Erupciones cutáneas, urticaria, picor, tos, asma, diarrea o vómitos. Esos son algunos de los síntomas de la otra gran pandemia que afecta a la población mundial: la de las alergias. No en vano, a nivel global, y según la Organización Mundial de la Alergia (WAO), entre 220 y 520 millones de personas sufren de alergia alimentaria en todo el planeta, con una prevalencia mundial de entre el 1 y el 3 por ciento en los adultos y de entre el 6 y 8, en los niños. Encontrar tratamiento es uno de los grandes desafíos de la actualidad.
La alergia a alimentos es una de las más frecuentes y si bien los datos varían según el grupo de edad, zona geográfica o hábitos alimenticios concretos, en el caso de los niños españoles son el huevo y la leche de vaca los alimentos más frecuentes, seguidos de los pescados, que es una alergia más persistente y muy frecuente en adultos tal y como apuntan desde la Asociación Española de Personas con Alergia a Alimentos y Látex (AEPNAA) donde recuerdan que un reciente estudio indica que «las frutas son el primer alimento causante de alergia en nuestro país, seguido de los frutos secos, los mariscos y los pescados». Además, desde esta asociación alertan de que en poco más de una década no solo el número de diagnósticos se ha duplicado sino también de que ha aumentado considerablemente la gravedad de los casos. Así, según EAACI, en España la alergia a alimentos tiene una prevalencia estimada del 3 por ciento, lo que se traduce en aproximadamente 1,3 millones de españoles afectados. Extrapolando esos datos a la provincia de Ávila podríamos estar hablando de más de 4.700 abulenses con alergia alimentaria.
Sin embargo, reconocen desde la Asociación Española de Personas con Alergia a Alimentos y Látex, no todas las personas con alergias a alimentos están diagnosticadas, fundamentalmente porque los afectados «tardan en acudir al especialista y a veces incluso en conseguir un diagnóstico concreto». De hecho, en el caso de reacciones leves o moderadas, tales como erupciones, urticaria, inflamación, picor, lagrimeo, enrojecimiento ocular, irritación nasal, tos, dolor abdominal, diarrea o vómitos, es posible que puedan confundirse con otras patologías. No suele suceder esto cuando las reacciones son graves e incluyen dificultad respiratoria, asma, hipotensión, opresión torácica, palpitaciones o mareo. La situación de mayor gravedad es la anafilaxia, y en especial el choque anafiláctico, con afectación cardiovascular y riesgo de muerte inminente. Según la Academia Europea de Alergia e Inmunología Clínica (EAACI) precisamente el número de ingresos hospitalarios por causa de crisis anafilácticas, la más grave de las reacciones posibles, «se ha incrementado por siete en los últimos diez años».
Hoy en día, señalan desde la AEPNAA, «cualquier síntoma de este tipo, aunque sea leve, debería ser motivo de consulta para un especialista médico, con el fin de descubrir lo antes posible cuál es el alérgeno causante y tomar las consecuentes medidas de prevención, seguimiento y tratamiento del paciente afectado».
El impacto de la alergia alimentaria en los propios pacientes, en la familia y la sociedad es muy importante, ya que «limita seriamente las actividades sociales, escolares y laborales de quienes las padecen». Para ilustrar en qué modo estas alergias condicionan el día a día de los afectados desde la Asociación ponen como ejemplo el caso de Italia, donde «el 20 por ciento de los niños con alergia a los alimentos no ha acudido nunca a una fiesta de cumpleaños». Aspectos como la escolarización de un niño con una alergia grave, lo que obliga a muchos padres a buscar centros con enfermería para tener la seguridad de que alguien formado administre la medicación con garantías, o cuestiones meramente de ocio, como comer fuera de casa con un alérgico o realizar un viaje, son sólo algunos ejemplos de actividades cotidianas que se tornan verdaderamente complicadas para los afectados.
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