La devastación que ha dejado la DANA en Valencia ha pintado un escenario que se va a quedar grabado en la memoria: lodo, escombros y una sensación de derrota palpable en el aire. Cerca de medio centenar de técnicos abulenses, entre bomberos y agentes medioambientales, han pisado las calles de Aldaya y su entorno, zonas golpeadas por las riadas, con un panorama que muchos han descrito como una verdadera guerra. Y es que lo vivido tras la furia de las aguas no se cuenta sólo en cifras, sino en las miradas perdidas y las manos que trabajan sin descanso en un entorno que parece un lienzo roto. La reconstrucción no será cuestión de días ni semanas; llevará meses, tal vez años. Y en ese tiempo se medirá algo más que la capacidad de recuperación de las infraestructuras, el corazón de la sociedad. La respuesta inicial fue tenue, cobarde. Luego han llegado ideas mejores como el envío de casi mil alumnos de la Escuela de Policía, si bien esto destapa una de las tantas contradicciones de la gestión pública en España. Con una comunidad militar tan amplia y bien preparada resulta incomprensible que no se movilizara al Ejército desde el primer momento. Algo que sólo puede explicarse por las limitaciones mentales de ciertos gobernantes. Ocurre en estos casos que los debates y las justificaciones llegan después, cuando el barro ya se ha secado y los daños están hechos. En estos momentos críticos, se ve de todo: desde voluntarios que, sin esperar un aplauso ni una foto, trabajan incansablemente, hasta quienes buscan la cámara como si fuera un trofeo. No sólo son políticos, por cierto. Y mientras tanto, la gente parece pastar en un estado de sopor, adormilada, acostumbrada ya al ciclo de la tragedia y la indiferencia. En dos semanas, cuando las aguas bajen y el foco mediático se desplace a otro lugar, volveremos a la rueda de hámster del día a día, girando sin parar en la inercia de lo cotidiano. Una pena. Las calles están embarradas, los muebles flotan rotos y los coches se apilan unos sobre otros como juguetes destruidos, pero hay otro tipo de destrozo que es más difícil de reparar: el de la confianza. En Ávila sabemos de eso. Lo supimos con el mal llamado incendio de Navalacruz que, entre otros, asoló el entorno de mi pueblo, Riofrío, y donde la reacción política fue más bien tibia -seguimos esperando soluciones y alternativas, como la llegada de la fibra óptica-. Viejos fantasmas que se repiten en una España donde la solidaridad del pueblo parece inmensa, pero la eficiencia administrativa sigue siendo un espejismo. Y eso que, la naturaleza lleva tiempo avisándonos, aunque aún así hay energúmenos que niegan lo evidente. ¡Qué cuajo! Supura esa política incapaz de prevenir y sólo buena para remediar, cuando ya resulta tarde. Valencia es ahora un espejo que refleja esas carencias, pero no parece un caso aislado. Y mientras se planifican las primeras etapas de la reconstrucción, queda una certeza: este país no aprenderá. No lo ha hecho en décadas sin legislar de manera correcta, con soluciones y sin infraestructuras que convierten el terreno en potencialmente mortal. Hace falta que la voluntad supere cualquier titular. Que nuestros políticos dejen los babys en la percha de la guardería y se conviertan en personas mayores. Por nuestra parte, la de la ciudadanía, ¿no va siendo hora de despertar? Ya me entienden.