Quizá algún vecino de El Fresno aún se despierte este domingo con el sonido de los cencerros en su cabeza. No es descartable del todo teniendo en cuenta que buena parte de las mascaradas de invierno que protagonizaron el desfile del VII Festival Mascarávila, celebrado este sábado en ese municipio con la participación de casi 900 personas, portaban ese artilugio de uso ganadero. Y lo hicieron sonar, cuanto más alto mejor, aunque eso implicara un esfuerzo físico extra a quienes daban vida a personajes ancestrales que volvieron a asustar a los niños y a maravillar a los adultos, incrédulos ante la autenticidad de las indumentarias que iban pasando ante sus ojos; ninguna igual, pero varias de ellas con elementos comunes pese a la distancia geográfica entre algunos de sus lugares de origen, tal es el caso de las cornamentas o los mencionados cencerros. Los machurreros de Pedro Bernardo, los harramachos de Navalacruz, los cucurrumachos de Navalosa y las Toras de El Fresno comparten ese vínculo que hunde sus raíces en la actividad ganadera ancestral de la provincia de Ávila en la que parecen estar inspirados estos personajes, cuya contemplación solo transmite fascinación y verdad, la que han ido legando generación tras generación los habitantes de los pueblos en los que nacieron cada una de las mascaradas, hace tantísimo tiempo que nadie se acuerda ya.
Esos personajes, a los que hay que sumar a los zarramaches de Casavieja -tocados con su gorro de cintas de colores, una naranja en la mano y una vara en la otra, además del cencerro en la espalda- fueron contemplados ayer por miles de personas llegadas hasta El Fresno de distintas comarcas de la provincia y en especial desde la cercana capital abulense. El auge que ha ido cobrando Mascarávila y la enorme proyección del festival es incuestionable: ha logrado poner en primerísimo primer plano la tradición de las mascaradas a través de un evento concebido como escaparate conjunto en el que los siete municipios fundadores -los ya citados más Hoyocasero y Piedralaves a través de sus danzas de paloteo- exhiben con orgullo los personajes que hasta el nacimiento de Mascarávila solo recorrían las calles de cada pueblo coincidiendo con las fechas del calendario que, según la tradición local, tocaba que se hicieran visibles los cucurrumachos, los harramachos, los zarramaches y los machurreros, la mayoría de ellos coincidiendo con el Carnaval.
Gracias precisamente a este auge, otros municipios abulenses se han sumado al proyecto recuperando tradiciones similares prácticamente perdidas que Mascarávila ha contribuido a visibilizar, por supuesto con la participación fundamental de las gentes de los pueblos de origen. Y así desfilaron ayer, orgullosas, la Tora de Gemuño; la Vaquilla, los quintos y las rondas de Navalmoral de la Sierra; las vaquillas de Burgohondo, de Navaluenga y de Hoyocasero; la vaquilla y las campanillas de Hoyos del Espino y los Gamusinos de Casas del Puerto, estos últimos tapados con mantas de pastor de pies a cabeza y portando una larga vara en la mano.
Mascarávila hace resonar la tradición en El Fresno - Foto: David CastroOcho grupos distintos de mascaradas procedentes de Portugal, la mayoría de la región de Mogadouro, pero también uno oriundo de Macedo de Cavaleiros y otro de Lazarim, participaron en el desfile, haciendo de la séptima edición de Mascarávila la más internacional. Algunos de los personajes lusos, especialmente vistosos y coloridos, compartían con las mascaradas abulenses el uso de los cencerros y de materiales de carácter rústico en las indumentarias. E igual que las nuestras, quizá incluso más, no cesaron de interactuar con el numeroso público que les observaba, provocando y asustando a mayores y pequeños, aunque también aceptaron gustosos fotografiarse con los asistentes que así se lo fueron pidiendo a lo largo del recorrido. Entre ellos, el chocalheiro de Bemposta, que se empleó a fondo durante el desfile, los caretos de Arcas que, ataviados de rojo pusieron en escena su particular ritual de gritos y peleas entre ellos, incluso de echarse al suelo unos sobre otros ante la mirada absorta del público. Tampoco pasaron desapercibidos los caretos de Lazarim que, ataviados con indumentaria de paja, escenificaron una singular danza ritual a ritmo del penetrante sonido de los bombos que les acompañaban.
En distintos tramos, el público aplaudió y lanzó vivas hacia los grupos procedentes de los distintos pueblos que fueron desfilando en una tarde que se nubló progresivamente, pero calurosa para quienes daban vida a personajes cuya indumentaria está concebida para el frío del invierno.Conscientes de ello, se les fue ofreciendo agua a mitad de un recorrido cuya nota musical la pusieron grupos de música tradicional que participaron: Los Pastores de Casavieja, la Ronda de Pedro Bernardo y la de Piedralaves, las dulzainas de Hoyocasero, el grupo folklórico Entre Ríos de Arévalo, los dulzaineros de Navalosa, la ronda de Navalmoral, ... Todos ellos con sus atavíos tradicionales y que tenían que haber actuado tras el pregón a cargo de Jesús María Sanchidrián, pero la intensa lluvia que cayó justo entonces y que venía amenazando toda la tarde impidió que el final del festival pudiera celebrarse, teniendo que suspenderse buena parte de las actuaciones y también el concierto de Cigarra. Fue un fin de fiesta apresurado para un festival que llevaba mucho tiempo preparándose. «Habría sido una jornada memorable si no hubiera sido por la lluvia que tanta falta nos hace», apuntó a este diario Pedro Granado, presidente de la Asociación Cultural Mascarávila, que agradeció especialmente la implicación de los vecinos de El Fresno en la organización del evento.