Puede tratarse de la boda del siglo si por fin se diera la anunciada conjunción planetaria y dos de los países más importantes de la esfera internacional se quisieran dar la mano de forma no morganática. Me temo sin embargo que lo que el arte ha unido no debe separarlo el hombre.
Taylor Swift se ha convertido en la artista referencia en el siglo XXI, en sus conciertos cuelgan siempre "no hay localidades" o "sold-out", ya saben incluso que da para llenar un estadio como el Bernabéu con tres finales de Champions League. Es la persona del año según la revista Time que se ha otorgado la carga sobrehumana de elegir entre los 6.000 millones de personas de este planeta quien es la más relevante.
Convivo con una dulce Swifty, que así es como se llaman las seguidoras más fieles de Taylor. Mi hija Gadea va a uno de sus conciertos con lo que ya podré hacerme una idea más clara cuando salga. Como me tocaba calentar motores por si acaso, me he aprendido sus canciones, sus poesías, sus melodías. Es la persona que pone voz a todos los deseos, las aspiraciones y las complejas realidades de nuestros adolescentes. Nuestros adolescentes que poseen un genuino deseo de entender ese sol que parecemos disfrutar los que habitamos después de muchos años de vida en un Olimpo mentiroso, enredoso y de trampantojo y el mundo que les va a tocar vivir. Como es el amor de verdad, como es el engaño, como es la dureza de las relaciones con otros y otras adolescentes deformados por el espejo de madrastra que son las redes sociales. Todo eso es el arte de Taylor y mucho más. El deseo de pertenencia, como van vestidos y vestidas todos. El deseo de compartir y ser generoso sin límites cambiándose las "friends bracelets" una verdadera y artística crypto-moneda.
Y el otro contrayente, Juan Manuel de Prada, acaba de fastidiar la sequía de la cultura española con un maná y lluvia pródiga del cielo. Se le acaba de ocurrir, lo digo a propósito como si fuera una ocurrencia, escribir una novela magna de 1.600 páginas, eso sí en dos cómodos cafés con leches para los que prefieren el best-seller del cappuccino. Nadie, nadie, puede hacer algo parecido. Sólo lo han conseguido Proust, Víctor Hugo (con tantas conexiones con Ávila), Musil, Cervantes, Dostoievski, entre otros que ya habitan juntos. Lean por favor la crítica de 'Mil Ojos esconde la noche' su última publicación, si hasta el abrupto académico Artuto Pérez Reverte se rinde a la sutileza de afirmar, o algo similar, que nos encontramos ante el mejor escritor en español. O Luis Alberto de Cuenca, o Alex de la Iglesia, o da igual, cualquiera que ya ha tenido el privilegio de leerla, que nos hallamos ante la síntesis imposible en pleno siglo XXI de Cervantes, Quevedo y Valle-Inclán. Sobran las palabras. El arte se abre paso desde la libertad y el sufrimiento por la verdad, con la generosidad de entregárselo crudo, para que cada uno se lo cocine como mejor sepa, con ese respeto exquisito que sólo tienen los grandes artistas por sus lectores. Y a dos días de su lanzamiento, ya se ha acabado la primera edición. Corran a comprarla si se sienten como titanes que pueden desafiar el ruido medioambiental y no como ratones. Sólo quedan decir ¡vivan los novios! y dar las gracias porque el arte se abre paso siempre sin pedir permiso. Simplemente porque la genialidad convive con la eternidad.