Javier Dapena tiene 30 años y es profesor de español para extranjeros en Hong Kong. Estudió Filosofía en Salamanca e hizo el máster de Educación en la Católica de Ávila, un tiempo durante el que le dieron la opción de hacer un Erasmus y fue a Polonia en lo que define como una «oportunidad que cambió mi vida».
Su paso por el extranjero tuvo paradas en una academia de Oporto, después en el instituto Cervantes de Cracovia, Polonia, para pasar también por Delhi (norte de India), Bangalore (sur de India) y Filipinas hasta recalar en una academia en el centro de Hong Kong.
Y ¿qué hace este abulense en Asia? «Huir de mi apellido» (aquí nadie lo entiende, dice) y enseñar español mientras tanto. Lo cierto es que su sueño «desde la adolescencia» era «vivir en otras culturas, especialmente en India y en China, no solo visitarlas como turista sino tratar de integrarme en la sociedad para entenderla desde dentro. Descubrí que la profesión de enseñar español podía permitirme hacer eso y fui dando los pasos».
En su vida allí «todo va muy rápido, la gente trabaja mucho, echan muchas horas extra, los jefes meten mucha caña. Cuando practico con los estudiantes descripciones de la personalidad, todos los adjetivos negativos que aprenden los usan con sus jefes», dice, y añade que «es una sociedad bastante materialista, cuando he preguntado a algunos locales sobre cuál era la religión predominante en Hong Kong siempre me dicen lo mismo: el dinero».
Como aspectos positivos señala que «Hong Kong es un lugar extremadamente seguro, muy limpio, el transporte público es excelente, y la barrera cultural mucho más pequeña que la de otros lugares en Asia. Tienen muchas referencias occidentales».
Lo más difícil de la adaptación fue «entender que la gente no es mi amiga, la frialdad con el prójimo… y el mal trato con el cliente. España es un país con vocación de servicio, creo que los españoles disfrutan ayudando a los demás. Sin embargo, en Hong Kong nadie te va a ayudar, si necesitas ayuda tienes que pedirla al que se dedica a eso. Los taxistas o camareros no te van a sonreír y ser amables contigo, muchas veces solo quieren que te vayas lo antes posible para lograr más clientes. A veces solo les falta darte un tortazo. He visto a los propios chinos (de la china continental) preguntar por direcciones a los extranjeros antes que a los hongkoneses. Un día vi un señor desmayado en la puerta del metro y nadie le ayudó hasta que no llegaron los de seguridad. Esa escena me impactó».
Le gusta, por otro lado, «la multiculturalidad de Hong Kong, tanto con mis estudiantes como con los amigos que puedes hacer fuera del trabajo. Aquí hay gente de todas partes y eso es muy estimulante y enriquecedor. También que está pegando con China y ahora con la exención del visado los españoles podemos ir sin visa, así que voy bastante a menudo». Javier vive en una isla llamada Cheung Chau, en un estudio pequeño en frente de la playa, por lo que cada día «cojo un ferry que me deja en Central y desde allí voy andando o en tranvía hasta la academia. Tengo mis clases y, dependiendo del día, voy a comer con algún amigo. Cuando termino de trabajar me cojo el barco y vuelta a casa». Esto forma parte de una rutina que se rompe los fines de semana cuando suele ir a Shenzhen.