¡Tengo tanto que contarte que no hay principio por el que comenzar! Echaba de menos los lunes de desayuno hablándote de mis cosas, así, sin más. Cosas que quizá tengan poca importancia a priori pero que son mis cosas, nuestras cosas, cosas que quizá, mejor, cosas que deseo que te sirvan de alguna manera. Quizá tarde en llegar a la actualidad por todo lo que tengo acumulado en mi memoria.
Ya estamos en otoño, aunque a veces parece invierno y a veces primavera. El verano, aquí, en Ávila, solo es una vez y casi solo un mes. Aunque se está estirando. Y acalorando. Es mi estación favorita. Ya sabes. Pero eso te lo vuelvo a contar en mayo. Ahora recuerdo aquella jocosidad con la que nos deleitaban los más mayores que ya casi no tiene sentido, en Ávila solo hay dos estaciones, la de invierno y la de tren. Ya casi ni hay invierno. No nieva, no hiela, y oiga, que bien, pero no está bien.
Hacia final de verano se pararon todos los relojes de mi casa. Y digo todos, que son una friolera de 5 analógicos. Los digitales van a la red y, de momento, sigo pagando la factura. Tardé en ponerlos en marcha. Es probable que no quisiera que el tiempo pasara. Aunque no es decisión mía. Al menos, no todo. No tenía pilas. Claro. Las usé para los relojes. Cosa que me lleva a pensar en lo metódica que puedo llegar a ser. Lo que conlleva que el orden circundante sea origen de mi paz interior. Orden que a veces solo veo yo. Pero es suficiente.
Porque el orden, interno y externo es esencial. Para todo. El orden incluso desordenado. Pero tuyo. El caos solo genera caos. Y el caos, como al principio de los tiempos, no es bueno. Genera discordia. Y lo que queremos es concordia. Armonía de contrarios. Para no sufrir lo que están sufriendo nuestros amigos valencianos. Veo esas imágenes y me parecen de la otra punta del mundo. Cosas que nunca pasan aquí, hasta que pasan. Y son estremecedoras. Lo que podamos hacer, hagámoslo. Sin ser oportunistas, por favor.
Conectados los relojes y acabado el verano, que no acaba el 22 de septiembre, sino cuando vuelvo al cole, la administración ha tenido a bien mandarme a otro destino. Luchamos por quedarme en la Escuela. Luchamos de la mano mi Conchi, mi Alberto y yo junto con otros tantos acompañantes. Pero de nuevo, el orden establecido, esta vez el impuesto, impide que los números sean favorables a mis deseos nada caprichosos. Echo de menos mi Escuela, sus alumnas, su olor y su energía. Pero sigo aquí. Caminando por otros caminos, nuevos, aunque conocidos. Con ilusión. Aunque un poco a regañadientes. Porque cuando algo es obligatorio es menos interesante que cuando es por gusto.
Por eso, es mejor no obligar a leer. 

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