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Una historia americana - Foto: David Castro
Una historia americana - Foto: David Castro
La historia que les voy a contar podría estar ambientada en los Estados Unidos de América. Concretamente en el Valle de Santa Clara, California. Lo que el mundo conoce como Silicon Valley. Entre clases en Stanford, paseos por la bahía y barbacoas multitudinarias, nuestros protagonistas, inseparables, claro cliché de enaltecimiento de la camaradería, están a punto de poner en marcha un negocio increíblemente innovador. Como les digo, esta historia podría hablar de esos jóvenes "entrepreneurs" que, desde el garaje de su casa, incuban y lanzan una startup "unicornio". Entonces comienzan a salir en portadas de revistas de impacto, les contratan para dar charlas motivacionales y acompañan al presidente del Gobierno de turno en su puesta de largo. Podría ser así. Pero no, la historia que les quiero contar tiene su escenario en Ávila, y en lugar de en un garaje, nos adentramos en la azotea de la casa de dos hermanos, Miguel Ángel y Manuel, donde están trabajando, junto a su amigo Ignacio, recién terminada la carrera de arquitectura, en algo nuevo… un extrusor y un hardware que les permitirá revolucionar el mundo de la impresión 3D. El reto era poder desarrollar nuevas creaciones, a través de tecnologías innovadoras y sostenibles, para un sector en pleno crecimiento y con alto poder adquisitivo. Así nacieron sus primeros "hijos": unos brazos robotizados capaces de imprimir con precisión milimétrica. Y jugando a emprender, reciben una llamada: se trata del Centre Pompidou de París (sanctasanctórum del arte moderno europeo), desde donde les proponen participar en una exposición internacional basada en nuevos desarrollos en impresión. Por esta razón, durante tres meses, el mundo se asombra con una silla, elaborada a partir de plásticos reciclados, con denominación de origen "made in Ávila". En esta fase de sus vidas es cuando tuve el placer de conocerlos a través del Programa de Emprendimiento de la Fundación Tatiana. Entre los proyectos seleccionados había uno que llamaba particularmente la atención. Primero por su nombre, Nagami (luego les contaré qué significa). Segundo por su ambición (tenían claro que su público potencial era el mundo). Tercero por su orgullo de pertenencia al territorio (no querían renunciar a seguir viviendo en la ciudad amurallada). Y cuarto por su forma de ser: discretos, sencillos y brillantes. Con ellos comenzamos un viaje de 9 meses en los que, junto a otros emprendedores de muchísimo nivel, de los que podremos hablar en páginas futuras, fuimos testigos de excepción del nacimiento de una de las empresas que iban a cambiar nuestra ciudad. Pero volvamos con nuestros protagonistas. Tenemos a los jóvenes Manuel, Miguel Ángel e Ignacio saltando de la azotea de los hermanos Jiménez, a una nave industrial en el Polígono de las Hervencias. Y sus primeros brazos robóticos se han duplicado, siendo ahora cuatro los que trabajan en un nuevo proyecto de China, que les obliga a subir otro nivel, por volumen y riesgo, para asumir este reto mayúsculo: elaborar una escultura de más de tres metros de altura, monolítica, de 200 kilos, para una de las empresas líderes (hasta aquí puedo escribir) en el país asiático. Un referente internacional en potencia. Y lo consiguieron… Testaron nuevos materiales, optimizaron sus códigos, los robots se multiplicaban como esporas (más de veinte ya), imprimiendo sin parar, ahora en una nave de varias plantas (en la misma ubicación), y alcanzando una plantilla de hasta 50 empleados. Todos los grandes quieren trabajar con ellos: Cartier, Dior, Ecoalf, Real Madrid, Porsche; diseñadores como Zaha Hadid y Ross Lovegrove; espacios como la Feria de Milán… Mientras tanto vemos sus caras en Forbes (reconocidos entre los más innovadores del país), llenan páginas de internet con premios y reconocimientos internacionales, les elevan a la categoría de "gurús" y "transformadores" en medios como Expansión, ELLE o El Confidencial, y elevan su valoración hasta los casi 20 millones de euros… Los tres chicos de Ávila, que jugaban a emprender en la azotea de su casa, y que ahora gestionan una empresa referente mundial y multimillonaria… Todo ello con una idea muy clara: su fábrica no se mueve de Ávila. ¿Por romanticismo? Tal vez. ¿Por cabezonería? Seguramente. Pero sobre todo, porque en el emprendimiento, al igual que en la vida, existen los intangibles: aquello que no puede cuantificarse, pero que aporta un valor enorme. Y generar riqueza a tu tierra, dar empleo a tus vecinos y llevar el nombre de la ciudad por todo el mundo, es un activo que a Nagami les hace enormemente ricos. ¡Por cierto! Tenía pendiente contaros el "secreto" del nombre de la empresa: se trata de una exótica fruta oriental, similar a la naranja, que al ser degustada ofrece, dicen, un equilibrio perfecto en las papilas gustativas. Razón, la del equilibrio perfecto entre amistad, lealtad y atrevimiento, que hace de Nagami una de las empresas más importantes de Ávila. Esta es la historia de Nagami, líder mundial en impresión de mobiliario en 3D. Pero no se confundan: tras las máquinas robóticas y las grandes esculturas, están tres chicos, abulenses, que un día decidieron ser ellos mismos el cambio que querían para el mundo.