La trayectoria de Ciudadanos ha sido la de una estrella fugaz. Apareció en el universo político de manera fulgurante sin saberse cuál podría ser su trayectoria orbital y ha acabado en un agujero negro, llevándose por delante todos los predicamentos que se pregonaban de un partido nuevo que lucía los genes de la regeneración política, la lucha contra la corrupción, acabar con el bipartidismo y cambiar el signo de los regímenes autonómicos que se habían perpetuado durante varios lustros.
Todas aquellas perspectivas quedaron frustradas. El abogado Albert Rivera, su primer líder, llevó a Ciudadanos hasta su máximo esplendor en un periodo de cuatro años, desde la primera comparecencia a nivel nacional del partido naranja en 2015 hasta abril de 2019 cuando se acercó tanto al sol del poder que acabó cegado y comenzó un proceso de irrelevancia cerrado ahora con la decisión de sus sucesores últimos de no comparecer en las próximas elecciones generales.
Ciudadanos fue recibido con alborozo porque se suponía que el país tenía por primera vez un partido de centro-centro, capaz de pactar a derecha e izquierda para regenerar unas comunidades autónomas gobernadas durante mucho tiempo por el mismo partido, caldo de cultivo para la corrupción. Pero a la hora de la verdad solo contribuyeron a despojar de sus gobiernos o de la posibilidad de gobernar al PSOE y a apuntalar al Partido Popular. Ciudadanos nació como un partido socialdemócrata pero viró hacia el neoliberalismo sin solución de continuidad. Incluso llegó a ganar las elecciones en Cataluña, pero su líder en aquella ocasión, Inés Arrimadas, renunció a presentar su candidatura a la Generalitat. Una decisión incomprensible.
El resultado de las elecciones de abril de 2019 acabó por cegar a Albert Rivera, 57 escaños y 200.000 votos menos que el PP, que obtuvo su peor resultado histórico, 66 escaños. Rivera dijo que no pactaría "con la banda de Sánchez" y las bases del PSOE gritaban en Ferraz "Con Rivera no". Nada que no se hubiera podido resolver en una negociación: y Rivera vicepresidente y una estabilidad política para emprender políticas reformistas. Entre ambos partidos sumaban 180 diputados.
A parir de ahí llega el declive. Los tres millones de votos que llegó a reunir fueron volviendo a su lugar de origen, al Partido Popular, al que acaba de entregar los magros 300.000 votos que ha reunido en las elecciones del 28-M, los últimos de aquellos ciudadanos que creen en el proyecto naranja. Les espera la casa grande del partido matriz de la derecha o la abstención. Aún queda algún grupo de 'críticos' -Edmundo Bal, Francisco Igea- que se resiste a muerte política del partido naranja.
Ciudadanos no fue nada de lo que pudo ser, ni en Cataluña donde nació y se batió duramente contra el independentismo, ni en el resto de autonomías. Cuando intentó un viraje en Murcia lo hizo tan mal que comenzó a cavar su fosa y a perder el poder territorial que había acumulado por la vía de apoyar al PP. En sentido contrario, al propiciar la división de la derecha contribuyó a facilitar el gobierno de coalición. Y ni contribuyó a la regeneración política, ni a la alternancia en los gobiernos autonómicos porque no ejerció su papel de partido bisagra y siempre jugo a beneficio de la misma parte. Al fin y al cabo, malévolamente era identificado como el partido del Ibex.