A Eva Hernández, barcense de 27 años, seguramente no se la encuentre nunca en una marisquería y no porque los productos del mar no le gusten sino porque es alérgica al pescado, los moluscos y el marisco.
Graduada en Ciencia y Tecnología de los Alimentos por la Universidad Complutense de Madrid con Máster Universitario en Calidad y Seguridad Alimentaria y Experta en Información Alimentaria, Eva tuvo su primera reacción alérgica a los 17 años tras la ingesta de un lenguado que le provocó dificultad respiratoria.
Como les ocurre a otros alérgicos a alimentos, tampoco en su caso hay tratamiento como tal más allá de realizar una dieta de evitación de esos alimentos. Reconoce esta joven investigadora de la Universidad Politécnica de Valencia que esto genera «un fuerte impacto en la calidad de vida» ya que le obliga a llevar «un control exhaustivo del etiquetado de los productos», prestando mucha atención a los alérgenos y las trazas especificadas, y a extremar las precauciones cuando se sale fuera de casa. «Llevo siempre una autoinyección de adrenalina, pero nunca he tenido que utilizarla», explica al hablar de un miedo que siempre acompaña a los alérgicos a alimentos: el de ingerir de forma accidental alguno de esos alimentos que en su cuerpo actúan como si fueran veneno.
No en vano, Eva sabe que si come pescado, moluscos o marisco o algún otro alimento que contenga trazas de éstos o contaminado por contaminación cruzada, e incluso algo frito en aceite que anteriormente se haya utilizado para freír pescado, puede desarrollar «un cuadro clínico que puede ir desde habones en la cara y en el cuerpo, hinchazón de labios, párpados u orejas hasta síntomas que pueden conducir a un shock anafiláctico con dificultad respiratoria, hinchazón de la lengua, garganta cerrada, ronquera, taquicardias, desvanecimiento, palidez, pulso débil o agotamiento, entre otros».
Por suerte, reconoce, nunca ha sufrido un shock anafiláctico por consumir alguno de estos alimentos sin saberlo aunque muchas veces después de comer fuera de casa, especialmente en restaurantes y bares, sí ha tenido reacciones alérgicas con síntomas leves.
Y aunque hace una vida normal, reconoce esta joven investigadora que su vida ha cambiado bastante desde que le diagnosticaron la alergia. «Hasta los 17 años en mi dieta estaban muy presentes los pescados, moluscos y crustáceos y me gustaban mucho. Además, podía salir a comer a restaurantes y bares sin preocupaciones y hacer la compra sin mirar el etiquetado», apunta al hablar de un antes y un después en su vida.
Aunque reconoce que «con el tiempo» su familia y amigos «han acabado comprendiendo, aceptando y por supuesto aprendiendo a llevar» su problema, algo de lo que se siente «muy agradecida», no niega que a veces cuando conoce gente nueva «es como empezar de nuevo», entre otras cosas porque «hay personas a las que les cuesta creer que sea alérgica a los pescados, crustáceos y moluscos».
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