Editorial

Los peligros de que el populismo se instale en la democracia

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Cuando parece que la política nacional se encuentra en un callejón sin salida, la confrontación, las acusaciones y la tensión elevan el tono, aunque esto dañe el interés general de los ciudadanos. Tras el volteo que sufrió el gobierno al rechazarse en el Congreso de los Diputados el decreto ómnibus, Pedro Sánchez parece enrocarse, culpando a la oposición –la del Partido Popular y la de Junts, que son los que pueden hacer inclinarse la balanza de un lado o de otro– de la situación política actual.

Se aprovecha la velocidad con la que se suceden los acontecimientos para jugar con la fragilidad de la memoria y no mencionar algunos episodios importantes de un pasado próximo que son trascendentales. España vive en la situación más irregular de la democracia, con unos presupuestos prorrogados desde la legislatura anterior, una prórroga que se produce de manera automática una vez que el gobierno desiste de su obligación natural de presentarlos, negociarlos y debatirlos.

Sin embargo, faltan herramientas que obliguen a los gobiernos a cumplir con las exigencias a las que la ley obliga. En un tiempo en el que el populismo viene ganando terreno incluso dentro de democracias consolidadas, hasta la movilización social pierde parte de su capacidad, y quienes ocupan los sillones hacen oídos sordos a las exigencias de la calle, algo impensable hace un tiempo. El Partido Popular quiere aprovechar esta herramienta como si de un último cartucho se tratara, incitando una recogida de firmas por todas las provincias, y animando a los sindicatos a alzar la voz para que el gobierno perciba un peligro real de la calle frente a discursos demagógicos. El efecto de este tipo de movilización será limitado.

Sin embargo, la situación de bloqueo no justifica que el gobierno esté culpando al principal partido de la oposición del colapso en el que se está instalado la mayoría de la investidura. Es el populismo al que se juega en la política nacional lo que ha llevado a esta situación de asedio. El Partido Socialista podría estar negociando perfectamente con el Partido Popular asuntos de Estado si no fuera porque el primer día de la legislatura, con el único fin de que Pedro Sánchez tomara posesión como presidente del Gobierno, buscó y encontró unos aliados con los que construyó un muro, situando al otro lado a quien ahora exige actitud de Estado. La responsabilidad está manifiestamente clara: Pedro Sánchez cedió la gobernabilidad diaria en un pacto que siempre se veía imposible, como el tiempo ha venido a confirmar, con intereses antagónicos, imposibles de conciliar, contradictorios y suyo es el fracaso, a pesar de que se siga agarrando a la técnica ómnibus para usar un fácil chantaje emocional que permite asuntos tan populistas como el siempre comentado tema de las pensiones o las ayudas al transporte público.