos y montes donde tantas veces cazó solo y con su padre, recordando los buenos momentos vividos junto a él.
Su hermano Jaime, sin embargo, sí que continúa practicando su afición por los ríos de Ávila. Aún recuerda la primera vez que fue con su padre de pesca: fue en Puente Arco, en Burgohondo, y tendría unos diez años. De eso hace ya más de medio siglo y su gusto sigue intacto.
Jaime suele pescar en el río Tormes, cerca de las localidades de Navacepeda y Bohoyo, lugares que le encantan debido «al paisaje y la tranquilidad que se respira allí». Precisamente allí pescó el ejemplar más grande que recuerda: una trucha de unos 60 centímetros que devolvió al agua. Otras, sin embargo, sí que se las lleva a casa para repartirlas entre sus familiares y amigos. Porque se da la curiosa circunstancia de que no le gusta el pescado. «Yo nunca me como nada de lo que pesco. Me gusta pescar y, aunque pesco con cebo, suelo utilizar los anzuelos sin muerte», comenta. Es decir, que no emplea la pesca como práctica para el autoconsumo, sino como un entretenimiento puro y duro, que seguirá practicando, como él afirma, «hasta que me respondan las piernas».
Dos hermanos, Carmelo y Jaime, que, cada uno con su afición (aunque ambos han practicado la contraria), mantienen el legado y los valores de respeto por el campo y el medio ambiente que les inculcó su padre cuando eran niños. Un ejemplo que todos deberíamos seguir.